sábado, 19 de noviembre de 2011

Derechos y obligaciones en el juego democrático




Derechos y obligaciones en el juego democrático

Es como el sonido del pandero en vísperas de las navidades o el olor a incienso de la semana santa; conforme se acerca el día de las elecciones se oyen, se ven, se leen frasecitas grandilocuentes y contundentes sentencias sobre el acto de votar, como “…ese momento sagrado en el que el ciudadano introduce su papeleta en la urna” o “…mágico instante en el que el pueblo decide su futuro”. Incluso algunos se atreven a afirmarlo como un deber ciudadano. Vayamos por partes.
Para empezar, votar no es ningún deber, afortunadamente; hasta ahí podíamos llegar. Deberes son, por poner dos ejemplos, pagar los impuestos y cumplir las leyes, esas que fabrican los elegidos de la mayoría, algunos de los cuales, por cierto, no hacen ni una cosa ni la otra. No votar es un derecho, tan sagrado como el de hacerlo. Y ni es un instante, ni un momento, ni es mágico ni es sagrado; es, insisto, sólo uno más de los derechos en un estado democrático. Mucho menos, elegir una o más papeletas de diferentes colores, guardarlas en sendos sobres, y echarlas en sus urnas correspondientes tras enseñar el DNI y tener que oír al que vocea “¡vota!, significa decidir ningún futuro. ¿Acaso todos los votantes de Felipe González decidieron permanecer en la OTAN o los de Aznar hacer el ridículo en las Azores y apoyar una guerra infame, o los de Zapatero rescatar a los bancos con el dinero de sus impuestos?
Etimológicamente, Democracia viene a significar el gobierno de la mayoría, de los más. Los griegos antiguos lo dejaron tan claro que huelga cualquier adorno conceptual para mis razonamientos. Hay quien la define como la dictadura de las masas. Yo la definiría como el sistema por el que los votantes otorgan permiso a los votados para que éstos, al final, hagan lo que crean oportuno, en función de diferentes intereses (lícitos, aunque no siempre) y circunstancias políticas. El hecho de que todos los candidatos inviten a votar -a quien sea- resulta sospechosamente revelador.
Alguien puede no participar, simplemente porque no le de la gana, tenga otra cosa mejor que hacer, o le importe poco esta cuestión. Algunos, sin embargo, elegimos dicha opción por convencimiento ideológico, como es mi caso. Son ya 29 años como abstencionista -después de sentirme engañado tras las generales del 82-, durante los cuales me he ido convenciendo cada vez más de lo acertado de esta actitud: no estoy de acuerdo con el sistema y no participo en el jueguecito. La manida respuesta de “entonces luego no te quejes”, que suelen esgrimir aquellos afectados de furor democrático, además de absurda, denota ese afán de la masa por callar la boca de los que disentimos de ella. Igual los que tuvieran que callar para siempre (o al menos durante 4 años) son los que eligen, y el tiempo les demuestra que lo hicieron mal.

A modo de ejemplos para la reflexión comentaré tres noticias.

Diario El País, 23 de septiembre de 2011: “Los políticos renuncian al control previo del telediario ante el alud de críticas. Los periodistas exigen dimisiones en el Consejo de RTVE”. “Los trabajadores exigen la dimisión de los consejeros que votaron a favor (PP, CiU) o se abstuvieron (PSOE, ERC y CC OO)”.

RTVE, Telediario edición de noche, 15 de noviembre de 2011, la presentadora Pepa Bueno antes de comenzar las entrevistas electorales, cito textualmente: “…hoy retomamos las entrevistas electorales en el Telediario, en el orden y con la duración proporcionados que establece la Junta Electoral. Ya saben que el Consejo de Informativos de Televisión Española discrepa de esta norma y reclama que tanto la información como las entrevistas electorales se hagan con el criterio profesional de los periodistas de la televisión pública”.

Diario El Mundo, 15 de noviembre de 2011: “Un joven de Elche se expone a una multa de cárcel tras negarse a ir a una mesa electoral”. Explica cómo dicho ciudadano, A. Vaíllo “se niega a ser vocal en una mesa electoral” y se declara “objetor de conciencia electoral”, aduciendo que “no vivimos en un régimen democrático”.

Es decir, resumiendo, que los mismos que piden el voto intentan controlar los contenidos informativos de un medio, la derecha apoyando la idea sin pudor y la izquierda….¡¡absteniéndose!!, o sea, que vale, que no dicen que no, pero quedan de cine con sus simpatizantes. Y es que encima los toman por imbéciles.
Después le toca a la Junta Electoral -que son los mismos- imponer sus criterios por encima de los que saben y tienen la obligación, y la vocación, de darnos la mejor información.
Y los mismos van a ser los que van a crujir sin piedad al objetor Vaíllo, al que, con coroza y sambenito, entregarán a la justicia, para que sea castigado ejemplarmente por no estar de acuerdo con el sistema y llevar su decisión, de forma coherente, hasta las últimas consecuencias. En un país en que hasta el servicio militar es, felizmente, voluntario, te obligan a pegarte 12 horas sentado detrás de una urna, cosa que me parece perfecta para aquellos megademócratas esforzados, pero no para los que disentimos en profundidad. Que se han gastado 124 millones de euros, que a mi casa han llegado un par de árboles en forma de propaganda, sobres, papeletas y notificaciones censales. Pues que tiren de voluntariado, militantes, convencidos y ciudadanos ejemplares, y para los puestos que falten en cubrir todas las mesas, que acudan a la lista del paro -la que ellos han generado- y paguen jornada laboral festiva, comida y horas extraordinarias, que tienen mucha cara y muy poca vergüenza.

