miércoles, 31 de enero de 2018

Opinión. ALÉRGICOS A LA VERGÜENZA



Alérgicos a la vergüenza

HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA

Lo peor de los trileros es que creen que todos los demás son imbéciles. En plena crisis sanitaria malagueña, con hospitales colapsados, urgencias superadas, masificación y demoras, la nueva estrella propagandística del SAS es una aplicación para teléfonos móviles. Gracias a este adelanto, los pacientes encamados pueden saber si la comida del hospital les producirá una reacción alérgica. No mire la fecha de hoy: no es el día de los Santos Inocentes.


FUENTE: EUROPA PRESS


Don Paciente tiene 79 años. Ha dejado por unos días su pueblo natal para encamarse. Atrás quedaron los gorriones, el susurro del arroyo y las partidas de dominó. Anda el hombre preocupado por los resultados de las pruebas que los médicos le están haciendo a causa de un odioso y pertinaz dolor de cabeza.

Hoy, después de peregrinar varios meses de consulta en consulta más los dos días en urgencias esperando cama, Don Paciente tiene ante sí la bandeja con el menú que le ofrece el hospital. Apetitoso, lo que se dice apetitoso, no se le antoja. Pero lleva sorpresa: una tarjetita con el extraño dibujo de algo que se parece a un jeroglífico y que es conocido como código QR. Le explican que su teléfono móvil puede captar la imagen y lo llevará a una página web en la que podrá saber si la comida le dará alergia.


Bandeja con el menú de los hospitales públicos malagueños                                                                                   FUENTE: malagahoy.es


Superados unos segundos de estupefacción, don Paciente, pragmático y hambriento, decide comérselo todo antes de que se enfríe más de lo que ya está. Cuestión de prioridades. Además, ni tiene teléfono móvil ni lo necesita ni le interesa lo más mínimo el tal QR.


Código QR


Y no es que pretenda ser maleducado o desagradecido con el lumbreras de la Unidad de Gestión Clínica de Endocrinología y Nutrición que ha ideado el invento; ni con la Dirección del hospital que —mediante nota de prensa— anuncia un logro más de la sanidad andaluza. No es eso, es que no le gusta la sopa fría.


Web de la Unidad de Gestión Clínica de Endocrinología y Nutrición del hospital Carlos Haya de Málaga                                       FUENTE: hospitalregionaldemalaga.es


Las horas de espera son interminables en un hospital. El periódico de papel —el de toda la vida— es su gran compañero. Tras dar buena cuenta del rancho, y con un descafeinado calentito, don Paciente retoma su lectura. “Carlos Haya habilita una planta de medicina interna en el Materno-Infantil ante la saturación de pacientes”. “Muere el hombre que sufrió un ictus mientras esperaba cinco horas en el hospital de Antequera”.

Mientras lee tales titulares, le viene a la cabeza aquella tercera sala de observación de urgencias en la que estuvo hasta que le dieron cama en la planta. Una moderna instalación, terminada hace dos años, que por fin han tenido que abrir —improvisada y apresuradamente— para poder hacer frente a la avalancha invernal.

Sala de observación-3 del hospital Carlos Haya de Málaga                                                   H.M.


Don Paciente no es usuario digital pero es un tipo listo. Se pregunta cuál es la importancia del código QR en las comidas del Carlos Haya, con la que está cayendo. El buen hombre sospecha que los que gestionan el servicio público que durante tantos años ha pagado quieren distraer su atención. Y que no van a consumir el mismo menú que él.

Sospecha que son alérgicos, sí. Pero a la vergüenza.


sábado, 20 de enero de 2018

Opinión: No hay quinto malo



No hay quinto malo

HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA
Que Dios nos libre de los defensores porque de los otros ya nos libraremos nosotros solitos. De una vez por todas: “El Defensor del Paciente” es una asociación privada. Tan privada como una gestoría, una compañía de seguros o un bufete de abogados. El nombre de la web se ajusta mucho más a sus objetivos reales: negligenciasmedicas.com.

