martes, 24 de octubre de 2017

Carta de respuesta a un amigo




CARTA DE RESPUESTA A UN AMIGO

No hay color

HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA


«Supongo Héctor que esto debe ser un trabajo de la universidad sobre la desinformación, la más burda demagogia y su efecto sobre la decadente oclocracia independentista. Si es así es para ponerte un 10. A la altura de la más patética demagogia, ahora tan de moda por los defensores del procés». Roberto Quintana.





Bueno, lo primero, Roberto, saludos cordiales y gracias por tu comentario. Ya sabes que es bienvenido y no siempre hemos de estar de acuerdo en todo. Lo contrario sería tremendamente sospechoso.
No, no es un trabajo para la Facultad de Periodismo, entre otras razones porque no da un mínimo de calidad; es una gamberrada personal ante el hastío que me produce la absoluta ceguera de tantas personas a las que considero inteligentes. La foto del sindicato de policías da miedo; claro, con metralletas y embozados, ya me dirás si se puede ser tan valiente. Por otro lado, un golpe de Estado es lo que es, y estoy seguro de que tú lo sabes. Y para terminar, una crítica a ese patrioterismo sobrevenido, tan falso como folklórico, a juzgar por la última foto de la videogamberrada.


Fotografía publicada en Twitter por el sindicato Unión Federal de Policía           Fuente: Twitter


No obstante, lo que me resulta más interesante de tu comentario es la introducción de dos conceptos muy importantes en todo este asunto: desinformación y oclocracia.

La exageración, minimización o desfiguración de la información permiten al propagandista destacar aquello que le interesa. Además, como afirmaba Goebbels, «toda falsedad es más creíble cuanto mayor sea». Esta regla se corresponde, al menos parcialmente, con lo que llamamos desinformación.

Por otro lado, es una técnica muy común en la Historia del Periodismo y da lugar a lo que se conoce como sensacionalismo o amarillismo. La desinformación no es más que una de las técnicas posibles de la propaganda. Es muy frecuente utilizar el término desinformación como sinónimo de falta de información. Pero, en rigor conceptual, no es más que un aspecto posible de la propaganda.

Nuestra Real Academia define desinformar como "dar información intencionadamente manipulada al servicio de ciertos fines" o, en su segunda acepción, "dar información insuficiente u omitirla".

En realidad, el término desinformación procede, al parecer, de los orígenes del régimen soviético. Según la Enciclopedia Soviética, en su edición de 1952, “la desinformación es la propagación de informaciones falsas con el fin de crear confusión en la opinión pública. La prensa y la radio capitalistas la utilizan ampliamente. La desinformación tiene como objetivo engañar a los pueblos, cercarlos con la mentira, a fin de que imaginen una nueva guerra preparada por el bloque imperialista contra la política pacifista de la URSS, de los países con democracias populares y de otros países pacíficos, presentada como agresiva. Un papel especial en la propagación de tales informaciones provocadoras y falsificadas corresponde a la prensa, la radio y otros órganos de información del capital americano, que suministran informaciones engañosas a la prensa y a los órganos de propaganda. Los medios gubernamentales de los Estados Unidos, Francia y otros países imperialistas, utilizan frecuentemente la desinformación en el ámbito de las relaciones internacionales". Solo les faltó añadir “nosotros también lo hacemos”, para ser perfecta.

No me cabe la menor duda de que el aparato independentista catalán ha usado ésta y otras técnicas de propaganda para conseguir sus objetivos. Tampoco dudo que lo hayan hecho el Gobierno español y el llamado bloque “constitucionalista”. Los sucesivos gobiernos socialistas en Andalucía sientan cátedra en esta materia, con Susana Díaz a la cabeza.

Pero no es solo esto: con esta guerra psicológica, ambos nacionalismos —o más exactamente la derecha española y la derecha catalana— tratan de distraer a la opinión pública de lo que de verdad más les preocupa: de la corrupción y del saqueo con los que han castigado a millones de personas honradas durante muchos años. Allí y aquí. Además, los peces más gordos quieren quedar impunes. Y se irán de rositas mientras los respectivos súbditos se parten la cara entre ellos.

