domingo, 6 de mayo de 2012

La Síndone y la Manquita




La Síndone y la Manquita

Fe, ciencia y misterio conviven en la exposición que acoge la catedral de Málaga sobre la controvertida Sábana Santa de Turín

Héctor Muñoz, Málaga

Mayo y Málaga hacen una buena pareja. Aún seminublada, la ciudad tiene una luz y un clima que solo pueden ser mediterráneos. En su skyline destaca la torre de su catedral renacentista, huérfana de una hermana proyectada que quedó a medio construir. La Manquita la llaman por ello. En el norte de Italia, más fría y alejada del mar, Turín guarda en su catedral la Sábana Santa, la tela de lino que según unos cubrió el cuerpo de Jesucristo tras su muerte y que para otros es una falsa reliquia. La Síndone, objeto de culto y permanente reto científico, no superado tras más de un siglo de estudios concienzudos, es allí mostrada al público en muy contadas ocasiones. Una réplica perfecta de la misma, realizada por expertos, y un interesante soporte documental constituyen la exposición itinerante que comenzó a finales de febrero en la catedral de Málaga y se prolongará hasta mediados de junio.
Pasar de la tibia claridad azul a la oscura frialdad de un imponente templo provoca una ceguera momentánea que se supera al contemplar tanta belleza y tanta historia. Antes de este sublime momento hay que pagar ocho euros para viajar, con audioguía, a través del tiempo y la incertidumbre. Los pasos resuenan con eco pausado; las voces son susurros perdidos en la amplitud de las altas bóvedas. Un olor familiar, peculiar, a incienso y antigüedad, termina de envolver los sentidos del visitante. El laberinto de doce salas, situadas en el trascoro de la catedral y delimitadas por paneles negros que acentúan la solemnidad del entorno, comienza con la aparición histórica de la tela a mediados del siglo XIV en Lirey, un pequeño pueblo francés, en manos del caballero Geoffroi I de Charny, que muere en la batalla de Poitiers en 1356 sin revelar su procedencia. El misterio está servido, envuelto en la Sábana. Durante dos siglos cambia de dueños, peregrina por diferentes ciudades y se salva de un incendio, aunque una gota de plata fundida del relicario que la contiene plegada perfora sus cuatro capas. Finalmente llega a Turín en 1578 para no viajar nunca más.
Bajo los acordes del órgano de la catedral, que ensaya para el concierto de la tarde, la exposición muestra la sorpresa y la fascinación de Segundo Pía, abogado y fotógrafo aficionado, cuando en 1898 revela la primera fotografía de la reliquia y descubre que se trata de un negativo en si misma. Un niño de doce o trece años, el único entre todos los visitantes, observa con curiosidad una imitación a escala real de la cámara de fuelle usada por Pía. Otros, más mayores, descansan sentados sin dejar de mirar los paneles y monitores que detallan los estudios científicos realizados en el siglo XX. Entre ellos, las investigaciones forenses que explican la crucifixión y cómo los clavos atravesaron las muñecas, no las palmas, destrozando los nervios y provocando la retracción de los pulgares, que se esconden bajo las manos de cuatro dedos que aparecen en la figura de la Síndone.  Casi puede sentirse el terrible dolor y el lento brotar de la sangre aún caliente; sangre humana del grupo AB, sin rastros de pigmentos o tintes que pretendieran falsear la reliquia y engañar a la ciencia moderna.
El momento culminante, para escépticos y creyentes, llega con la datación del lino por el método del carbono-14. Los resultados, publicados en 1989 en la revista científica Nature, no dejan lugar a la duda: la Síndone es una tela fabricada con lino entre los siglos XIII y XIV. La Sábana Santa es una falsificación medieval. Revuelo social. Incluso en la sala parece flotar cierta inquietud, bajo las impresionantes columnas de la catedral, que recuerdan inevitablemente que son pilares de la fe católica.
Pero aún no se ha dicho ni escrito la última palabra, ni mucho menos. En sucesivas salas se muestran otros trabajos realizados por científicos de prácticamente todas las áreas del conocimiento, que cuestionan seriamente la datación por carbono radiactivo: contaminación bacteriana, presencia de pólenes y siluetas de flores autóctonas de Palestina, además de una larga lista de coincidencias históricas que sitúan la Síndone en el siglo I d.C., como una exclusiva réplica del Santo Sudario de Oviedo, que supuestamente cubrió el rostro de Jesús al bajarlo de la cruz, y que muestra rasgos y manchas parecidas a la imagen de la Síndone, o la moneda bizantina Solidus, pieza original acuñada por Justiniano II en el siglo VII, con una cara similar. Antes de llegar al colofón final, se exponen también una serie de objetos, reproducciones unos, originales otros: coronas de espinas, una punta de lanza y un látigo romano con bolas de plomo al final de las correas, códices y documentación sobre los templarios, siempre presentes en misterios sagrados. Un grupo se detiene ante la rigurosa recreación antropológica de un sepulcro judío como el que pudo acoger el cadáver de Jesucristo. El niño mira boquiabierto la imagen del negativo fotográfico de la Síndone, intentando identificar en ella las diferentes zonas anatómicas y sus heridas. Una señora hace un gesto de miedo al contemplar una recreación del cuerpo amortajado.