Presentación de negligenciasmedicas.com   FUENTE: negligenciasmedicas.com


Fue fundada en 1997 por Carmen Flores López, la actual presidenta. Su hijo Miguel Ángel falleció en 2011 tras una larga y penosa enfermedad. Cinco años antes, el Tribunal Superior de Justicia de Madrid había condenado al Servicio Madrileño de Salud a pagarle una indemnización de 12.000 euros, «por quedar tetrapléjico a causa de una negligencia médica», según el diario ABC.
La familia Ocaña Flores, que había solicitado una compensación económica de 721.214 euros —según elEconomista.es—, interpone un recurso de casación sobre la «reclamación de responsabilidad patrimonial con motivo de la asistencia sanitaria» recibida por su hijo. El Tribunal Supremo lo desestima en sentencia del 19 de octubre de 2011.
El brazo armado de la asociación es su asesor jurídico, Francisco Damián Vázquez, titular del bufete Vázquez Abogados, que dispone de seis oficinas en toda España; tres de ellas están en la provincia de Málaga. Este último dato no es azaroso.

Web del bufete Vázquez Abogados                                                                        FUENTE: vazquezabogados.es


El Vaso Canopo jamás tratará de justificar ni defender a un solo negligente. Sobre «el descuido, la falta de cuidado y de aplicación» —que es como el DRAE define la negligencia— se puede escribir mucho; más de uno se sorprendería de lo cerca que tenemos ese azote de la profesión médica. Pero hoy no toca.
El pasado 11 de enero el diario malagueño Sur se hacía eco de la “Memoria 2017”, elaborada por la asociación que preside la señora Flores. Un clásico: «Las urgencias de Carlos Haya, las quintas de España con más quejas, según el Defensor del Paciente». En justicia, hay que decir que el titular se ajusta al contenido del documento, y que en el subtitular se especifica claramente que la fuente es una asociación privada. Una agencia a la que se le supone un prestigio asentado, como Europa Press, también da la noticia (suponiendo que periodísticamente pueda incluirse en dicho género). La pregunta es: ¿hay que dar pábulo a negligenciasmedicas.com? ¿Es una fuente veraz? No, no y no. Es una fuente interesada. Mejor dicho: muy interesada.
Aquel que no es sospechoso de militar en la contumaz orden del corporativismo médico ni de ser un acólito compinche de la Consejería de Salud, puede darse el gustazo —sin temor a que le llamen militante o pelota—, de afirmar que la asociación de Carmen Flores es, o pretende ser, un elemento de presión mucho más ocupado en obtener indemnizaciones para sus asociados que en la defensa de la sanidad pública. Y yo lo afirmo.

"El Defensor del Paciente", marca registrada                         FUENTE: negligenciasmedicas.com


Hay que reconocer que lo del “Defensor del Paciente” tiene tirón porque evoca instituciones oficiales que defienden (o eso dicen) al ciudadano. De hecho, Carmen ha tenido que patentar el nombre porque hay “defensores” sin copyright que se atreven a competir con ella para compartir la gloria —dejémoslo en eso— de ser los adalides de la filantropía sanitaria. Como Amancio Ortega pero sin el glamur de la opulencia. Este blog no contribuirá a tal ceremonia de la confusión y solo hará referencia al nombre real, negligenciasmedicas.com, que no es lo mismo que el otro, ni muchísimo menos.
Para los que llevamos más de 20 años denunciando las miserias del Servicio de Urgencias del Carlos Haya —que no son más que el producto de las de muchos de los gerentes y directores que ha tenido, y tiene, el hospital—, la noticia de que somos el quinto peor de España (como asegura negligenciasmedicas.com) podría servirnos de martillo pilón y rearme moral para decirle a Susana Díaz y a su coro de grillos y grillas: «ahí tenéis la prueba, iros ya a tomar… la salida más próxima». Pero ni a la plaga le preocupa el afrecho ni nosotros somos tan ruinmente oportunistas como ella.