Respecto a la oclocracia a la que te refieres, también tengo que felicitarte por tu acierto al elegir el término: definida como “la democracia de las muchedumbres”, y concebida como una deriva degenerativa de la democracia convencional, es muy cierto que en el conflicto hispanocatalán que nos ocupa se juega sin pudor con las masas que salen a la calle, usándolas como ruedas de molino con las que hacer comulgar al contrincante.

Mas no solo lo han hecho los independentistas: seguro que no es necesario que te recuerde la amplia cobertura de la “manifestación por la unidad de España”, celebrada en Barcelona el pasado 8 de octubre, y que ya es considerada oclocráticamente hablando como la absoluta evidencia de una mayoría unionista en Cataluña; aunque hubiera gente de Coín, concretamente unos buenos amigos, simpatizantes del PP y no por ello menos queridos por mí.

De haber vivido hoy, Ortega y Gasset hubiera titulado La comunión de las masas. Inmensos rebaños de criaturas, mansas y acríticas, entregadas y secuestradas por el discurso político. Allí y aquí.

Soy consciente de que mi posicionamiento en estas cuestiones no es el mejor camino para hacer grandes amigos. Lo más jocoso del asunto es que nadie me ha preguntado cuál es; el simple hecho de hacer un esfuerzo de ecuanimidad, y manifestarlo, ya me ha colocado en la frontera con una barretina por gorro y una estelada por bandera.

Callar en la espiral del silencio o dejarme marcar a fuego como una res son posturas mucho menos complicadas.

No hay color, amigo Roberto.



sábado, 21 de octubre de 2017

Opinión: Respuesta crítica a artículo del Diario Sur (21.10.2017)




Cartas marcadas


HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA


Respuesta crítica al artículo de opinión “Mártires del 155”, publicado en el Diario Sur de Málaga el 21 de octubre de 2017, firmado por José Antonio Trujillo.

Tan solo le falta lamentar la ausencia de tanques en Las Ramblas y en la plaza de Sant Jaume. En realidad, el articulista muestra tal decepción, si bien la viste con los naipes marcados de su propia baraja. Torpes piruetas retóricas, sorprendidas in fraganti por «todas las armas del Estado de Derecho». Es ahí cuando el lobo enseña la patita en nombre de «nuestro modelo de convivencia».




¿Cuál es ese modelo que, según el autor, hay que defender a toda costa? ¿Qué convivencia es aquella que desprecia la posibilidad de que Cataluña —y es de suponer que el resto de España también— acabe llorando a esas «víctimas inocentes» a las que el articulista concede —con inusitada frialdad— tan escaso crédito?

Periodistas y profesores de reconocida solvencia como León Gross o Agustín Rivera suelen incidir mucho en el Background del artículo de opinión, como el cuerpo de conocimiento que opera de fondo argumentativo. Sin este elemento la pieza periodística queda vacía de contenido o se convierte en un texto meramente propagandístico y dogmático, al servicio de determinados grupos e intereses.

Y este es el caso de la columna del señor Trujillo. Con cuatro o cinco muletillas más que gastadas por el discurso oficial y una construcción acaso ocurrente, consigue desandar 200 años de periodismo para situarse en aquella prensa doctrinaria, partidista y combativa de la primera mitad del siglo XIX, mucho más empeñada en la persuasión emocional que en la reflexión racional, y bastante más comprometida con la irresponsable arenga de las masas que con la firme vocación de mantener una cierta ecuanimidad analítica.

La mejor forma de no ensanchar esa fractura social a la que alude el artículo en cuestión es dejar de meter el dedito en la herida, sobre todo si es solo para quedar bien con un círculo de admiradores o para dar fe de este patrioterismo sobrevenido que solo alimenta el instinto de machacar a los catalanes. La patria, las patrias, son otra cosa.

Quien tiene la suerte, o el privilegio, de disponer de una ventana a la opinión pública, ha de saber que en las facultades siguen enseñando que el Periodismo tiene una gran responsabilidad social. Nada hay que objetar a la línea editorial de un medio cualquiera mientras cumpla con ese precepto. Pero una redacción seria debe supervisar las opiniones de sus colaboradores; si no, más pronto que tarde, muchas cabeceras no podrán diferenciarse de las redes sociales y morirán de pura inercia. Si algunas no lo han hecho ya.


