domingo, 30 de octubre de 2016

OPINIÓN: La traición del PSOE



El cáncer del PSOE se llama Susana

HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA


La gran traición del PSOE acaba de consumarse. Con el apoyo brindado a la investidura de Rajoy, aquella honorable institución, nacida en 1879, no es hoy más que una grotesca sombra del partido que fundó Pablo Iglesias Posse hace 137 años.


Del primer Gobierno de Felipe González, apoyado por 202 diputados tras la espectacular victoria electoral de 1982, no queda ya ni una gota de ilusión. Ese potente motor de cambio —que lo fue— ha ido perdiendo caballos para terminar siendo un viejo carro tirado por torpes mulas.

Se veía venir. No es ninguna sorpresa, sobre todo para los andaluces, que los conocen mejor que nadie. Si han podido mantenerse al frente de la Junta ha sido por una red de subvenciones y una propaganda política —permanente, sistemática y concienzudamente orquestada— dirigida a inocular el miedo a perder las pensiones y subsidios de una significativa porción de su electorado. Los medios de comunicación públicos, particularmente la televisión de Canal Sur, secuestrados ideológicamente por el poder político, han terminado de hacer el trabajo sucio. Y aún así, han tenido que echar mano de C's —esta nueva derecha promiscua que se acuesta con cualquiera— para seguir gobernando en Andalucía.

En Madrid, más de lo mismo. Salvo honrosas excepciones —fácilmente amordazadas por el aparato— el PSOE es una banda de arlequines, reverentemente arrodillados frente a la oligarquía financiera y mediática. Tras una serie de espectáculos bochornosos deciden decapitar al pusilánime e incompetente Pedro Sánchez; ignoran y traicionan sin remordimientos a sus militantes e imponen la disciplina de voto para culminar esta gran felación política al PP. ¿Hay algo más antidemocrático?

En Ferraz tienen un cáncer, de nombre Susana. Al lado de ella, el también neoliberal Felipe González es tan solo una anécdota trasnochada, un quiste de grasa. Hace mucho tiempo que dejó de ser aquel buen estadista, por más que algunos se empeñen en atribuirle aún un peso que no tiene. Ambos coinciden con la derecha española —posiblemente entre las más reaccionarias de Europa y, con seguridad, la más corrupta— en sus furibundos ataques a las nuevas formaciones políticas que ya casi los adelantan por la izquierda. Esto no lo soportan porque saben que vienen para quedarse y ponerlos en evidencia, como de hecho ya ha ocurrido. Estas mulas son tan torpes que, por plegarse al dictado de Susana Díaz, han hecho a Rajoy presidente y a Pablo Iglesias Turrión —el enemigo común número uno— jefe de la oposición. De una sola tacada.


Caricatura de Luis Grañena



Con sus dos campañas electorales recientes, basadas más en la propaganda del miedo a los 'populismos' que en combatir y denunciar la gestión política del PP, lo único que han conseguido es darle a los populares 14 escaños más en solo seis meses. No se puede hacer peor. Ni que decir tiene que la supuesta amenaza de la llegada de los 'populistas' ha sido también el argumento estrella de la persuasión electoral del partido llamado, curiosamente, 'Popular'. Otra coincidencia.


Rivera, Arrimadas y Girauta, viendo un partido de la Roja.                                                                                                EFE


Merece la pena detenerse en este asunto del populismo. La profesora y politóloga británica, Margaret Canovan, afirma que es uno de los términos «menos precisos del vocabulario de las ciencias políticas». Efectivamente, lejos de ser un concepto claro, existe una amplia bibliografía académica en la que prestigiosos politólogos y analistas tratan de definir, delimitar y clasificar el fenómeno. El debate es extenso y está marcado con frecuencia por las diferentes posiciones ideológicas de los investigadores. El diccionario de la RAE lo define como la «tendencia política que pretende atraerse a las clases populares». Según esta sencilla acepción cabe deducir que el populismo y la política son consustanciales; no hay partido político que no pretenda contar con el mayor número de votantes.