Advertencia del Defensor del Paciente                                                           FUENTE: negligenciasmedicas.com


En los 90 este servicio de urgencias fue pionero en politraumatizados, fibrinolisis en el infarto, protocolos de muerte cerebral, preparación de los primeros equipos del 061, etc. Una década prodigiosa que no supimos vender porque despreciábamos el cartón, el pastel y las posturitas, “dientes, dientes”, para salir bien en la foto. Así nos ha ido, claro. Aquí, el que no vuela viaja por el espacio y al camarón que se despista se lo come el pulpo listo. Y pulpos de esos hay a patadas.
La deriva actual hubiera llegado de cualquier manera porque todos los gerentes y directores se cebaron en contra: un torpe incompetente es negativo; un torpe incompetente y asustado es una peste. Y si además se llama Prieto, como el de ahora, los muertos brotan alarmados y prefieren nuevamente una muerte nueva a pasar otra noche en urgencias. Los puedo comprender.
Los profesionales que trabajan mucho y bien en urgencias son legión. Y les duelen en su amor propio titulares como el del peor servicio de 2016 o el del quinto malo del 2017. Tienen su corazoncito, como todos. Y escuece más cuando saben que el “defensor” es un sujeto privado y que el hecho de autodenominarse así no lo hace más grande ni más guapo ni más verdadero.



Además, a los trabajadores sanitarios no les agrada que los insulten ni que los amenacen. Y menos que les partan la cara. Normal, ¿verdad? Pues para negligenciasmedicas.com las condenas por agresiones al personal no solo «son desproporcionadas y sin pruebas claras», sino que suponen una situación de «indefensión para los pacientes». Sin comentarios.
Solo hay que leer la Memoria de 2017 que publica negligenciasmedicas.com en su web: un desastre, un nido de gárgolas, una mezcla infame de intereses al gusto con dos cuencos de ignorancia vestida de domingo y varios granos gruesos de resentimiento añejo. No hay un solo dato constatable; dice que le llegan quejas. 500, 600, 700 quejas… Si alguien tiene la curiosidad de llamar al teléfono de la asociación narrando una supuesta negligencia, comprobará como una amable joven le solicita el relato por escrito, a través de un correo electrónico. A partir de ese momento ya hay una queja más, computable para que en 2018 las urgencias del Carlos Haya vuelvan a ser de las peores.


Es muy curioso el recurso que usan para argumentar sus opiniones: «La vida de las personas se pone en peligro. Juzguen ustedes mismo» [textual]; y a continuación trascriben 30 o 35 titulares de periódicos (pág. 2):
«Mi abuela estuvo más de ocho horas en los pasillos de urgencias con 96 años y la extremaunción dada». «Un paciente sordo espera casi siete horas en Urgencias porque le llamaron por megafonía».
Se les ve el plumero más de la cuenta. El momento estrella de la Memoria 2017 es la “ronda de entrevistas” con los partidos políticos más importantes del arco parlamentario (pág. 6); las tres propuestas fundamentales de negligenciasmedicas.com son eliminar costes procesales, ampliar el plazo para reclamar y un nuevo baremo de daño sanitario. La primera de ellas parece bastante lógica porque Vázquez acaba de perder, el pasado mes de septiembre, un pleito de forma dolorosa, según la sentencia a la que El Vaso Canopo ha tenido acceso: un informe forense le desmonta una demanda por 520.000 euros y el juez impone las costas procesales a la familia del finado. Vaya faena. No estaría de más otra asociación defensora, algo así como negligenciasdeabogados.com.
Para realizar un estudio real y comparativo sobre la calidad asistencial en los servicios de urgencias son necesarios muchos más datos que las quejas que reciben Carmen Flores y su abogado. Muchos más datos y un tratamiento estadístico serio. Sus informes podrán generar impacto mediático y alarma social. Incluso clientes. Pero solo sirven para desorientar a la gente y cabrear al personal sanitario.
Con todo, es mucho peor lo de Jiménez Murillo, director del Plan Andaluz de Urgencias y Emergencias (PAUE), que solo sabe lo que políticamente le interesa saber y que es el verdadero artífice del desastre asistencial. Él y su séquito. Y ahí están, de rositas. Es un trepador de fondo al que nadie le mete mano, cuando debería estar desde hace tiempo en el Puerto de Santa María, y no precisamente comiendo langostinos atigrados o patas de cangrejo rey. Este individuo es el responsable del caos de las urgencias andaluzas.