Y en esta partida no valen ni las cartas marcadas.


jueves, 19 de octubre de 2017

Opinión: Sobre la sedición



Sedició

HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA

Carmen Lamela ha enviado a prisión a dos líderes civiles del movimiento independentista catalán. La jueza de la Audiencia Nacional los encarcela de forma incondicional y sin fianza. Era, justamente, lo que solicitaba Miguel Ángel Carballo, su teniente fiscal y «miembro de la conservadora Asociación de Fiscales», según vozpópuli, un medio digital poco sospechoso de cojear con la pierna izquierda.





A Sànchez y Cuixart, líderes de ANC y Òmnium respectivamente, les pueden caer hasta 15 años. Por sediciosos. Y que vayan dando gracias a Deu de que ─por ahora─ no les apliquen el máximo grado de sedición, que es la rebeldía; el mismo ─todo hay que decirlo─ que el de los golpistas del 23-F, que, como todo el mundo sabe, han pagado con creces el casi insignificante desliz de poner una pistola en las sienes de millones de españoles. Rebeldes, sí, pero patriotas a reventar. Y alguno de ellos gran amante de las camelias. Conmovedor.
Los sediciosos son aquellos que se alzan pública y tumultuariamente para impedir, por la fuerza o fuera de las vías legales, la aplicación de las leyes, o para impedir a cualquier autoridad, corporación oficial o funcionario público, el legítimo ejercicio de sus funciones o el cumplimiento de sus acuerdos, o de las resoluciones administrativas o judiciales. Analicemos, pues.
Bárcenas, por poner un ejemplo, no es un sedicioso. Por eso está en la calle. ¿Por qué? Porque lo suyo ni es público ni «tumultuario» ni por la fuerza; ¿es fuera de las vías legales? Sí. No vamos a engañarnos. Lo de Bárcenas es ilegal. Ahora bien: ¿ha impedido el hombre el legítimo ejercicio de sus funciones a alguien? ¡No! Todo lo contrario: ha facilitado mucho, mucho, mucho. Y además, por favor, don Luis es un gran patriota. Su mujer también.
Todos estos matices son relevantes.
Antonio Muñoz, que en buena gloria descanse aunque él no creyera en ella, contaba que en su servicio militar (aquellas milis de postguerra, interminables), destinado en el norte de Cataluña, el capitán ordenaba a la tropa «partirle la boca a todo aquel que oyeran hablar en catalán». Nadie le preguntó a Antonio, un malagueño de pura cepa, si cumplió esa orden, o no, pero hay indicios en contra de que lo hiciera. Sin ánimo de montar chisme alguno, es más que plausible que encontrara una buena amiga en aquellas tierras segadas. Y a riesgo de ser fusilado porque en aquella época la sedición era cualquier cosa, igual que ahora─, cantó aquello de:

“Baixant de la font del gat,
una noia, una noia,
baixant de la font del gat,
una noia i un soldat”.

Sedición. Sedició.
¡Pobre España aquella que solo sabe partir la boca de los que no hablan su mismo idioma!



viernes, 13 de octubre de 2017

ODA A TABLETOM (escrito en 2010, reeditado)




¡Eh! ¿Quién anda ahí?

HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA

No quiero caer en tópicos. Sólo deseo hacer una oda a Tabletom. A la banda, a sus bandas. A sus tres inmortales, voz, vientos y cuerda. Al violín en Zero Zero. Al bajo sin trastes. Al batería loco. Al saxo de Denis. A ese Lito desmesurado.
Lo tengo jodido. Evitar topicazos que no se hayan leído ya es muy complicado. Y más aún teniendo en cuenta que escribo sobre casi treinta años de mi vida. Prácticamente imposible, pero voy a intentarlo.
Me refiero al grupo de Rock and Roll que lo más típico que tiene es su pescaíto frito, la Casa El Guardia y el Guadalmedina, ese rio, casi siempre seco, en el que libré mil batallas cuando todavía nos dejaban jugar a la pelota. “Se interna, centra y…gol”
Sala Vivero, hace no mucho. Mis manos apoyadas en la madera del escenario. Siento, en mis huesos y en todo mi cuerpo, la vibración de los vatios. Admiro, una vez más, la puesta en escena de Perico, erguido en trance sobre los que tenemos la suerte de estar allí. Regala notas, trastes, música, rock, arte e infinita paciencia con el vocalista, un tal Roberto, alma que se entrega y se distrae. Los duendes y los genios tienen estas cosas…
Y ese Pepillo, más serio, como siempre, pero también paciente. ¡Qué manera de derrochar sinfonía y gusto exquisito!
¡Ay, me va a matar el Rock and Roll!






