jueves, 24 de marzo de 2016

Opinión. Atentados de Bruselas.


Directo al corazón

HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA


Los muertos ya no entienden de solidaridad. Los muertos ya no pueden ver el espectáculo luminoso de la bandera belga sobre la Fontana de Trevi, la torre Eiffel o la puerta de Brandenburgo. Ni los ramos de flores o los cirios encendidos en su memoria. Ni oyen los fúnebres compases del violonchelo. Los muertos de los atentados de Nueva York, Madrid, Londres, Boston, París o Bruselas no tienen entradas para asistir a la representación mediática orquestada después de cada matanza.
La dramatización del discurso
Estos espectáculos de imagen y sonido no son otra cosa que la cara plañidera del discurso único de los mismos que provocan, interesadamente siempre, tales tragedias. Cada bomba, cada bala, cada cuchillada de estas bestias que se autodenominan Estado Islámico (Daesh) son el fiel reflejo, la consecuencia especular, del más de un siglo de atrocidades occidentales contra los pueblos del llamado tercer mundo.
Una realidad con más de 100 años
Desde los acuerdos de Sykes-Picot en 1916, por el que Inglaterra y Francia se repartieron desvergonzadamente las tierras del Próximo y Medio Oriente —Siria y Líbano para ti, Palestina, Jordania e Irak para mí, trazando fronteras a tiralíneas sin respetar etnias, creencias, costumbres ni tribus ancestrales—, el bloque occidental, con sus corporaciones industriales, comerciales y financieras, no ha dejado de masacrar, humillar, expoliar, dividir y manipular al mundo árabe. Por no hablar del sudeste asiático o el continente africano, en el que, por cierto, el adorado genocida Leopoldo II de Bélgica se llevó por delante a diez millones de congoleños y aquí no ha pasado nada. Eran muertos de tercera.
De vez en cuando pasa todo lo malo que puede pasar
El fundamentalismo islámico violento es un fenómeno que surge de una parte de la base social musulmana, como lo fue el nazismo alemán, ese subproducto genuinamente europeo, responsable del mayor genocidio de la historia de la humanidad. Tras la Segunda Guerra Mundial, EE. UU. se consolida de forma hegemónica como gran jefe del club imperialista occidental, acentuando la fragmentación del bloque árabe en una red de intereses y alianzas con el fin de controlar la zona y asegurar el abastecimiento de petróleo que, en plena ebullición de la sociedad del consumismo desaforado, es cada vez más necesario.
Aliados: el regreso de Santiago Matamoros
La creación de un potente Estado de Israel —fiel aliado y amigo inseparable de EE. UU.— en el corazón del Islam provocó el éxodo de varios millones de árabes, que hasta la presente solo han recibido a cambio buenas palabras. La legitimidad de un Estado palestino sigue en el alero un siglo después de la promesa británica, un embuste más de los del fair play. En los 50 y los 60, mientras la República francesa, la de la liberté, la égalité y la fraternité mataba argelinos en Argelia y en París, los británicos no cejaban en el empeño de desestabilizar en Egipto, Yemen o Adén, para mantener su estatus colonial con emires y jeques corruptos, bañados en oro a costa de su pueblo; por su parte, Washington mantenía en Irán a su buen amigo el Shah, otro sangriento dictador que tuvo que salir por piernas ante la llegada del Ayatolá y una riada de chiíes muy, pero que muy malhumorados.
Sin guerras no se fabrican armas
La venta de armamento y la financiación preferente a países o facciones políticas, en función de los intereses del momento, han dado lugar a curiosas alianzas y divorcios espectaculares. Los norteamericanos armaron y entrenaron a los talibanes, a Osama bin Laden y a sus muyahidines de Al Qaeda en Afganistán; años después, se hartaron de bombardear las montañas afganas y en 2011 mataron al saudí, o eso dicen. Lo mismo habían hecho con Irak y Sadam Husein entre 2003 y 2006, desencadenando una guerra civil de la que, finalmente, ha nacido el Daesh. Franceses e ingleses no han ido a la zaga y siguen enredando todo lo que pueden. La industria bélica no da abasto para tanto tiro y ahora está aún más de enhorabuena: desde agosto de 2014, EE. UU. lidera una coalición de 60 países, entre los que están las primeras potencias militares y tecnológicas del mundo, que luchan contra el Daesh; ha pasado año y medio pero los terroristas siguen matando tan ricamente. Sorprendente.


