jueves, 17 de enero de 2019

Opinión: La mató su mano derecha. (La caída de Susana Díaz).




La mató su mano derecha

HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA



Ya es un cadáver político. Con casi un millón de votos y la victoria en las pasadas elecciones, Susana Díaz pasará a la oposición. Presumiblemente habrá bipartito de PP y C’s. No la tumbó la crisis ni la corrupción de los ERE falsos. Ni las mareas ni los adversarios políticos. Ni los enemigos dentro de su propio partido ni la errática gestión de Pedro Sánchez frente al independentismo catalán, como ella pretende. Desde su llegada a la presidencia ha seguido a rajatabla la metáfora evangélica por la que jamás dejó que su mano izquierda supiera lo que hacía su mano derecha. Y esta la mató.

Su comparecencia la noche de las elecciones es un perfecto resumen de la película de sus cinco años de mandato. “Yo he ganado con la confianza mayoritaria de los andaluces”. Aún se cree una ganadora. Prefiere decir que ha perdido un 7% a nombrar los 14 escaños que le han birlado. Habla del descenso de Adelante Andalucía para dar la sensación de que su derrota es la de una izquierda andaluza que ella —y solo ella— lidera. Es solidaria solo cuando pierde.
Quizá lo que más indigne de su discurso —presumiblemente el penúltimo como presidenta— es la insultante ausencia de un mínimo juicio autocrítico. No pierde 14 escaños por sus políticas ni por estrategias equivocadas. No. La culpa es de los que se quedaron en casa y no fueron a votar. Su engreimiento la lleva a satanizar un derecho constitucional tan sagrado como el de votar: el de no votar.
Suma y sigue. Después de cinco años de hacer política de derechas con disfraz de progresista, resurge la camarada Díaz —aquella revolucionaria que con 17 años ingresó en las Juventudes Socialistas— llamando a las barricadas. ¡Que vienen los nacionales! ¡A las barricadas! De momento, a los de VOX no se les ve apaleando rojos ni quemando herejes; han conseguido 388.000 apoyos y 12 escaños en unas elecciones democráticas. Podrá no gustar su ideología —a mí, nada—, podrán temerse sus intenciones, sí, pero a día de hoy sus derechos políticos son tan legítimos como los de los demás. Son las reglas del juego. Agitar el miedo y tocar a rebato es tan anacrónico en estos momentos como los planteamientos de la extrema derecha. Esto va también por los líderes de Adelante Andalucía, más empeñados en mirar a los de VOX que en analizar de una vez por todas qué diantres le pasa a la izquierda española.



No podía faltar el puntito patético en una comparecencia marcada por el demacrado rictus de la insigne trianera. En un desesperado intento para agotar la última posibilidad de volver a gobernar, apela a las conciencias democráticas de los dirigentes del PP y de C’s para que no pacten con los 12 votos de VOX, esa dorada llave para un gobierno bipartito presidido por Moreno. Esto solo puede interpretarse como una nueva maniobra de distracción porque resulta inverosímil la idea de que Susana Díaz esperara que le dijeran: “Sí, Susana, no pactaremos con VOX, es mejor que formes Gobierno con Podemos e IU, nosotros esperaremos”. Las carcajadas de Casado y Rivera aún resuenan en los bajos del Palacio de San Telmo. A esas horas del 2 de diciembre ya estaba todo el pescado vendido.
Pero ella, tan estupenda, tan soberbia y tan del partido —el mismo que prefirió a Pedro Sánchez en las primarias— ya se ha arrogado el noble papel de ser el “dique de contención de la extrema derecha en Andalucía”. Cinco años tuvo para contener banqueros, especuladores, empresarios codiciosos, aristócratas y terratenientes. Y lo único que contuvo fue el gasto social de los servicios públicos indispensables, a costa de sus profesionales y trabajadores.
Y decíamos que sus gobiernos no hicieron política de izquierdas. Y así es. Hicieron política de derechas disfrazada de izquierdas, una gestión conservadora vestida con un cancán de progresía. Maltratar a los profesionales de servicios públicos vitales como educación o salud no es de izquierdas. Inaugurar resonancias magnéticas mientras las mareas blancas estaban en la calle no es nada progresista. Ni novedoso, ya lo hacía Franco con los pantanos. Cantar mil alabanzas sobre los maestros, los enfermeros o los médicos de la Junta y no cubrir sus vacaciones no es muy socialista que digamos. Tejer unas cadenas de mando en las instituciones públicas con cargos —altos e intermedios— sometidos a un curioso proceso de susanización (aquel consistente en no tener ni una mala palabra ni un buen gesto, parafraseando a José María García) no es ni siquiera un comportamiento socialdemócrata.
Permitir que a los ancianos de Andalucía —sobre todo a los menos pudientes y a los más solos— los cuiden durante dos de las 24 horas del día y faldar de vanguardia en Ley de Dependencia no es nada, pero nada izquierdista. Instituir en los centros sanitarios la figura de un enfermero o enfermera  “de enlace” para terminar medicalizando estos problemas sociales, escondiéndolos en los hospitales públicos o en los privados concertados, no es progresista, no.
Y como la peña se está volviendo más pragmática cada día, ha decidido que para una de derechas con chupa roja de cuero, mejor uno de verdad y bien peinadito. La mano izquierda de Susana Díaz solo asomó en cinco años para su propia propaganda política. Nunca supo lo que hacía la otra.
Y fue su mano derecha la que la mató.




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