lunes, 30 de mayo de 2016

Opinión: AL CAPONE Y AL RIVERA


AL & AL: CAPONE Y RIVERA

HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA

Albert Rivera y Al Capone no son tan diferentes como podría pensarse.

El mafioso se dedicaba, entre otras muchas fechorías, a reventar huelgas y apalear a los futuros votantes del partido contrario a los intereses de los corruptos para, digamos, reconducir sus intenciones. Capone llamaba jocosamente a la jornada electoral “el día de los Inocentes”.

Rivera  y su programa neoliberal reventarán todas las huelgas contrarias a la reforma laboral del PP, esa que el líder de Ciudadanos se niega a derogar, como ha declarado en varias ocasiones. Como también reventará, si puede, cualquier manifestación de los independentistas catalanes, su segunda gran obsesión, después de Podemos. Donde sí parece más dispuesto a apoyar huelgas es en Caracas, donde tiene poco que perder y no mucho que ganar, visto el ridículo papel que le ha tocado interpretar en su reciente y patético viaje a Venezuela.

Tras ver el espantoso vídeo de propaganda electoral que ha lanzado al aire, tampoco hay dudas del apaleamiento al que ya somete a sus contrincantes políticos, particularmente a la figura de Pablo Iglesias y, lo que es peor, a sus votantes. No lo hace con bates de béisbol como Capone y su banda, claro está, lo hace con absoluta falta de respeto y una actitud pretendidamente humillante hacia una coalición que le ganó sobradamente en las fallidas elecciones del pasado 20 de diciembre.

El spot, como dice un buen amigo, es, sencillamente, grotesco. Alimenta el estereotipo del ocioso español en un bar, a media mañana o media tarde de un día laborable. Le ha faltado el torito banderilleado y el flamenco de traje corto. Dos camareros y un repartidor, cotillas en extremo, reparten juego entre los que están apalancados en la barra, leyendo el diario del bar y mirando la tele de vez en cuando. La más ocupada, la señora del teléfono móvil, no lo está tanto que no pueda hacer una paradita para tomar algo y decirle al marido dónde está la merienda del nene. Y, por supuesto, el pobre parado buscando curro apalancado en la barra, tirando de smartphone y tomando café de caridad por la inmensa generosidad del dueño del bar.

Esta es la España de Albert Rivera, a la que no le falta, por cierto, el líder de opinión, un señor canoso, aunque no anciano, que da un medio mitin en plena barra del bar, sugiriendo el voto para C’s y exaltando el indómito y resiliente carácter nacional; solo le quedó cantar aquello de “Yo soy español, español, español”. Y cómo no, la pantomima no podría estar completa si no hay algún linchamiento moral, una costumbre auténticamente hispana que en esta ocasión elige como víctima a un chaval con coleta que juega a las tragaperras, mira el móvil (como los demás) y bebe cerveza. La alusión a Pablo Iglesias es tan grosera, tan burda, tan chabacana, tan falta de ingenio, de ideas, tan carente de clase y de categoría, que no merece la pena dedicarle más que una media sonrisa de lástima, no solo por la birria de producción audiovisual, sino por la vacuidad del mensaje, fiel reflejo de la aridez ideológica y de la poca talla política de Ciudadanos —un partidito de corto alcance—, y de su lidercillo de plastilina naranja.


Al Capone hablaba de “inocentes”; Al Rivera trata a los ciudadanos de idiotas, lo cual es mucho más grave. En el fondo, ambos expresan el mismo desprecio por la democracia, porque ambos están sujetos a intereses que van mucho más allá de la misma: la mafia y el IBEX 35.

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