El populismo, como significante, tomó un nuevo impulso a raíz de la llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela. Las relaciones de algunos dirigentes de Podemos con diferentes instituciones bolivarianas y otros líderes latinoamericanos, ha sido la espoleta que necesitaban los partidos hegemónicos, PP y PSOE, así como los recién llegados de C's, para orquestar la propaganda del miedo, basada en un esquema muy simple: si en Venezuela gobiernan populistas y Podemos se relaciona con ellos, Podemos es populista; si el populismo ha llevado a Venezuela a un desastre social y económico, lo mismo ocurrirá si Podemos gobierna en España.





Una de las técnicas más conocidas de la propaganda política es la simplificación del mensaje. El ejemplo típico es el eslogan. Si se pretende que dicho mensaje sea lo más eficaz posible para persuadir a las masas, no debe encerrar ninguna complejidad. Susana Díaz, Rajoy y Rivera, al frente de sus partidos en campaña, han sabido simplificarlo y reducirlo al máximo: si votáis a Podemos, votáis el fin de España.

Dice Arturo Pérez-Reverte: «Cuando no hay cultura hacen falta etiquetas, si alguien no puede debatir, las necesita». Millones de españoles usan la etiqueta 'populista' sin tener ni zorra idea de lo que significa, entre otras cosas porque ni se lo han explicado, ni han tenido interés en enterarse. Ignoran dos cosas: una, que los están tomando por idiotas al inocularles la etiqueta, y dos, que los mayores populistas son, precisamente los que usan el término para el ataque político.



¿Acaso no son populistas las inauguraciones de Díaz, a bombo y platillo, de centros y aparatos sanitarios cuando la sanidad pública andaluza sufre los peores recortes de la democracia? ¿No es populismo prometer en campaña no tocar los impuestos, subirlos después y volverlos a bajar para las siguientes elecciones, como hizo Rajoy? ¿Y qué se puede decir de aquella imagen de Rivera, Girauta e Inés Arrimada, con camisetas de la Roja y en plena calle, embargados de fervor patriotero ante un partido de la Selección? Populismo, puro y duro. Y del más barato.






El PSOE ha tocado fondo en la segunda votación de investidura, en un proceso iniciado hace muchos años. Para salir del pozo tendrá que abandonar las posiciones reaccionarias a las que se ha apuntado, volver a su sitio natural, el del progresismo de izquierdas; plantar cara con valentía a los poderes fácticos y reconocer de una vez a los cinco millones de españoles que confían en Podemos y las confluencias.


Y sobre todo, deshacerse de Susana Díaz, el cáncer que lo consume.








sábado, 22 de octubre de 2016

Spiriman I



Spiriman I «el Audaz»

HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA

Mucho antes de que sea tarde, me gustaría comentar el asunto de mi compañero Spiriman, el combativo médico de urgencias de Granada, que está rompiendo los moldes mediático-reivindicativos allá por donde pisa, bien sea de forma real o virtualmente.

Servidor lleva ya casi dos décadas escribiendo artículos cargados de concienzuda saña sobre las políticas sanitarias de la Junta de Andalucía, con mayor o menor acierto, y con mayor o menor grado retórico de mala leche, según los cambiantes ritmos hormonales y otros factores que no vienen al caso analizar en este preciso instante. Aunque El Vaso Canopo ha conseguido un apreciable nivel de penetración, sobre todo en el ámbito sanitario andaluz, sus resultados saltan a la vista: todo marcha cada vez peor. Como líder de opinión frente al aparato administrativo no se come uno un colín. Ni estudiando tercero de Periodismo. Nada, que ni por esas.



