domingo, 27 de septiembre de 2020

Opinión: Relaciones laborales


El jefe preocupado

         De cobardías y crueldad


HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA

Pelotas y aduladores siguen existiendo. Pero ya quedaron atrás los tiempos del capataz, del cómitre y de los galeotes, a pesar de que la nueva ola de autoritarismo que recorre el planeta Tierra pretenda rescatarlos.

Decía uno de los miembros de Les Luthiers que la esclavitud no se abolió, que en realidad la cambiaron por ocho horas diarias de trabajo alienante. La afirmación, además de sorprendente, podría ser acertada para el operario que coloca un tornillo detrás de otro o para el trabajador cuya única misión es hacer churros en serie.



Sin embargo, no debería serlo para el acto médico, en el que el profesional necesita el sosiego y la libertad suficientes para indagar, pensar, razonar, deducir y decidir. Cuando el desastre para la integridad física de una persona es factible en poco tiempo o es inminente, el médico de urgencias, particularmente, tiene que completar el proceso a una velocidad muy superior a la de crucero.

No es creíble esa patraña que separa profesionalidad y competencia técnica, de humanidad y trato empático. No es concebible la idea de ser buen médico y no saber ―o no querer― ponerse en el pellejo de la persona enferma y de sus allegados. Es pensar, sentir y actuar en consecuencia.

El médico de trinchera, el que atiende enfermos ―porque hay muchos que menos eso, hacen de casi todo― no trabaja con churros o tornillos, trabaja con personas que ven amenazada su salud, el valor más deseado. Es una idea simple que nuestros gestores siguen sin entender ni valorar. Y además, les importa un ardite.

Pretender robotizar los actos médicos y “homogeneizar la atención” ―¡cómo gusta esta frase entre los grises habitantes de los despachos!― es atentar contra el pensamiento, la libertad y el sano debate entre profesionales que mantienen diferencias de criterios.

A día de hoy y desde hace ya demasiado tiempo, las normas de actuación vienen dictadas desde las zonas administrativas. Algunos de los “expertos” que se dedican a tales menesteres, lo son, efectivamente, en evitar manchar sus relucientes batas con los variados fluidos orgánicos que destilan las miserias de la enfermedad.

«Quiero trasladaros mi preocupación por los tiempos de espera». Cuando en plena pandemia un jefe de urgencias comunica y transfiere a los médicos su pesar por el alargamiento de los tramos cronológicos en la asistencia, es que el asunto goza de especial favor entre sus tareas de gestión.

Las demoras siempre han sido la némesis de todos, o casi todos, los servicios de urgencias. Es una disfunción con muchas patas que fallan al mismo tiempo. En absoluto es únicamente atribuible a los médicos, como parece pensar el jefe preocupado cuando dice a sus facultativos: «os ruego que no demoréis la asistencia».

«Este tiempo es un indicador de calidad de la asistencia a pacientes prioritarios» Esto no es un descubrimiento realizado en cualquier despacho del Sistema Andaluz de Salud (SAS) ni se lo acaba de inventar el jefe preocupado. El propio término ‘urgencia’ expresa un significado íntimamente ligado al crono.

El estrepitoso fracaso en la gestión de la Atención Primaria en Andalucía, las demoras para pruebas de imagen y para citas con los especialistas —que a su vez se pelotean los pacientes entre sí—, y los retrasos en las listas quirúrgicas, provocan una “migración” de pacientes, masiva y continua, a los servicios de urgencias hospitalarios, cuyo acceso es libre, el más libre de todos.

En una entrevista de 2011, para el diario Málaga Hoy, el jefe del servicio de urgencias en aquellos momentos, Guillermo Quesada, afirmó que en más de la mitad de los casos (56%) no estaba justificado acudir al hospital. «Los servicios de urgencias son la entrada falsa del sistema, cuando la entrada correcta es por la atención primaria», afirmó.

El resultado es una mezcla informal de enfermos que necesitan un adelanto del crono, y pacientes que no requieren ningún tipo de asistencia urgente. Separar unos de otros era como purgar lentejas para eliminar las piedras. ¿Cómo solventó el Sistema este dilema? Estableció el triaje a través del programa informático del SAS, el famoso Diraya; desde entonces, de ser mayoría los casos triados como poco o nada urgentes, muchos de ellos pasaron a ser prioritarios. ¡Alehop!