¿A quién puede extrañar lo que está pasando?
La opinión pública, la sociedad de a pie, ya no puede escudarse en estar desinformada. Únicamente aquellos que solo acuden a los medios convencionales de comunicación y son tan perezosos, o indolentes, que no buscan versiones alternativas de los hechos, antecedentes de los acontecimientos y elementos de contexto, pueden tragarse la bola que el establishment trata de inocular contumazmente a la audiencia. La simplificación del mensaje es una de las muchas técnicas de propaganda política: ellos los malos, nosotros los buenos; ellos verdugos, nosotros víctimas. Los terroristas del Daesh son crueles y sanguinarios, tan aborrecibles como todos los terroristas, sí. No hay justificación posible para lo que hacen, también. Pero los gobiernos occidentales, los del mundo opulento, no son víctimas inocentes; solo lo son todos los ciudadanos que caen bajo las bombas y las balas, víctimas de los terroristas y de sus propios gobernantes —títeres del poder real, el del dinero—, que llevan décadas provocando, cuando no propiciando, esta situación.
Un patrón de conducta que se repite sin descanso
Después de cada matanza, estos nauseabundos políticos se lavan la cara y se visten de dignos para ir a los funerales. Con gestos apenados pero con la firmeza que sus rangos reclaman, recitan el mismo discurso cambiando los nombres con el procesador de textos. Aúllan por la libertad, llaman a la 'unidad' (¡hay que joderse!) y hacen lo que mejor se les da: prometer 'medidas'. Y esto es lo peligroso, porque esas medidas van todas dirigidas a recortar las libertades constitucionales de los ciudadanos, en nombre del miedo y la seguridad. Vigilancia, controles, bases de datos y rastreo de la Red.
Propaganda, esa vieja conocida
Están preocupados porque son muy conscientes de que Internet es una fuente de información alternativa y de comunicación en red que puede ayudar a destapar sus fechorías ante la opinión pública a la que tratan de manipular, y a la que, de hecho, manipulan. Sus equipos de propaganda y sus medios afines hacen el resto con eslóganes solidarios, lágrimas, flores, velas y luces de colores.

Directo al corazón de la gente para que el cerebro trabaje lo menos posible y no se haga demasiadas preguntas.


sábado, 12 de marzo de 2016

Cómoda crónica escrita sobre un vídeo

Más de 10.000 refugiados, bloqueados en la frontera entre Grecia y Macedonia
La crisis humanitaria es inminente y amenaza la estabilidad europea

HÉCTOR MUÑOZ. Málaga. 10 marzo 2016.

Confundidos en la noche como espectros de la Santa Compaña, surgen en oleadas de los bosques y linderos de matojales que crecen en las tierras del norte de Grecia. No son fantasmas; son familias enteras, hombres, mujeres y niños que huyen del horror de la guerra en Siria e Irak, y buscan en Europa, en la vieja Europa, un refugio y una nueva vida lejos de las balas, las bombas y la sangre.


La mayoría son sirios, aunque también hay afganos e iraquíes, principalmente. Muchos llegaron por mar a las costas griegas y ahora se encuentran en Idomeni, en la frontera con Macedonia. Viajan siguiendo las vías férreas, en una suerte de simbiosis con ellas, como señales de libertad; se apilan en torno a los raíles, acampan junto a ellos, o en sus márgenes, aprovechando la sombra de una hilera de árboles paralela. Los que no tienen la suerte de una tienda de campaña, comen y duermen en los carriles de metal, sin querer separarse de ellos, como si alejarse significara perder el camino y una derrota peor que la de perecer arrollados en un descuido.
Las restricciones fronterizas han provocado aquí un gigantesco cuello de botella en el que se hacinan los refugiados. Muchos lo hacen en campamentos habilitados y otros deambulan desperdigados por la zona cargando sus escasos enseres en bolsas de plástico, en una marea que parece imparable. Las mujeres son muy numerosas y muchas de ellas protegen celosamente con los brazos a sus niños de pecho, sin dejar de caminar.
A pesar de los esfuerzos de ACNUR y otras organizaciones humanitarias, la creciente masificación está generando una mayor escasez de alimentos, agua e instalaciones de saneamiento. Los víveres son insuficientes y los refugiados tienen que buscarlos en el camino, como el caso de unos niños que engañan al hambre desayunando las semillas de un enorme girasol, al que desgranan pacientemente con la mirada perdida en el tiempo. Solo algún detalle, como el alboroto de unos críos —ajenos por un momento a la tragedia— correteando en sus juegos, el rezo de los creyentes, orientados a La Meca, o el canto nostálgico de unos jóvenes alrededor de una hoguera, les recuerdan lejanamente lo que es vivir en paz.
Esta migración, junto con la de los países africanos, que tampoco cesa, está adoptando dimensiones bíblicas. Muchas voces se están levantando para denunciar que las trabas que muchos países de la UE están poniendo para acoger a los refugiados y asimilar a los inmigrantes colisionan con la mismísima Declaración de los Derechos Humanos, particularmente en el caso de los primeros.
Por otro lado, desde un prisma más pragmático, no son pocos los analistas y expertos que estiman inasumible una 'solución europea' por el riesgo de que una avalancha de esta envergadura, dejada a su libre evolución, haga peligrar los valores y la propia existencia de una UE muy tocada ya por la crisis económica y política. Las medidas tomadas hasta ahora —el control de fronteras, la lucha contra las mafias y la subvención de un tapón turco— solo suponen un arreglo precario para ir saliendo del paso, y además están poniendo en evidencia una alarmante falta de cohesión comunitaria. 
Para esta corriente de pensamiento, el problema debe ser extirpado de cuajo en los territorios de origen, un Medio Oriente que el Daesh, otros grupos terroristas y la cerrazón —y sinrazón— de Bashar al-Ásad han convertido en un avispero imposible de controlar si las potencias del Consejo de Seguridad de la ONU no aparcan sus intereses cortoplacistas e intervienen todos a una para facilitar el retorno de los exiliados.
Los más pesimistas no creen que los intereses geopolíticos y económicos de las grandes potencias sean compatibles con una solución solidaria y aseguran que la tercera guerra mundial está al caer.
Mientras, en Idomeni, la calamidad y la miseria se ensañan con los inocentes y se apoderan de la tierra que vio nacer a Alejandro Magno.