Jesús Candel  "Spiriman"                                                                                                                                                        Twitter

Contraria y paralelamente a este estrepitoso fracaso de las letras, surge, en fechas recientes, el fenómeno Spiriman. Se trata de Jesús Candel, médico de urgencias hospitalarias en el antiguo Reino nazarí de Granada. Harto como todos, Spiriman se ha tirado de cabeza a las redes sociales con material audiovisual propio, denunciando la desastrosa fusión hospitalaria que se está perpetrando en la ciudad andaluza, convertida desde hace muchos años en cabeza de puente e icono propagandístico de la Consejería de Salud, con sus diversas agencias y la jesuítica Escuela Andaluza de Salud Pública (EASP), auténtico vivero de tecnócratas de medio pelo, gestores de tres al cuarto y chivatos profesionales.
Candel arrasa en las redes sociales. Su vídeo publicado en Facebook supera ya las 250.000 reproducciones. El buscador de Google arroja 211.000 resultados al introducir en la búsqueda 'Jesús Candel Spiriman'. Su participación ha sido decisiva tanto en la convocatoria como en el resultado de la manifestación celebrada en Granada el pasado día 16, en contra de la fusión y reestructuración hospitalaria que la Junta ordenó comenzar este verano, aprovechando las vacaciones del personal, una alevosa maniobra que es ya todo un clásico entre la larga lista de pillerías a las que nos tienen acostumbrados los cipayos de Susana Díaz. Según el diario El Ideal de Granada, más de 40.000 personas salieron a las calles para protestar por el estropicio provocado por las lumbreras de la Consejería de Salud.



Manifestación en Granada contra la fusión hospitalaria. 16 octubre 2016.                                                                          EFE

«Hoy me cago en la madre que os parió». Así termina Spiriman uno de sus vídeos, refiriéndose a los responsables sanitarios. Le echa un par de huevos y no se corta un pelo. No tiene miedo este médico de 40 años, con un contrato eventual en el Servicio de urgencias del hospital Ruiz de Alda de Granada. Con un aspecto jovial, barba cerrada, gafas de sol y gorra a lo Che Guevara, Candel tampoco ahorra críticas para el propio colectivo médico: «Estoy hasta las narices, estoy cansado de tanto chupatintero que existe en mi profesión, y de tanta gente que se calla y guarda silencio».



VÍDEO: Fusión o destrucción (Spiriman)

A pesar de que goza de bastante aprecio en su tierra y, sobre todo, entre los colectivos que defienden una sanidad pública de calidad, Jesús no está bien valorado por determinados grupos de profesionales de la Medicina, principalmente facultativos. Las razones para ello pueden ser los ataques abiertos que dedica a los que considera indolentes y acomodados, y su look progre, que muchos estereotipan asimilándolo a militantes y simpatizantes de Podemos, una formación política que provoca el rechazo frontal y una antipatía casi patológica en una gran mayoría de médicos que aún no han terminado de digerir ni las coletas ni las rastas que adornan las testas de algunos de los nuevos políticos elegidos democráticamente.
Sin embargo, en una entrevista concedida al diario digital El Confidencial, Candel niega vinculación a partido alguno y arremete inmisericordemente contra todos ellos, incluido el partido de Pablo Iglesias y a este mismo. Lo que sí parece claro y predecible, es que Spiriman no cae en gracia ni a Susana Díaz, ni al consejero Aquilino Alonso, ni a otros muchos gestores sanitarios de Andalucía. Les ha salido un doloroso forúnculo allí donde los intestinos pierden toda la nobleza. Que se ande con buen ojo el valiente galeno, porque aquéllos son de los que las guardan; y si no se la dan a la entrada, lo van esperar a la salida. Los que conocemos el paño albergamos pocas dudas de tal posibilidad.
Todas las movilizaciones y las presiones ejercidas desde las redes sociales durante el pasado verano han terminado dando algún fruto, con el empuje final de Jesús Candel. La propia presidenta Díaz, alejada de su proverbial soberbia y chulería, ha reconocido unos errores por los que ha pedido públicas disculpas, según informa El Ideal de Granada. Pero lo que es más interesante aún es que en los Presupuestos de la Junta para 2017 se incrementa el gasto sanitario un 5,5%, lo que supone 440 millones de euros más que en 2016. Claro, que el problema llegará cuando los cuartos caigan en las zarpas de estos manirrotos incompetentes que, en las asignaciones concretas, buscarán antes las medallitas personales y la rentabilidad electoral del partido, que el bien general. Como siempre.
Los que llevamos años denunciando, peleando y dando la cara, seguiremos en las trincheras. Que nadie tema una derrota porque tenemos de nuestro lado al azote de los torpes, de los negligentes y de los incompetentes. Y este no es otro, no puede ser otro, que el único, el inimitable, Spiriman I «el Audaz».