Así, el servicio de urgencias del Hospital Regional de Málaga pasó, de la noche a la mañana, de tener mayoría de pacientes con problemas no urgentes (56% en 2011) a que casi todos fueran prioritarios.

Este hecho tiene un enorme calado político. Poder demostrar, a través de los datos recogidos por Diraya, que en Andalucía solo acuden a urgencias casos justificados, y que tanto la Atención Primaria como la especializada funcionan en niveles de excelencia, podrían ser buenas bazas electorales. Dos pájaros de un tiro. Pero a Susana Díaz no le sirvió para mantener el sillón, ahora sostenido por la extrema derecha, entre otros.

Diraya es mágico, es Joker y Gran Hermano al mismo tiempo. Diraya vigila a los médicos durante su trabajo. En realidad no es un programa-espía; los que transgreden la intimidad profesional del médico y de sus pacientes son los gestores, jefes y jefecillos, que lo tienen instalado en el ordenador de sus casas. Todos los datos médicos de los andaluces están a su merced.

«No es asumible que más del 30% de los pacientes P2 esperen más de 15 minutos a ser atendidos por el facultativo» Los pacientes ‘P2’ (prioridad 2), a los que se refiere el jefe preocupado cuando se dirige a sus médicos de urgencias, son aquellos que, sin tener una amenaza vital inmediata, presentan un proceso patológico muy urgente que requiere la valoración de un galeno en menos de 15 minutos, según los expertos del SAS. Dicha prioridad la establece un Diraya programado para dar prioridades altas, en base a los datos introducidos por un enfermero tras preguntar al usuario e interpretar sus síntomas.

Por tanto, es plausible negar la mayor. Si la premisa principal depende de un software manipulado ad hoc para obtener determinados resultados, y la información introducida depende de la interpretación de un factor humano, como es un enfermero agobiado cuyos intereses personales, en un momento determinado, no coinciden con el rigor necesario para una correcta clasificación, los resultados se antojan espurios. Por ejemplo, es difícil asumir que un enfermo derivado desde la consulta de un especialista, para la que ha estado toda una mañana esperando, de repente sea una prioridad alta en el servicio de urgencias. Por mucho que lo diga San Diraya.

«Este tiempo es uno de los objetivos que tenemos para el próximo año, que más del 80% sea atendido en menos de 15 minutos» Por fin, el jefe preocupado desvela la verdad de sus cuitas. Se trata de la Unidad de Gestión Clínica (UGC), ese engendro ideado para, entre otras cosas, “homogeneizar la atención”. Mediante el establecimiento de unos objetivos pactados con las jerarquías sanitarias —en Málaga y en Sevilla—, y en función del grado de cumplimiento de los mismos, existen unos incentivos económicos para el personal del servicio, incluido el jefe preocupado, que suele ganar más. Para este, además, es un buen trampolín de ascenso a puestos de mayor enjundia en el futuro.

Duele pensar en el 20% restante, los que no entran en el objetivo del 80%, una vez cumplido. Dos de cada diez están condenados por la UGC, al menos, a esperar más de lo que dice el famoso Plan Andaluz de Urgencias y Emergencias (PAUE). ¿Qué será de ese 20%? ¿Está justificado moral, ética y deontológicamente la participación de un médico en esta ruleta rusa? El jefe preocupado y todos los gestores suelen enarbolar la bandera de “lo primero es el bienestar del enfermo”. Uno sabe que esto es una falacia, y lo sabe de ciencia propia en algún caso determinado.

«Os ruego que abráis la historia de Diraya, realizando así el registro al inicio de la atención para que quede constancia». Para quien necesite muestra, he aquí un botón: el objetivo se cumple cuando hay constancia de que el enfermo está registrado. El crono se detiene cuando el médico introduce una frasecita que haga creer a Diraya que está valorando al paciente de verdad. Puede que sí, puede que no. El jefe preocupado respira aliviado. A partir de ahora da igual lo que pase con el ‘P2’, ya está en el bote. Se trata de parecerlo, no es imprescindible serlo. Queda muy claro.