Jiménez Murillo, director del PAUE                                                                             FUENTE: Diario Córdoba


Las estadísticas del PAUE están falseadas en origen, de forma sistemática y planificada. Cualquier organización analiza sus resultados con rigor y después introduce las medidas correctoras; Jiménez Murillo y la Consejería corrigen ex ante la forma de recoger los datos para que los resultados sean los deseados. Por ejemplo, si políticamente no interesa aceptar que muchas personas van a urgencias por problemas menores (esto traduce una mala gestión de la atención primaria), la solución es cambiar el sistema de triaje para que lo que hoy es leve, mañana sea grave. Asunto resuelto. La primaria funciona y los andaluces hacen un exquisito uso de sus maravillosos servicios de urgencias. Nada de esto es cierto: unos lo saben y otros se lo creen. Lo que yo sí sé es que hay muchas cosas que sé. También sé que otros saben que las sé.
No es bueno, ni conveniente, dar pábulo a organizaciones como negligenciasmedicas.com. Sinceramente, no sé si el Servicio de Urgencias del Carlos Haya es el quinto por la cola. Pero desde luego no lo será por lo que digan unos indocumentados, en el sentido literal y no peyorativo del término. Hasta que no exista una entidad independiente, externa y solvente que supervise y registre la atención sanitaria, estaremos en manos de tunos y de iluminados.
Hasta entonces, no hay quinto malo.


sábado, 6 de enero de 2018

Ensayo. Perro de prensa


Perro de prensa

HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA
La sociedad española está enferma. Lo está porque muerde la manzana envenenada que le ofrece una clase política corrompida, mentirosa e interesada. Si tolerar la delincuencia institucional del Partido Popular, dándole el voto mayoritario, no es ya un claro síntoma de disturbio social, la agresiva reacción nacional frente al conflicto catalán nos sirve en bandeja el diagnóstico de certeza, el peor de los males que pueda atacar a cualquier sistema democrático: una opinión pública acrítica, adocenada y depredada por unos medios serviles y complacientes con las élites poderosas. Sálvese quien pueda. El periodismo ha de salir del jardín de mascotas y ser de nuevo un perro guardián frente a las desviaciones del poder.
L
a historia más reciente de la cuestión catalana arranca con el referéndum de junio de 2006, en el que se aprueba el nuevo Estatut con un 73 % de votos favorables. El PP interpone un recurso de inconstitucionalidad, y cuatro años después ―¡cuatro años después!― el Tribunal Constitucional tumba 14 artículos, particularmente aquellos referentes a la lengua catalana, a la autonomía del poder judicial y a las competencias fiscales, además de dejar sin valor jurídico el término nació, incluido en el preámbulo (Brunet y Calvet, 2010).
A partir de diciembre de 2011, frente a una Cataluña indignada, el Gobierno de Rajoy usará la Constitución Española a modo de maza golpeadora y convertirá los tribunales en sus escudos políticos frente a las legítimas aspiraciones del poble catalá. Y esto es lo que hay, nens.


Portadas de El Mundo y La Razón sobre el problema catalán                                                                                   FUENTE: kiosko.net