A por ellos, que son menos y además, cobardes.



martes, 18 de octubre de 2016

OPINIÓN: Urnas y democracia




Derechos y obligaciones
en el juego democrático


HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA
Noviembre 2011 (reed. octubre 2016)*


* Escribí este artículo en noviembre del 2011, como un alegato defensor del derecho a no votar y una denuncia de la estigmatización social de muchos abstencionistas ideológicos. Hemos tenido recientemente dos elecciones generales y aún está por ver si no habrá unas terceras, por lo que el artículo cobra actualidad. Es por ello que he decidido reeditarlo en su forma, que no en su contenido.



Es como el sonido del pandero en vísperas de las navidades o el olor a incienso de la Semana Santa: conforme se acerca el día de las elecciones se oyen, se ven y se leen frasecitas grandilocuentes y contundentes sentencias sobre el acto de votar, como «Ese momento sagrado en el que el ciudadano introduce su papeleta en la urna» o «El mágico instante en el que el pueblo decide su futuro». Incluso algunos se atreven a afirmarlo como un deber ciudadano. Esos ciudadanos que, como canta Serrat:



«Y se amontonan y se hacinan,
encima, enfrente, abajo, detrás y al lado».


(Serrat, Ciudadano, 1978)


Vayamos por partes. Para empezar, votar no es ningún deber, afortunadamente. Hasta ahí podíamos llegar. Deberes son, por poner dos ejemplos, pagar los impuestos y cumplir las leyes, esas que fabrican los elegidos de la mayoría, algunos de los cuales, por cierto, no hacen ni una cosa ni la otra. Votar es un derecho al que se puede renunciar libremente; ni es un instante —mucho menos mágico—, ni es un momento —y mucho menos sagrado—. Elegir una o más papeletas de diferentes colores, guardarlas en sendos sobres, y meterlas en sus urnas correspondientes tras enseñar el DNI, no significa decidir ningún futuro. Ni de lejos.



"Urna hambrienta"                                                                                                                                                           Forges


¿Acaso todos los votantes de Felipe González y de su 'No' inicial a la OTAN decidieron entrar después en la organización militar? ¿O los de Aznar quisieron hacer el ridículo en las Azores y apoyar una guerra infame? ¿O los de Zapatero rescatar a los bancos con el dinero de sus impuestos?
Etimológicamente, democracia viene a significar el gobierno de la mayoría, de los más, del pueblo. Los griegos antiguos lo dejaron tan claro que huelga cualquier adorno conceptual para estos razonamientos básicos. Hay quien la define como la dictadura de las masas. Y también podría ser explicada como el sistema por el que los votantes otorgan permiso a los votados, para que éstos, al final, hagan lo que crean oportuno, en función de diferentes intereses —no siempre legítimos— y diversas circunstancias políticas. El hecho de que todos los candidatos inviten a votar —a quien sea— para evitar la abstención resulta sospechoso y revelador.

«En amargas colmenas los clasifican,
donde, tan ignorantes como ignorados,
crecen y se multiplican».
(Serrat, Ciudadano, 1978)


No votar es un derecho, tan sagrado como el de hacerlo. Es uno más de los derechos de un estado democrático. Alguien puede no participar, simplemente porque no le de la gana, tenga otra cosa mejor que hacer, o le importe poco esta cuestión. Muchos, sin embargo, eligen dicha opción por convencimiento ideológico. No son pocos los que acumulan ya 29 años como abstencionistas, después de sentirse vilmente engañados tras las generales del 82. Durante todos estos años se han ido convenciendo, cada vez más, de lo acertado de su actitud: no están de acuerdo con el sistema y no participan en el jueguecito electoral que montan los partidos políticos en su propio beneficio. Así de sencillo.