Mientras uno escucha y lee el mismo discurso de los tecnócratas, de forma tan reiterada, sobre objetivos, métrica del tiempo, circuitos diferenciados, prioridades y estructuras funcionales, observa a un afortunado paciente que ingresó al borde del abismo y ahora agradece al equipo de urgencias haberle salvado la vida.

Solo tiene una queja: lleva tres días en el área de observación esperando cama en el hospital. Está lleno de cables, atado a un maldito monitor que pita de forma desagradable cuando se mueve más de la cuenta. No puede levantarse, orina y depone en recipientes de plástico, en la cama, por supuesto. Su familia lo ve dos horas al día y su enfermedad necesita un estudio que no comenzará hasta que no esté en su planta.

En este hospital eso no tiene remedio, por eso el jefe preocupado se preocupa de otras cosas; no le preocupan las demoras que sufren los pacientes y familiares para subir a su habitación, ni las derivaciones inadmisibles que el servicio sigue padeciendo, ni las relaciones con Atención Primaria; tampoco parece preocuparle el trato y la actitud evasiva de una mayoría de especialistas, que quieren bajar a urgencias las menos veces posibles. En este sentido sería mejor decir “residentes de especialidades”, es decir, médicos generales que aún no tienen otro título. Repito: médicos generales a los que les llaman cardiólogo, nefróloga o cirujana, lo que, por cierto, es un tremendo fraude para los usuarios que piensan haber sido atendidos por algún especialista titulado. Algunos —no todos— se permiten el lujo de marear a los adjuntos de urgencias, pidiendo pruebas o sugiriendo otros especialistas: la cuestión es no ver al enfermo. Y para colmo, suelen ser soberbios y pendencieros cuando se les afea su actitud.

Todo esto se padece desde hace años y nadie ha hecho nada, salvo Antonio Rodríguez, el primer jefe de este servicio tras la reorganización de finales de los 80. Pero este nuevo jefe preocupado, que se dirige a sus médicos diciéndoles «os ruego», no ruega nada, no pide nada. Es un “rogatorio imperativo”. El fundamentalismo no es exclusivo de ciertas facciones de terroristas islámicos. Ni mucho menos. Los fundamentalistas son gente de un solo libro y creen ciegamente que lo que hacen es lo correcto.

El jefe preocupado podrá sustentar su gestión en una serie de individuos acríticos, colaboracionistas —que no es lo mismo que colaboradores— y aduladores. Enfrente va a tener a los que no están dispuestos a callarse por costumbre. Si pensaba que después de dirigir el segundo hospital de Málaga esto iba a ser un camino triunfal hacia las más altas cumbres de la dirección sanitaria, errado anda.

Decía el filósofo renacentista Michel de Montaigne, que la cobardía es la madre de la crueldad. El poder, en cualquiera de sus formas, huele el miedo mejor que nadie; y ante el temor de los súbditos se empodera cada vez más.

Sin cobardes, no hay crueles.

 

 

 

 

 

domingo, 26 de julio de 2020

Opinión: ¿Ha llegado la hora de la verdad?




Sí, hablo de Revolución
(Comentarios al debate político de dos nobles ciudadanos)

HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA
Podría deciros aquello de que estamos todos en el mismo barco y tal, o lo otro sobre tirar juntos del mismo carro... Me gusta leer vuestras diferencias ideológicas, tan sanas, legítimas y necesarias para construir sociedad. Sin embargo, en mi opinión, el actual estado de cosas trasciende a la nobleza de vuestro debate.
Me explico: sin ánimo de ser apocalíptico, la muda observación de lo que acontece me da suficientes motivos para deciros que las catástrofes seminaturales, como la pandemia actual y otras, asociadas a los cambios climáticos, unidas a los fenómenos sociales derivados, como el estallido social que se avecina o las migraciones masivas incontenibles, van a desensamblar todo el andamiaje ideológico creado históricamente por unas élites minoritarias para su propio beneficio. Todo ello bajo el disfraz grandilocuente de manidos eufemismos como democracia, estado de derecho, del bienestar, etc.