Un problema político
Ya de entrada, se echa en falta un análisis elemental por parte de los medios españoles: la Constitución ordena una democracia pluralista y no militante, es decir, en este país se puede ser republicano, independentista y abiertamente contrario a la mismísima Carta Magna. Las sentencias del Constitucional, de forma reiterada, vienen a decir que se pueden atender las aspiraciones separatistas «de una parte considerable de la población catalana» mediante una reforma constitucional (Castellà, 2016). En otras palabras: desde el primer día, los magistrados advierten al Ejecutivo de que la solución es política y no judicial. Los principales medios estatales cargan las tintas en la inconstitucionalidad del Estatut y pasan de puntillas sobre otras consideraciones jurídicas.
Hacia la confrontación
Al partido del Gobierno le interesa mucho más la confrontación que la negociación, y necesita el aval de la opinión pública española. Son malos tiempos: álgidos momentos de crisis económica para una población castigada con recortes y austeridad. A Rajoy no le basta con su propio aparato de comunicación institucional, y para eso está la prensa de Madrid: El País, El Mundo y ABC demonizan a Artur Mas, lo acusan de perpetrar un desafío intolerable al orden establecido y encuadran el problema catalán en el marco del conflicto, sin ahorrarse primeras planas (Ballesteros, 2015). En general, los medios nacionales presentan el proceso independentista de una forma más negativa y menos democrática que los periódicos catalanes (Alonso, 2014); recurren a fuentes contrarias a la vía secesionista y emplean de forma característica la metáfora del “sólido”: una suerte de construcción simbólica que representa una España monolítica en riesgo de fractura (Martínez y Álvarez-Peralta, 2017).
Es preciso advertir que la parcialidad y la distorsión informativa sobre la cuestión soberanista no son exclusivas de los medios españoles, ni mucho menos: al analizar los contenidos informativos del Canal 3/24, de la televisión pública catalana, se ponen de manifiesto los encuadres temáticos descontextualizados y la selección dirigida de las noticias publicadas (Aparici, 2015), así como en El Punt Avui es posible observar un uso preferencial de fuentes independentistas (Martínez y Álvarez-Peralta).
Equidistancia proporcional
Una vez hecha esta puntualización, en aras de un cierto equilibrio expositivo ―más cosmético que instrumental―, me siento obligado a adelantar que en cualquier análisis de la cuestión catalanoespañola, contemplada desde este flanco de la frontera, encuentro varios factores que justifican la adopción de una posición no equidistante o, mejor dicho, de una equidistancia proporcional: hay 2 millones de independentistas, que suponen casi la mitad de los votantes catalanes en las últimas elecciones, pero son muy minoritarios frente a los 36 millones de electores españoles, entre los que, presumiblemente, los unionistas ocupan un porcentaje abrumador. Por otro lado, el conflicto catalán es el choque entre una idea legítima y su negación, también legítima pero en negativo.
En cuanto a la influencia de los medios (prensa, radio y televisión) en los respectivos espacios públicos, es evidente que los españoles gozan de una mayor capacidad por su doble difusión, mientras que los catalanes se limitan al ámbito regional. El hecho, no menos importante, de que el desconocimiento del idioma catalán sea la norma en el resto del Estado, opera como barrera insalvable para una información simétrica.
Por último, el objeto de mi interés es la sociedad española no catalana que, por otra parte, es de la que tengo conocimiento propio: hablar o escribir sobre lo que se ignora es tarea de estultos, y no es cuestión de contribuir a engrosar un colectivo tan lamentablemente numeroso en nuestro país.
El arte de la persuasión
La irrupción del problema catalán en el espacio público español es un excelente campo para el estudio de los procesos encaminados a moldear la opinión pública de forma favorable a los intereses políticos de los gobiernos. El fenómeno no es único ni aislado, y mucho menos nuevo. Recordemos dos casos ilustrativos: en 1916, Woodrow Wilson es elegido presidente de los EE. UU. tras una campaña contraria a participar en la Primera Guerra Mundial. La presión de la industria armamentística y las expectativas de negocio le llevan, un año después, a declarar la guerra a Alemania. Para obtener la aceptación de la opinión pública norteamericana, se crea el Comité Creel: a través de la propaganda gubernamental, y en solo dos años, Creel y Bernays, entre otros, consiguen convertir «una población pacífica en otra histérica y belicista que quería ir a la guerra y destruir todo lo que oliera a alemán» (Chomsky, 1996).




De forma paralela, y a medida que la Revolución Bolchevique va tomando cuerpo, se desata una nueva ola persuasiva, ahora anticomunista: el "Primer Miedo Rojo". La gran figura del periodismo norteamericano, Walter Lippmann, que hasta esos momentos colabora con la propaganda estatal, denuncia en sus artículos y en su libro Liberty and the News (1920) la sesgada cobertura que sobre dichos acontecimientos hace The New York Times, distorsionando la información (como se cita en Rodríguez, 2012) con  noticias que no son más que el vehículo de las pretensiones y falsedades de una élite contrarrevolucionaria (como se cita en McChesney, 2013).
Este último caso recuerda irremediablemente la campaña mediática desatada contra los grupos políticos de izquierdas surgidos a partir del Movimiento 15-M, muchos de ellos identificados con el independentismo catalán o, cuando menos, con las corrientes favorables al llamado derecho a decidir.