Ciudadano                                                     Joan Manuel Serrat. 1978

La manida respuesta del «entonces luego no te quejes», que suelen esgrimir aquellos afectados de furor democrático, además de absurda y lela, denota ese afán de las masas por sellar la boca de los que disienten de ella. Igual los que tendrían que callar para siempre —o al menos durante 4 años— son los que eligen en las urnas, y el tiempo, con sorna, y a través de los acontecimientos, les demuestra que lo hicieron mal.

Tres noticias relevantes pueden servir de ejemplos para la reflexión:

El País, 23 de septiembre de 2011:
«Los políticos renuncian al control previo del telediario ante el alud de críticas. Los periodistas exigen dimisiones en el Consejo de RTVE». «Los trabajadores exigen la dimisión de los consejeros que votaron a favor (PP, CiU) o se abstuvieron (PSOE, ERC y CC. OO.)».
Es decir, que 'renuncian' a la infamia de controlar la información de un medio público, consagrada como derecho y libertad inalienables, en el artículo 20 de la Constitución.

En el Telediario de RTVE, en su edición de noche del 15 de noviembre de 2011, Pepa Bueno:
«Hoy retomamos las entrevistas electorales en el Telediario, en el orden y con la duración proporcionados que establece la Junta Electoral. Ya saben que el Consejo de Informativos de Televisión Española discrepa de esta norma y reclama que tanto la información como las entrevistas electorales se hagan con el criterio profesional de los periodistas de la televisión pública».
Eso se llama respetar la independencia de los periodistas, pero todo sea por la democracia que toca unos días cada 4 años.

En El Mundo, 15 de noviembre de 2011:
«Un joven de Elche se expone a una multa de cárcel tras negarse a ir a una mesa electoral. Adrián Vaíllo se niega a ser vocal en una mesa electoral y se declara objetor de conciencia electoral, aduciendo que no vivimos en un régimen democrático».
Nada hay nada mejor ni más conveniente que reprimir a los descarriados que miran a las urnas con recelo.



Adrián Vaíllo a la salida de los juzgados de Elche                                                                                       RTVE.es



Resumiendo, que los mismos que piden el voto intentan controlar los contenidos informativos de un medio; la derecha apoyando la idea sin pudor, y la izquierda ¡absteniéndose! O sea, que vale, que no dicen que no, pero quedan de cine con sus simpatizantes. Y es que encima los toman por imbéciles. Después le toca el turno a la Junta Electoral —que son los mismos— para imponer sus criterios por encima de los que saben y tienen la obligación, y la vocación, de dar la mejor información. Y esos mismos van a ser también los que acaben crujiendo sin piedad al objetor Vaíllo, al que, con coroza y sambenito, entregarán a la justicia, para que sea castigado ejemplarmente por no estar de acuerdo con el sistema y llevar su decisión, de forma coherente, hasta las últimas consecuencias.
En un país en el que hasta el servicio militar es, felizmente, voluntario, obligan a la gente a pegarse 12 horas detrás de una urna, cosa que puede parecer perfecta para aquellos megademócratas esforzados, pero no para los que disienten en profundidad. Que se han gastado 124 millones de euros, que a las casas llegan un par de árboles en forma de papel: propaganda, sobres, papeletas y notificaciones censales.
Pues que tiren de voluntariado, militantes, convencidos y ciudadanos ejemplares. Y para los puestos que falten en la cobertura de todas las mesas, que acudan a la larga lista del paro —la que ellos han generado con su negligencia— y paguen jornada laboral festiva, comida y horas extraordinarias.

«Para que sigan especulando
con su trabajo, su agua, su aire y su calle,
la gente encantadora, los comediantes
que poco saben de nada, nada de nadie, y son…
ciudadanos importantes».
(Serrat, Ciudadano, 1978)


Y además, con mucha cara y muy poca vergüenza.