Cuando una mayoría razonable sea capaz de entender esto y de actuar en consecuencia para despojar sin piedad a los causantes de las miserias, arrebatándoles en justicia todo lo que han robado y los privilegios obtenidos a costa del dolor ajeno, la situación comenzará a cambiar.
Mientras discutimos de asuntos que un día consideraremos marginales, estamos proporcionando, inocente, noble, pero irresponsablemente, la coartada perfecta de los miserables que se esconden entre bambalinas. Sí, hablo de Revolución. Sin vértigo de ninguna clase. No nos han dejado otra.
Y cuando llegue ese día, los codiciosos desearán haber sido justos. Pero para ellos también será tarde.

viernes, 24 de julio de 2020

Opinión: Situación Político-Sanitaria en un entorno pandémico




La Revolución podría haber comenzado

HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA

«Bueno, pues el asunto de los recortes bellacos del SAS en Málaga ya ha llegado a los medios de cobertura nacional. En el vídeo de los informativos de Telecinco se puede ver al director Prieto, sonriente él, recitando disciplinadamente la consigna aquella de “la asistencia está garantizada”.
Se ve que el gerente nuevo está un tanto quemado ya de aparecer en la prensa (o está de vacaciones) y ha debido decirle: “Prieto, hoy sales tú, que se te ve menos que a la mujer del teniente Colombo”. Y ahí tenéis al hombre invisible, al fin».
Esto fue publicado en julio de 2016, un caótico verano desde el punto de vista sanitario. De hecho, fue la punta de lanza para sacar de San Telmo a los pésimos gestores del PSOE. El problema es que los andaluces prefirieron virar a la derecha, a la extrema derecha y a la ultraderecha.
El Vaso Canopo fue un elemento muy crítico con la administración sanitaria local, particularmente en el hospital Regional, y autonómica, como sabrán los que me hacen el honor de seguirlo.
Algún atravesadillo puede estar pensando que el Vaso Canopo calla para no molestar a los reaccionarios que hoy dirigen los destinos de Andalucía; algún iluso afín a estos creerá que el silencio se debe a una magnífica gestión del Sistema Sanitario Público de Andalucía.
Ni una, ni otra. Aparte asuntos personales, la cuestión es que el actual Gobierno PP-C’s, con el inestimable apoyo rottweileriano de la ultraderecha de Vox no lo está haciendo ni bien ni mejor que los otros, que ya es decir. En su mascarón de proa están las privatizaciones masivas. Estos no tienen complejos como sus antecesores.
¿Pero qué ha ocurrido? Al año de estar gobernando llegó la plaga. La pandemia les ha servido, y les sigue sirviendo, como un espeso manto que lo envuelve todo y torna borrosa la capacidad de observación. La anestesia psicológica proporciona a la población el miedo que muestra ante la peste y frena cualquier amago de estallido social. Por el momento.
Por tanto, semiocultos, sin fiscalización y con gran parte de la actividad sanitaria relegada por el Covid-19, los lacayos de Casado, los supervivientes de Rivera y los nostálgicos de Santiago Matamoros creen vivir en una luna de miel eterna. Andan errados, algunos herrados.
El hospital Regional de Málaga sigue con la misma escasez de camas y los pacientes atrancados en el área de urgencias. Como siempre. Un reciente mensaje enviado por un médico de guardia a sus compañeros dice textualmente: «Necesitamos camas… Observación llena y sin camas en el hospital… O eso nos dicen». Una llamada SOS en toda regla. Nada que no conozcamos los viejos del lugar, pero el emoticono horrorizado que acompaña al texto eriza la piel y no precisamente de gusto.



La atención primaria ya enseña la patita: la han dejado sin uno de sus principales atributos en la propia concepción del servicio: la accesibilidad. A este respecto es interesante el artículo en el diario Sur, escrito por Rafael González —médico y alto cargo de CC.OO. en el sector sanitario— sobre la “bunkerización” de los centros de salud.
Juan José Guerrero Castillo es un enfermero de atención primaria muy dedicado a labores de gestión, a juzgar por los numerosos trabajos que ha realizado en este sentido, y que yo he podido encontrar en la red. Este señor afirma categóricamente en un articulito del diario citado: «Las consultas telefónicas se van a quedar». Tal despliegue de certeza solo tiene dos caminos: o se ha tirado un moco o está más cerca de los jefes que de los indios, y sospecho que la opción buena es esta última.
Fuera de Andalucía, concretamente en Navarra, los médicos de urgencias denuncian que la no atención presencial en centros de salud hace que les lleguen los pacientes en peores situaciones clínicas. El Gobierno de Navarra cuenta con mayoría del PSOE; la consejera de Salud es de ese mismo partido, se tiñe el pelo en rojo y se apellida Induráin. Y hace lo mismo que los otros.
El virus nos ha jodido bien, los mercados se encargarán de la vaselina y los políticos andan prestos para el puntazo final. O corremos más que todos ellos o no nos va a quedar ni para sangrar.
La Revolución podría haber comenzado.