Me mata esta banda, me matan el bajista, el batería, las teclas y los otros vientos. Me matan todos, de buena música, de graves, agudos y letras; de gusto, de historia, de sentimientos, cariño, nostalgia y respeto.
Uno no puede evitar rememorar aquel pedregal infame en el que nos metían para poder verlos en la antigua feria de Málaga, con los grises dando vueltas alrededor. Por si las moscas. Los rockeros siempre fuimos bultos sospechosos. Ni aquel garito de la Misericordia, atascado de humo, de buen humo. Ni aquel concierto en Las Palmeras, en el que tocaban como teloneros de un grupo estrella, al que terminamos pitando para que se fueran. Nada personal: solo queríamos más Tabletom. Y más, y más… 





Auténticos y únicos. Hoy más que nunca quiero quereros, quiero admiraros. Hoy más que nunca deseo deciros que no os pido nada más porque ya me lo habéis dado todo. Tengo al lelo Pío-Pío, al pájaro Cucú, a Paco, al vampiro y al Coyote. Tengo 7000 kilos de Rock, 7000 kilos de Tabletom, hasta la parte chunga, al espía de la KGB, las vacas del pueblo, mimosas y acacias. Llevo en mi corazón a Gloria y a la niña que voló.
Gracias, amigos, por dejarme seguir en las nubes. Hasta siempre.



miércoles, 11 de octubre de 2017

Opinión: El día de la gran orgía nacional




El día de la gran orgía nacional


HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA
11 DE OCTUBRE DE 2017



Este país necesitaba un bálsamo patrio. Puigdemont y compañía se han esforzado bastante para proporcionarlo. El aparato propagandístico del Estado ha obrado el resto, sin despeinarse.


Mañana es la Fiesta Nacional de España. Hasta 1987 fue, oficialmente, el Día de la Hispanidad en conmemoración del descubrimiento de Las Indias por un genovés desorientado. De lo que pasó con los ꞌindiosꞌ durante más de 300 años ya han dado buena cuenta cronistas e historiadores, de ayer y de hoy. A Franco le gustaba más llamarlo “Día de la Raza”. Tres días después de celebrarlo en 1940, el 15 de octubre de ese año, fusiló a Lluís Companys, president de la Generalitat en el exilio.
Con estos mimbres, España saca pecho todos los años y se viene arriba. Eso lo hace España, entendida como mera abstracción, porque los españoles suelen irse de puente. Las personalidades políticas se quedan en Madrid junto a la familia real para disfrutar de la parada militar: una exhibición de fuerza y poderío. ¡Ahí, marcando paquete! Después les podrán partir la cara a lo Cuba y Filipinas, pero siempre podrán cantar aquello de Les Luthiers: «Perdimos, perdimos, perdimos… otra vez».
Mañana no. Mañana será muy diferente. Y esta vez el patriotismo no tendrá nada que ver con aquellos 12 goles a la potente selección de Malta ni con la conquista de un título mundial de fútbol.
Anuncian un desfile más largo y novedades, como la presencia de la Policía Nacional, 30 años olvidada para tales menesteres. Y aunque nada tengan que ver estos cambios ─según dicen los organizadores─ con lo acontecido en Catalunya, el tufo a propaganda ꞌantiprocésꞌ resulta más que notorio.
Envuelto en telas rojas y gualdas, el pueblo, mañana, experimentará el infinito placer de su reafirmación identitaria en una bacanal patriótica sin parangón en la más reciente historia de España.
Una gran fiesta. Una orgía imponente. “Gentes de cien mil raleas, nobles, villanos, prohombres y gusanos”, como canta un catalán, compartirán “pan, mujer y galán”. Pero llegará la noche y después el día. Otro día. Y descubrirán el absurdo de lo que es tan efímero. Tan artificial.
Porque, por encima de todo, la realidad anunciará su regreso, sin bandos ni trompetas: simplemente con su presencia. No entiende de símbolos ni banderas. Que cada cual arree con la suya, a ver de qué le sirven los colores.