Y para terminar, me viene a la memoria una estrofa de “Ciudadano”, una canción de Serrat, de su disco 1978:

“…y se amontonan y se hacinan
encima, enfrente, abajo, detrás y al lado.
En amargas colmenas los clasifican,
donde tan ignorantes como ignorados
crecen y se multiplican,
para que siga especulando
con su trabajo, su agua, su aire y su calle
la gente encantadora... Los comediantes
qué poco saben de nada, nada de nadie,
y son…ciudadanos importantes”.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Los rescoldos de la Unión Europea





Los rescoldos de la Unión Europea

Soy fumador. Con estas dos palabras hago una declaración de principios para zanjar, de entrada, cualquier alusión a mi opción, libremente elegida, y a la conveniencia, o no, de la misma.
Desde hace unos días vengo notando que mis cigarrillos se apagan frecuentemente. Lo había atribuido a que me ha tocado una partida que hubiese estado en mal estado de conservación y que el papel estuviese húmedo antes del empaquetamiento. Sin embargo, algún amigo, al que le ocurría lo mismo, me comentó algo sobre una nueva ley, e, incrédulo, busqué… y encontré.

La Unión Europea impone los cigarrillos que se apagan solos”. Éste es el titular que acaba de publicar El País, en su edición digital. La normativa, que entra en vigor el 17 del presente, pretende reducir drásticamente (un 40%) el número de muertes por incendios ocasionados por colillas sin apagar. A continuación, en dicha publicación, se vierten estadísticas sobre este tipo de hechos luctuosos, dando la impresión de ser unos de los grandes problemas de salud y seguridad ciudadana, suponiendo, claro está, que esos estudios -cuyos métodos y significación solemos desconocer- estén avalados por el rigor de la Ciencia.

Todo esto en unos días en que caen presidentes de gobiernos de países miembros, como Grecia e Italia, España asiste al circo de una campaña electoral para unos comicios anticipados, la Pérfida Albión, asustada, mira al euro de reojo, se comienza a hablar de dos velocidades, y algunas voces autorizadas cuestionan la viabilidad del propio proyecto europeo.

Mientras el desempleo y los especuladores crean una nueva indigencia europea, abstraídos, los sesudos investigadores y los políticos responsables de nuestra salud y nuestra seguridad en materia de incendios provocados por cigarrillos convencionales, han trabajado duro -a sueldo de los fondos europeos- para elaborar una norma comunitaria que regule esta nueva plaga.

Mi primera duda surge al plantearme la siguiente cuestión: ¿es esto el resultado del celo que unos y otros profesan hacia los ciudadanos afectados por este problema, o es una forma de justificar un empleo y un sueldo? La experiencia y el instinto me invitan a desechar la primera opción. Que la cosa está muy mala y pintan bastos, y que muchos funcionarios, incluidos éstos, se ven en la cola del desempleo o, en el mejor de los casos, en la plaza laboral que ocupaban antes de instalarse en Bruselas.

En segundo lugar: ¿por qué se apagan “solos”? A falta de mayor información técnica (la resolución aún no ha sido publicada), según El País, el papel de los pitillos será más grueso y “en dos tramos”, y, según este mismo medio, “la tabacalera Phillip Morris afirma que los cigarrillos que comercializa en España incorporan el sistema desde junio de este año y que se trata de un cambio imperceptible sobre el producto”. ¿Pueden, por favor, definir “cambio imperceptible”? “Excusatio non petita, accusatio manifesta”, que diría un mal pensado.

A este respecto anotaré dos circunstancias, que no por obvias son desdeñables: “imperceptible” sólo significa “que no se puede percibir”, y la empresa que usa ese término para justificar públicamente el cambio en su producción y su obsesiva preocupación por la salud de la gente, es la misma sobre la que, en 2009, este mismo periódico informaba: “la tabacalera Philip Morrys fue condenada ayer por un tribunal de Florida a indemnizar a Naugle con 300 millones de dólares (201 millones de euros). La estadounidense, de 61 años, está en silla de ruedas por un enfisema”. Esta tabacalera tiene una página web en castellano y comercializa en nuestro país 10 productos, de forma directa.


En tercer lugar, ¿hay modificaciones químicas? ¿Cuáles? ¿Los cigarrillos tendrán la misma cantidad de tabaco? ¿Es ésta la verdadera razón de la subida del precio o sigue siendo el tributo que hemos de pagar los adictos para compensar los gastos derivados de los daños que ocasionamos a nosotros mismos, a los fumadores pasivos y a las víctimas de los incendios que provocamos?

Y mientras escribo estas líneas, he reencendido el cigarrito-que-se-apaga-solo- cuatro veces, que tampoco debe ser muy saludable, por aquello del monóxido de carbono; pero de esto nada dicen. Vaya usted a saber; es factible que, igual el mes que viene, nuevas investigaciones concluyan que el reencendido multiplica el riesgo de tal o cual patología. Y, cuando los medios de comunicación decidan que eso es noticia, y la UE regule tal insano hábito, las multinacionales del tabaco harán un comunicado, diciendo que -y adelanto el titular- “no recomendamos la costumbre de volver a encender los cigarrillos que se apagan solos”.
Otro cambio imperceptible. Los viciosos que sobrevivamos, fumaremos durante menos tiempo pero lo haremos más veces y gastaremos más, eso sí, con la alegría de saber que contribuimos con nuestra propia toxicomanía, nuestra salud y nuestros impuestos a un mundo mejor, con la inestimable ayuda de los políticos, los medios y las empresas tabacaleras. Lo haremos, además, apartados, a la intemperie.

Más les vale a los políticos que votáis para el parlamento europeo (los que votéis), que se ocupen seriamente de que no se apaguen los rescoldos que quedan de Maastricht. Empieza a oler a quemado.