miércoles, 15 de abril de 2020

Opinión: los aplausos al personal sanitario.




Lo mejor es que mañana no nos peguen

HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA

Un entrecortado «gracias, doctor», a pesar del lacerante dolor que le provoca la peor noticia de su vida. Un suspiro de alivio al oír la melodía del «todo ha salido muy bien». Esas miradas de reconocimiento. Una sana sonrisa de alegría. Un gesto sobrio, casi reverencial, que delata un agradecimiento infinito. Un emocionado apretón de manos. Una anciana que no está dispuesta a marcharse sin un beso.
Todos esos, y tantísimos más, son momentos únicos que hacen de esta profesión la más bonita del mundo. Es tan honda la emoción experimentada, que el profesional suele sentirse bien pagado. Y lo es. Lo es en la vertiente humana, en el plano afectivo.
La actual pandemia por el COVID-19, y las medidas decretadas por el Gobierno para contenerla, le están proporcionando al personal sanitario de toda España momentos sublimes de agradecimiento por parte de la población. Momentos diarios, absolutamente nuevos, desconocidos, impensables hasta la fecha.
Los aplausos que suenan todos los días en los balcones de este país reconocen el trabajo, adivinan el riesgo y agradecen la dedicación de los profesionales. Son reconfortantes. Son emocionantes.
Pero nadie olvida que se necesita algo más para sobrevivir. Los hijos tienen la costumbre de comer a diario; sus matrículas universitarias no se pagan con aliento. Los banqueros no aceptan ese tipo de moneda. La enorme responsabilidad debe ser remunerada justamente. No es lo mismo trabajar con personas que con cosas. No es igual.
Un enemigo invisible sitúa a los trabajadores sanitarios, cara a cara, frente al vértigo de la parca y, paradójicamente, convierte estos malos tiempos en días de vino y rosas con la población a la que atienden, especialmente para los que llevan muchos años en las trincheras. Hoy es el COVID-19. Antes fueron el SIDA, el SARS producido por otro coronavirus, la Gripe Porcina o el Ébola, por citar unos cuantos.
Todo esto pasará. Seguramente dejando graves secuelas personales, sociales, laborales y económicas. Los más perjudicados, además de los muertos, serán los de siempre, aquellos que ya contaban con pocos recursos para mantener una existencia digna. Dicen que nada será como antes. En algunos aspectos sería deseable.
Un mes antes de la declaración de pandemia por la OMS, el sindicato de enfermería SATSE denunciaba que las agresiones al personal sanitario en Andalucía se incrementaron un 50% en los últimos tres años. Desde la reforma del Código Penal de 2015, estos hechos se consideran un atentado a la autoridad y pueden ser castigados hasta con cuatro años de cárcel.


Esta reforma no contempla como delito las amenazas, injurias, vejaciones y coacciones. Salen gratis. O casi. Como mucho, amenazar de muerte a un médico puede costar 120 euros. Y ello, suponiendo que pueda demostrarse un hecho que se produce en la intimidad de la consulta. Y siempre que el trabajador no renuncie a denunciarlo por miedo a encontrarse una desagradable sorpresa a la salida del centro asistencial.
No deja de ser preocupante que una sociedad necesite ordenar jurídicamente la agresividad de la población contra aquellos que trabajan para cuidar su salud. Por ello son aún más sorprendentes los aplausos de hoy.
El reconocimiento de los ciudadanos es justo y gratificante: refuerza el ego y nos sube la moral. Pero no es conveniente llevarse a engaño. Lo mejor es que mañana no nos peguen.

sábado, 14 de marzo de 2020

Comentario: San Pantaleón (2ª parte)





La insólita peripecia del doctor Pantaleón  (y II)
Médico, mártir y santo.

HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA. 2011 (reeditado 2020)
Escoltado por dos verracos con falda, casco y coraza, Pantaleón aparece al comienzo de un interminable pasillo. Al fondo se intuye la figura del emperador, antaño paciente suyo, ahora impaciente, nervioso y, sobre todo, muy cabreado. Sentado de soslayo, lo espera con una pose pretendidamente distinguida pero definitivamente afectada, la misma que aún, en nuestros tiempos, podemos observar en políticos, cátedros, jefes de cualquier cosa…
En realidad, Diocleciano le tenía aprecio al médico; de hecho, había intentado negociar su abjuración del Cristianismo para ahorrarle castigos. Por ello, pero de buen rollito, le sometió a cinco martirios con la esperanza, vana, de que al primero o al segundo entraría en razón. Como no fue así, y los leones, para colmo, se declararon en huelga, el galeno es cada vez más popular entre toda clase de ciudadanos, esclavos y libertos, corriendo el relato de su estoica resistencia y de su milagrosa inmunidad, de boca en boca, de casa en casa y de villa en villa. El purpúreo baranda, por el contrario, es objeto de mofa generalizada; cuentan que ordenó ejecutar a dos centuriones víctimas de un irreprimible ataque de risa.
Pantaleón camina despacio, debilitado por los disgustos; los esbirros se acoplan a su paso, sin agobiarlo, presos de un respeto instintivo y desproporcionado a su natural rudeza. A una prudente distancia de la escena imperial le hacen arrodillarse ante el César, ocupado en ese justo instante en comprobar la perfección de su manicura, evitando, cobardemente, la mirada de su antiguo médico y consejero.
«Matando no te comes un chusco Diocle, aquí me tienes, vivito y coleando», debió decirle el galeno con risita burlona. La ira del emperador no puede contenerse ante la chulería del futuro santo, ni frente a los gestos burlones de su propia guardia personal, así que, sin mediar más palabras, le aplica, él mismo, el sexto martirio; con un espadón del quince lo atraviesa hasta tres veces, por el pecho, el abdomen y la espalda. Las heridas de Pantaleón curan en segundos y el médico no palma. El careto del emperador hace época; sorprendido y aburrido, ordena que se lo lleven de nuevo a los calabozos; de camino, manda que capen a todos los que se han descojonado abiertamente.
Vuelve el doctor sobre sus pasos por el largo camino enlosado de mármol y ribeteado con columnas de alabastro; va escoltado por sus guardianes, que ya lo admiran en secreto. Cuentan que uno de ellos le consulta, por el camino, sobre una extraña enfermedad que padece la hermana de uno de los cuñados de su mujer. Sin pretenderlo estaba inventando la Medicina de pasillo, tan común en nuestro actual medio.
Reunido con su Consejo de Sabios, Diocleciano ordena que su cabeza sea separada del resto del cuerpo, para terminar con él y, sobre todo, con el mito. La decapitación será «inmediata, en lugar apartado y momento desconocido para la plebe ociosa». Obsérvese que antes de existir prensa, estos dictadores ya le profesaban pavor a la opinión pública, procurando facer o desfacer a la chita callando.
Los especialistas en la materia no se ponen de acuerdo en si fue decapitado bajo una higuera seca o un olivo muerto, donde, atado, se cargaron finalmente al mártir. Ya podían haber comenzado por ahí, ahorrando tiempo y disgustos innecesarios.
Al fin, el soberbio emperador pudo sentirse triunfador. Tres años después liquidó a Vicente, y sus hermanas, Sabina y Cristeta, santos de  Ávila. Se había venido arriba con el subidón de matar a Pantaleón. Poco le duró: no mucho tiempo después, la enfermedad y la depresión lo van minando inexorablemente. La cohorte de médicos que le atiende está compuesta, básicamente, por una manada de ignorantes charlatanes; los pocos galenos de verdad, discretos, acostumbran a callar por no molestar.
Murió Diocleciano con la certidumbre de haber acabado con Pantaleón, pero no podía estar más equivocado; cuenta la leyenda que la sangre del santo hizo brotar los frutos del árbol (brevas o aceitunas, ¿qué más da?). Sus reliquias fueron coleccionadas y repartidas por medio mundo conocido.
Su sangre, dicen, se conserva en una ampolla de cristal en el Monasterio de la Encarnación, en pleno centro de Madrid, cerca del Palacio Real. Todos los días 27 de Julio el incombustible San Pantaleón obra su milagro: su sangre, que durante el resto del año es costra milenaria, se licua para volver a coagular 24 horas después. Dicen los más agoreros que tan malo es que no ocurra lo primero como que no vuelva a cuajar pasadas las 24 horas de rigor. Relacionan acontecimientos históricos como la Primera Guerra Mundial o nuestra Guerra Civil, sin ir más lejos, con estos sacros caprichos. Mala onda, pues, si no se produce este milagro anual.



