domingo, 10 de febrero de 2013

Typical



Typical

Los medios de comunicación se han hecho eco de la colocación de un artefacto explosivo de manufacturación casera en la madrileña catedral de La Almudena. Aunque no se han aclarado las causas por las que, felizmente, la bomba no ha llegado a detonar, el frustrado atentado ha sido reivindicado por un grupo de tendencia anarquista.

Héctor Muñoz. MÁLAGA

Dicen que Mateo Morral fue el anarquista que quiso cargarse a Alfonso XIII y consorte con una bomba, casera, por supuesto, que se le fue de las manos y mató a una treintena de inocentes conciudadanos. Vaya usted a saber. La cuestión es que, un siglo después, Morral vuelve a ser recordado por su sangrienta chapuza a propósito de otra mayor, en cuanto a la fechoría, aunque sin el rojo mortal de las heridas que él causó.

La verdad es que El País no termina de aclararse: un sacerdote descubre en un banco de la iglesia un paquete “rudimentario”, desaloja el templo y avisa a la policía. Nada de policía, llegan los TEDAX; ahí están los tíos. Dicen que se trata de “un artefacto explosivo, compuesto por un despertador, 1.200 gramos de pólvora negra prensada, una bombona de camping-gas y cerca de un kilo de tornillos”. Y que lo han “desactivado”, afirman, aunque dudan de que hubiera explotado porque “el reloj no funcionaba adecuadamente”. Es lo que tiene la crisis: los terroristas ahora compran en el chino. En la misma noticia se comenta que la bomba estaba en una bolsa de basura, cerca del confesionario; lo de esta España y las bolsas de basuras es una asociación digna de un psicoanálisis colectivo.

Un día después, las agencias de noticias informan de que, a través de Internet, el “Comando Insurreccionalista Mateo Morral” se ha responsabilizado de la chapuza. Cuando se lee el comunicado del comando, pésima y chusqueramente redactado, el reflejo natural se traduce en una carcajada, de esas que delatan la incredulidad más radical.

A estas alturas de la peli, en la que hasta los escrúpulos cotizan en bolsa, resulta complicado creer nada de todo esto. Ni los anarquistas son iletrados, ni las bombonas de camping-gas son de bolsillo, ni la policía ―que no es tonta― ha dejado de vigilar La Almudena. Esto hiede a propaganda negra. Negra y torpe. Negra y burda, descaradamente burda.

De todas formas, da igual que haya sido la tosca maniobra mediática de algún sector reaccionario que pretenda refrescar una memoria histórica afín a sus intereses, con el objetivo de emitir una señal de advertencia, o que se trate del subidón de unos coleguitas anarcas, empeñados en quemar santos; lo llamativo, lo trascendente es que entre unos y otros, y los que estamos en medio, comienza a tomar forma la idea de la vía rápida; la que no entiende de barcas; la de que aquí te cojo, aquí te mato; allá te pillo, allá te cepillo.

Igual el problema no son los desesperados, ni los desahuciados, engañados, estafados, ninguneados, agredidos o molestados; éstos tienen una paciencia harto demostrada. A lo mejor el problema son los que tienen mucho que perder con un golpe popular, poca paciencia para la reacción y ningún escrúpulo si hay que usarla.

Guste o no, se crea o no se quiera creer, la idea de cortar todo esto por lo sano comienza a rondar por muchas cabezas. En España y por doquier. No es solo un fenómeno nacional, es global; pero aquí nos gusta aderezarlo con iglesias, chapuzas, chanzas y bolsas de basura.

Con una típica nota de color español. Como está mandao.

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