Nacionalismo español
Aunque ahora se les niegue el pan y la sal de una identidad nacional propia, los catalanes siempre fueron vistos desde el lado español como un pueblo diferente y peculiar, hasta el punto de llamarlos coloquialmente “polacos”, no sin cierto tonillo despectivo. La naturalidad con la que la ciudadanía española, en general, asume desde de 1979 todas las legítimas concesiones y transferencias del Estado hacia Cataluña, choca de frente con la intolerancia de nuestros días. ¿Qué ha ocurrido en estos últimos años?
No podemos estar más de acuerdo con la catedrática de Derecho y declarada enemiga de la independencia de Cataluña, Araceli Mangas, en que Rajoy rehusó valorar la opción de un acuerdo político en septiembre de 2012, ocultándose «tras los fiscales, los jueces, el Tribunal Constitucional, el Rey, la ciudadanía española y los empresarios» (Mangas, 2017). Así ha continuado y ahí está la raíz del problema: el Gobierno del PP ha elegido el enfrentamiento.
Para vencer necesita la aprobación popular, como Wilson un siglo antes. Hay que despertar el sentimiento nacional español, dormido desde el último título de la Roja, y embarcar a editores y periodistas en la noble tarea de salvar la sagrada unidad de España, porque Espanya som tots. Todos los gobiernos, sean democráticos o dictatoriales, necesitan el consentimiento de los gobernados. Los primeros, al estar limitados en el uso de la fuerza, se afanan en conseguirlo mediante el control de la opinión pública: «La propaganda es a la democracia lo que la cachiporra al estado totalitario» (Chomsky, 1996, 1998). Rajoy se emplea con ambas.




Los símbolos
Aun sin el águila, la bandera española arrastra el pesado lastre de la Dictadura. El imaginario colectivo la asocia con Franco porque este supo usarla para la propaganda del Régimen. El Gobierno actual ha retomado la idea apelando a una exhibición masiva que ha salpicado de rojigualdas el paisaje urbano de media España. En un país en el que el 36 % de sus ciudadanos confiesa no leer nunca un libro (CIS, 2016), y en el que el fracaso escolar de sus jóvenes solo es menor que el de los de Malta, dentro de la UE (Comisión Europea, 2017), cualquier mensaje racional caería en saco roto.
El símbolo apunta a los sentimientos, atrae emociones y desvía las críticas; seduce a los hombres y los hace solidarios en torno a él, aunque los lleve al matadero. Cuando el poder necesita resultados rápidos, controla las masas a través de símbolos. La construcción de ese espacio simbólico forma parte de la fabricación del consenso (Lippmann, 1922). Para Habermas (1981), este consenso artificial nada tiene que ver con la opinión pública: los medios se han convertido en la correa de transmisión de poderosas élites, para entretener y dirigir a las masas. El filósofo y sociólogo alemán advierte del peligro que esto supone para los sistemas democráticos (como se cita en Boladeras, 2001).
A por ellos
En realidad, los medios españoles no comienzan a tomar en serio la desconexión catalana hasta el 9 de noviembre de 2015, día en el que el Parlament aprueba el inicio del proceso. Y no solo los medios nacionales: La Vanguardia publica el día 10 un duro editorial contra la resolución y anuncia implícitamente el cese de su apoyo soberanista (Pascual, 2016). Hasta entonces se ha relativizado el fenómeno como si se tratase de una burbuja propiciada por la crisis, insuflada por las pretensiones económicas de la clase política catalana y la exaltación de unos cuantos locos independentistas (Boix, 2017).
El discurso mediático nacional es cada vez más hostil y estereotipado, enmarcando la cuestión en una guerra justa que los demócratas han de librar para defender la Constitución, el Estado de derecho y las normas de convivencia “que todos nos hemos dado”. Causa cierto rubor comprobar cómo con estos latiguillos, que vuelan de boca en boca, se establece una corriente de imitación en la que muchos estrenan nuevo vocabulario. “Es la fuerza de la razón y la ley frente a la barbarie de una minoría que quiere humillar a los españoles y a los catalanes que no desean la independencia”; el Gobierno catalán, que representa a esa minoría de 2 millones de personas, es el enemigo único de la propaganda mecanicista.
Para terminar de deformar el mensaje, el aparato mediático sumiso califica el procés como un golpe de Estado, y a sus promotores ―políticos y líderes de organizaciones civiles― unos golpistas que merecen su escarmiento: el que no está huido, está en la cárcel. En la calle se palpa el pulso acelerado de un anticatalanismo creciente. No son pocos los que piden una buena manta de palos: el Gobierno del PP también les dará ese gusto. Cataluña es ocupada policialmente. A por ellos.