Última sala. La Síndone a escala real. Majestuosa, se alza sobre la escultura del imaginero y catedrático de la Universidad de Sevilla, Juan Manuel Miñarro, “El hombre de la Síndone”, una obra de arte a medio camino entre la ciencia y la fe. Silencio y admiración. El audioguía calla. Ha terminado la visita sin inclinarse ni sugerir una tendencia ideológica u otra, sólo información bien documentada a través de un extraño teléfono parlante. La Iglesia católica tampoco se ha pronunciado en ningún sentido. “La Sábana Santa es un reto a la inteligencia”, dijo Juan Pablo II en 1998.
Afuera deslumbra el sol que se abre paso entre dos nubarrones. La plaza del Obispo se muestra radiante en un constante trasiego de gente. Invita a sentarse en una de las pocas mesas vacías de sus bares, contemplar la fachada principal de la Manquita y digerir lo vivido. En la puerta de salida, la de San Ciríaco, un matrimonio argentino, científicos ambos, él médico forense, se muestran deslumbrados por el sol y por la Síndone. Sin titubear, se confiesan convencidos de la veracidad de la Sábana Santa por criterios técnicos que consideran demostrados objetivamente, aunque también se reconocen creyentes. Más allá, una señora de mediana edad, también encantada con la exposición, afirma estar segura por su fe. Otra, al contrario, declara sentirse muy decepcionada.
Un curioso dúo musical irrumpe en la plaza. Pepito el cariñoso, “el gorrión de Málaga” como dice apodarse, es un señor de 79 años que canta un flamenco muy particular y baila a lo Chiquito de la Calzada. George, de 55, rumano con ascendencia italiana, acompaña a la guitarra  y entre los dos sacan unos euros para seguir tirando. Ellos no han estado en la exposición ni se lo plantean. “Ni ésta es verdadera, ni lo es la de Turín”,  dice George en una jerga híbrida entre italiano y castellano. “Jesús es el que murió en la cruz, lo demás es cuento”, sentencia Pepito. Después de dos interminables canciones, recogen unas monedas con sus sombreros de ala corta y se van con la música a otra parte.

La tarde avanza en el cielo y en el reloj de la centenaria catedral, que ya se prepara para ofrecer un concierto de órgano y coral. La claridad de este día de mayo se resiste a marchar, pero las nubes no le ayudan demasiado. Sin embargo, una luz ha quedado prendida: ciencia y fe no tienen porque ser excluyentes. La Manquita y la Síndone de Turín se han hecho buenas amigas.

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