domingo, 24 de noviembre de 2013

Los bandoleros de hoy no llevan trabuco


Los bandoleros de hoy no llevan trabuco

Héctor Muñoz. MÁLAGA


Unos días atrás saltó una noticia de bandoleros y municipales en El Mundo, con cierto tufillo a publicidad, todo hay que decirlo, pero a cuyo pesar no deja de ser divertida, incluso aunque los hechos se hubieran producido unos meses antes. Carlos Herrera, en su programa matinal se hizo eco de la misma con la sorna que le caracteriza.

Madrid es la capital de España. De momento. Dicen que es una ciudad con poca historia, si por poca entendemos seis siglos. Cierto es que muchas ciudades españolas gozan de las evidencias arqueológicas y la documentación pertinentes que las hace más vetustas, desde Santiago a Cádiz, desde Trujillo a Cartagena. Se tienen noticias de que los Reyes Católicos paraban en Madrid, casi siempre de paso en sus cruzadas, y lo hacían en algún palacete acogiéndose a la aduladora hospitalidad de los nobles anfitriones, concretamente en la Plaza de la Paja, en pleno barrio de La Latina, entre la iglesia de San Andrés, totalmente reconstruida después de la Guerra Civil, y la Capilla del Obispo, capricho renacentista de los Vargas y Carvajal. Tras un Carlos I itinerante, desubicado y con ojo y medio puesto en Lutero y en su Sacro Imperio, su hijo Felipe II la hizo capital del Reino y protagonista, por protocolo y merecimiento propio, de aquel imperio en el que todos los días se ponía el sol. Sí, todos los días.
      
       Los siglos XVII y XVIII transcurrieron entre el esplendor del oro ―el de las Indias, el del talento y el del Arte― y la decadencia borbónica. El siglo XIX fue especialmente intenso para los madrileños; comenzó con el Dos de Mayo y el levantamiento popular, que, aunque aplastado por Murat, el mamporrero de Napoleón, se cobró no pocos hígados gabachos. Y los que aún se descompondrían durante seis años en esos campos abrasados por la guerra y por el sol, con el réquiem de las chicharras. El siglo del romanticismo y de los ideales irrenunciables frente a la revolución industrial. El siglo de Larra y el de los bandoleros, el del honor o la muerte, el de la bolsa o la vida.

¡Madrid!

Adyacente a la Plaza Mayor, bajo el Arco de Cuchilleros, muchos conocerán el restaurante ‘Las Cuevas de Luis Candelas’, un bandolero de Lavapiés al que le dieron matarile con garrote vil y sin delitos de sangre. El mesón es un rincón entrañable donde se come bien entre camareros vestidos de bandoleros, iconos de la tauromaquia (el fundador fue un famoso torero) y recuerdos de bandolería, como diversas armas de fuego de la época y buenas facas de esas que con un giro de muñeca administraban el último resuello de más de un desdichado.

Para mantener ese look decimonónico, romántico y bandolero, el establecimiento tiene contratado desde hace bastante tiempo a un señor que, apostado en la puerta, vestido a lo Candelas y portando un trabuco de 1837, inútil para la batalla, sirve de reclamo a los miles de turistas que pululan por la zona. Igual es exagerado, pero casi medio mundo ―contando con chinos y japoneses― tiene una foto con el propio.

Y andaba el empleado, orgulloso y entrabucado, en su labor cotidiana, cuando fue requerido por los agentes municipales, que le solicitaron licencia de armas.
―Mire usted, esto es un trabuco de casi doscientos años, ¡que está cegao!
―¡La licencia de armas o requisamos el artilugio!
―Me va a perdonar usted, señor agente, pero si se llevan el trabuco me tienen que llevar a mi, porque no voy a soltarlo.

Los servidores de la ley y el orden se miran, deben intuir un peligro inminente y una gran oportunidad de gesta heroica y medalla; se vuelven al coche patrulla y… ¡se colocan los chalecos antibalas! Salen envalentonados (como si los chalequitos fueran seguros de vida) y encaran al bandolero de juguete nuevamente: nones, que no les da el trabuco. Por un momento ese hombre debió pensar: “Si esto funcionara os metía ahora mismo en la cara más plomo que todo el que sacaron de las minas de Linares”.

Abucharados, los dos celosos guardias municipales decidieron llamar a la Guardia Civil que posteriormente inspeccionó el local, mirando de reojo por si aparecía el Candelas, y aquí no ha pasado nada. Que los bandoleros de ahora van con traje y corbata, llevan una tablet y son más de frecuentar la Carrera de San Jerónimo.

En Madrid se come muy bien. Las indigestiones solo se producen por el personaje herrado (de herradura) de turno. Y si todo esto es un montaje, ¡olé por Candelas y su mesón!, que la cosa está muy mala.







No hay comentarios:

Publicar un comentario