La Policía Nacional carga contra manifestantes durante el referéndum del 1 de octubre en Cataluña                                              AFP


Un periodismo complaciente
Todo esto ocurre en un entorno informativo dominado por la aparente normalidad que impone una lógica de causa-efecto. Bajo este esquema de la realidad, los periodistas, jefes de redacción y editores, atados al poder, a sus intereses y a sus propios prejuicios ideológicos, seleccionan, elaboran y publican un sucedáneo informativo (tanto escrito como gráfico) al servicio de la propaganda política. Al plantearles estas cuestiones, los periodistas tienden a justificarse en lugar de hacer autocrítica sobre su dependencia del sistema político y la debilidad frente a presiones económicas. Paradójicamente, hay cierto acuerdo en la necesidad de mejorar la independencia y el pluralismo del periodismo político en España (López-Rabadán y Casero-Ripollés, 2014), lo que se antoja difícil con la precariedad laboral que sufren muchos y la debilidad económica de los medios.
Las críticas de la prensa y de los medios digitales nacionales más próximos ideológicamente al Gobierno hacia las subvenciones oficiales de periódicos catalanes son agrias y constantes, particularmente contra El Periódico de Catalunya, considerado cercano al proyecto independentista (Llorca, 2016). Una vez más, parcialidad y doble moral: tanto La Razón de Ansón y Marhuenda como Libertad Digital de Jiménez Losantos reciben mucha más publicidad institucional que otros, a pesar de tener audiencias sensiblemente menores (Ejerique y Sánchez, 2016; Lobo, 2017).
La crisis económica no puede ser el velo que oculte todas las disfunciones. No es excusa para que el periodismo español deje de cuestionarse el papel de los medios nacionales en la cada vez más débil identificación de los adolescentes catalanes con España, e incluso con la UE en relación a los jóvenes españoles (Wilson-Daily, Barriga y Prats, 2017). No es argumento para hurtar información sobre los planteamientos de expertos jurídicos que sí contemplan una reforma constitucional justa y positiva para todos, en la que Cataluña encajaría sin traumas ni rupturas (Ramió, 2014).
Los periodistas no deben seguir instalados en el mismo nivel que los grupos de intereses cuyos voceros dinamitan la convivencia con mensajes apocalípticos que anuncian la ruina de Cataluña, reducida poco menos que a la indigencia, sin prestaciones sociales, sin bancos y sin comercios (Bosch y Nagel, 2015). Son los mismos que celebran la fuga de empresas pero no hablan del Real Decreto-ley 15/2017, de 6 de octubre, «de medidas urgentes en materia de movilidad de operadores económicos», con el que Rajoy facilita la fuga, sin mencionar en el texto a Cataluña para que nadie piense en represalias. Un cinismo sin parangón. En el resto de España, muchos se frotan las manos obscenamente.


Real Decreto-ley 15/2017, de 6 de octubre, de medidas urgentes en materia de movilidad de operadores económicos / FUENTE: BOE


