lunes, 4 de mayo de 2015

Jerarquía artificial



Mandones

Héctor Muñoz. Málaga

No se sabe a ciencia cierta qué diantres le ocurre al ser humano cuando tiene la oportunidad de ocupar un cargo. Al menos, el que escribe no lo sabe. Igual hay teorías contrastadas que explican el hecho, pero disculparán los lectores del blog que este artículo no esté acompañado de la documentación pertinente.

Viene esto al cuento del discurso de investidura de Susana Díaz en el día de hoy. Puede resumirse en una sola frase: quiero ser presidenta. Un buen titular. Quiero ser presidenta.

Hay gente a la que le gusta mandar; a ver, incluso aunque no manden nada. Pero es relevante que parezca que mandan. Cuando esto ocurre en una peña de petanca el asunto puede ser grave si hay más de un gallo o gallina en el corral. Que las bolas las carga el diablo. El caso de Díaz es paradigmático: da miedo tanta ambición. A una mujer que, de la nada, consigue ser  presidenta en dos ocasiones, y las dos por la puerta de incendios, pocos escrúpulos, por no decir ninguno, le impedirán mantener el cargo así se hunda el cielo.

Que nadie se equivoque: Susana no es socialista. Es del  partido, eso sí. No tiene otra ambición que ser presidenta. No tiene entrañas: vendió a IU y ahora ha vendido a Griñán y a Chaves. Y venderá su alma al mismísimo Lucifer si se tercia. Será un mandato, el suyo, de mentiras y juegos de azar. Es joven y se ve con fuerzas para varias décadas. No tiene ninguna preparación y no representa a Andalucía. Susana Díaz solo tiene muchas horas de asambleas y un buen gabinete de comunicación que, por el momento, le saca las castañas del fuego.

Es de esperar que los partidos de la oposición no se hayan creído sus promesas; como es de esperar que no hagan como que se las creen, aunque es de temer que este sea el resultado final. Todo sea por la gobernabilidad.

En cualquier caso, al ciudadano común le afecta mucho más esa otra administración paralela que estos innombrables han sabido crear con sublime magisterio. Los hospitales, por ejemplo, no están gobernados ni por Susana Díaz ni por la Consejería. Lo están por capos del sistema. Capos a los que solamente se les pide que rindan cuentas; las cuentas pactadas.

Un sistema de poder basado en la sumisión y en un ejército de pelotas; una red de intereses cimentada, en gran parte, en la inseguridad laboral de muchos. No se entiende, de otra forma, que chavales que anteayer eran aprendices, hoy sean jefes y ocupen cargos tan destacados dentro de la dirección de unas instituciones tan mastodónticas, sin tener siquiera una plaza en el sistema. No tienen ascendiente jerárquico ni sobre sus secretarias, que les sacan lustros de cotización a la seguridad social. Aquí hay algo que no termina de cuadrar.

También están, por supuesto, aquellos a los que, sin tener penurias contractuales, les va la marcha: son susanitos y susanitas que compaginan perfectamente la presidencia de su comunidad de vecinos con la jefatura de cualquier servicio público. A éstos, una vez que se agarran al cargo, no los sacan si no es a golpe de espátula o por motivo de ascenso.


La realidad es muy tozuda y se empeña en emerger cuando quieren hundirla bajo el agua. Ella sola se defiende, precisamente por ser real, pero si necesita ayuda, aquí estaremos.