Y en plena resaca, aturdidos aún por el desenfreno, habrán de padecer la monótona constancia de un martinete: «yo soy español, español, español…».

sábado, 7 de octubre de 2017

Opinión: A este ¿quién lo ha votado?




A este ¿quién lo ha votado?


HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA

Felipe de Borbón es rey por herencia y por la Gracia de Dios. No tiene problemas de urnas ni de papeletas. Las lleva todas. Todo un nepotista legal.

Felipe VI durante su discurso televisado el 3 de octubre de 2017  /   FUENTE: CASA REAL

Vive como un rey y ahora se dedica a la política. No le basta con hacer ventajosos tratos con sus amiguetes, los sátrapas saudíes. No parece que le quiten el sueño los crímenes de estado, ni las violaciones de los derechos humanos más básicos ni la financiación del terrorismo yihadista. Salmán también es rey, y ya se sabe: buen rollito entre monarcas y nada de molestar por minucias irrelevantes.
Lo que sí le preocupa es la cuestión catalana, que para eso es conde de Barcelona, entre los más de 30 títulos que posee. Todos por herencia, claro. Se ve que el hombre está necesitado de protagonismo y no ha querido ser menos que Letizia, Cristina o Iñaki, líderes del mundo rosa ─la primera─ y del mercado negro ─los otros dos─.
Así, ha decidido tirarse al fango político con un discursito de seis minutos. La única novedad del contenido es que no ha dicho nada nuevo ni original. El mismo que hubieran firmado Rajoy, Rafael Hernando, García Albiol, Albert Rivera o Susana Díaz, que, como todo el mundo sabe, son la vanguardia del progresismo.
Pero más que sus palabras, mil veces repetidas ─y articuladas con esa cadencia boba, tan borbónica─, lo verdaderamente llamativo ha sido su lenguaje gestual: dedo acusador, mano abierta tipo Franco y ¡puños fuera! Después de verlo, cualquiera diría que sueña con practicar el nuevo deporte nacional: dar hostias a los catalanes. Algo más que tortazos ya se encargó de repartir su ancestro, Felipe V, cercando y asaltando Barcelona el 11 de septiembre de 1714. Felipe y Cataluña no riman nada. Sangre y masacre, sí. El Borbón prefiere llamar a todo esto «asegurar el orden constitucional», un eufemismo envenenado de quien dice defender «el derecho de todos los españoles a decidir democráticamente su vida en común». No se referirá, seguramente, a la Gracia de Dios, la gran hacedora de su reinado.
Tenía el monarca tanta prisa por aparecer en el plasma que olvidó un pequeño detalle: su propio papá, hoy emérito, firmó y ratificó el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos en 1977, publicado en el BOE el 30 de abril de ese mismo año, y actualmente en vigor. Su artículo 1.1 no tiene desperdicio: «Todos los pueblos tienen el derecho de libre determinación. En virtud de este derecho establecen libremente su condición política y proveen asimismo a su desarrollo económico, social y cultural».

Ratificación del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos / BOE


Artículo 1 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos / BOE

En cuanto a su jerarquía jurídica, José Manuel Serrano Alberca letrado de las Cortes Generales─ escribe en la web del congreso: «Hemos mantenido que el tratado tiene un rango superior a la ley y que esta afirmación se deriva del último inciso del artículo 96.1. de la Constitución Española».
Ya se sabe que los reyes no se ocupan de estas menudencias. ¿Para qué? Si, al fin y al cabo, heredan el cargo. Felipe VI es un gran demócrata, como su padre.

Pero ¿quién los ha votado?