En cuanto a la opinión, frente a la sana obsesión anglosajona de separarla de la información, el panorama patrio es un popurrí en el que todo vale. A los consagrados líderes de las grandes cabeceras, viene a unírseles una variopinta pléyade de políticos, académicos, intelectuales, artistas y expertos, con el denominador común del no es no a la independencia. Poco lugar queda para la ecuanimidad en unas páginas de opinión preñadas de piezas doctrinales, dogmáticas, combativas y apologéticas. Para lo que sí hay espacio en este flashback decimonónico es para practicar la agitación, no solo pidiendo el 155 vehementemente, por ejemplo, sino lamentando que su aplicación no sea más contundente (Trujillo, 2017).
Propaganda moderna
Todas estas asociaciones entre poder político, aparato mediático y personalidades relevantes con prestigio o simpatía para las masas están basadas en el mutuo beneficio y de ninguna manera son casuales: es la propaganda por “simbiosis”. Su máximo exponente es la manifestación unionista del 8 de octubre en Barcelona, encabezada por el Nobel de Literatura, Vargas Llosa, y el popular García Albiol. El País publica íntegro el discurso ultranacionalista español del escritor peruano, y RTVE transmite las casi tres horas de manifestación con una producción que se ajusta perfectamente a la teoría de la performance: un evento dramatizado en público, que la televisión convierte en acontecimiento mediático con el fin de generar un hecho histórico con el que puedan identificarse las masas (Corrales, 2014). La imagen es un potente elemento comunicativo, capaz de generar la creencia de que lo que no sale en pantalla no existe, y de crear la ilusión de que, por sí sola, la visión de un acontecimiento «es suficiente para darle todo su significado» (Ramonet, 1998).


Cabecera de la manifestación españolista del 8 de octubre de 2017 en Barcelona                                   FUENTE: elconfidencial.com


De la ancestral fascinación que las historias provocan en el ser humano nace una sutil pero eficaz propaganda, el storytelling: «el arte de contar historias convertido en el arte de la manipulación, una nueva arma de distracción masiva que los políticos utilizan para vender sus mensajes al público» (Salmon, 2008). Algunos autores señalan que con la narración se camufla la realidad y se atrae la adhesión del receptor (Gómez y Pérez, 2009). El País, por ejemplo, usa la metáfora de la relación de pareja entre España y Cataluña, en la que no hay derecho a la separación; El Mundo narra un viaje en el que la independencia es un abismo y la nada (Moragas-Fernández y Capdevila, 2017). Este diario publica en claves narrativas la noticia del intento de quemar una bandera española, colgada de un balcón, en Barcelona: Cristina, la dueña, es una mujer fuerte, una patriota que sufre un duro golpe a manos de unos malvados terroristas. Rajoy y Albiol la llaman, se ofrecen para lo que necesite y lo cuentan en Twitter (EFE | El Mundo, 2017). En realidad, casi no hubo daños.


Portada del libro Storytelling: la máquina de fabricar historias y formatear las mentes, de Christian Salmon  /  FUENTE: Librería Communitas


Punto y seguido
El 21-D confirma los 2 millones de independentistas y es una tremenda bofetada democrática al Gobierno español: 4 millones de ciudadanos (el 86 % del electorado) quieren al PP fuera de Cataluña y casi lo expulsan del Parlament. No aceptan la prepotencia de Rajoy ni los encarcelamientos, los palos de la policía o el golpe del 155. Tampoco quieren a la CUP. Excepto, quizá, por el apoyo a Arrimadas, el nuevo estandarte del establishment mediático, podría afirmarse que l'opinió pública catalana resiste a la propaganda nacionalista española y a la radical propia. Una admirable lección democrática, que no es la primera: tengo la convicción de que si no hay que lamentar ―a día de hoy― grandes desgracias personales, solamente se debe a la conducta ejemplar de la ciudadanía de Cataluña.


Primera Enmienda de la Constitución de los EE. UU.                                                                          FUENTE: Díez de Velasco

Al suroeste, muchos perros rabiosos siguen ladrando. El «rebaño desconcertado» de Lippmann (1922) o las masas incapacitadas para «dirigir su propia existencia», de Ortega y Gasset (1930), son síntomas de un fracaso en cadena del periodismo, la opinión pública libre y la democracia.
Cuando el alma mater de la Declaración de Independencia de los EE. UU., Thomas Jefferson, decía que antes que un gobierno sin periódicos preferiría periódicos sin gobierno, estaba dando claves para la tesis del watchdog (Martínez Albertos, 1994), un centinela que vigila y denuncia los desmanes de los gobernantes y las fechorías de los perros facciosos. Frente a estos, el periodismo debe despertar de un profundo sueño y volver a ser aquel noble perro guardián


© Héctor Muñoz, 2017.



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