Sangre de San Pantaleón. Monasterio de la Encarnación. Madrid

Acuciado por una insana curiosidad, decidí visitar el Real Monasterio de la Encarnación, una construcción renacentista auspiciada por Margarita de Austria, reina de España y consorte de Felipe III. Efectivamente, allí guardan el precioso fluido rojo del mártir en una pequeña urna que, paradójicamente, no goza de un lugar privilegiado en la colección de reliquias. Confundida entre mil objetos de culto, la sangre de San Pantaleón, médico y mártir, espera su particular protagonismo histórico cada 27 de julio.
Habrá personas que no crean el fenómeno Pantaleón. Nada que objetar. Uno duda también, y mucho. Como también dudo de esos profetas contemporáneos procedentes de cualquier máster impartido por interesados chamanes de la sanidad pública y de la política en general; liberales de corbata o silicona, modernos de pacotilla y escoria de la profesión más noble; mal que les pese, nunca podrán suplantar a los profesionales desde sus despachos, tan alejados de las trincheras y tan próximos a su propia incapacidad (a su ignorancia, al fin y al cabo), porque ni saben curar, ni sanar, ni mejorar, ni aliviar siquiera a aquellos a los que falsamente dicen defender. Porque ni les interesa, ni les importa. Hay demasiados Dioclecianos y pocos Pantaleones. Somos pocos, sí, pero con una mala hostia que te cagas



Comentario: San Pantaleón





La insólita peripecia del doctor Pantaleón  (I)
Médico, mártir y santo.

HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA. 2011 (reeditado 2020)
Hijo de médico pagano y de madre cristiana, nace Pantaleón a finales del siglo III en una ciudad de la actual Turquía, aún bajo un Imperio Romano que ya en esos momentos, particularmente en nuestra Hispania, comienza a verle las orejillas al godo, que se remueve inquieto por aquí y por allá.



Turco, de buena familia y con posibles, se cultiva en letras y estudia Medicina, con gran éxito académico y aún más profesional, llegando a ser galeno personal del mismísimo César.
El doctor Pantaleón no es ajeno a la corriente del Cristianismo, que ya se extiende por el Imperio, imparable, alcanzando las capas más privilegiadas de la sociedad romana. Tras ciertas dudas y devaneos, decide finalmente abrazar como propia fe este culto religioso, que es el de su madre. Pantaleón está irremisiblemente resuelto a defender y mantener sus creencias, decisión que terminará dándole algún quebradero de cabeza, nunca mejor dicho porque será decapitado públicamente el 27 de julio del año 305 a sus 29 años de edad.
La leyenda dice que dedicó su atención preferentemente a los pobres (a los que incluso regaló la herencia de su padre) y que obtuvo curaciones milagrosas, algunas de ellas auténticas resucitaciones, como la de un niño fallecido tras la mordedura de una serpiente. A falta de antídoto, una de dos: o fue un médico pionero en técnicas de Reanimación, de gran pericia, o realmente se trató de un milagro, en cuyo caso nada hay que objetar, por una simple cuestión de respeto hacia aquellos que profesan cualquier tipo de fe religiosa. Otra cosa es que uno se lo crea o no, que para eso están la mitología y la épica, para disfrutarlas, y si es posible, con la distancia intelectual suficiente para poder maniobrar, de una forma crítica y en un momento dado, entre la ingenuidad y el escepticismo, entre la imaginación y la razón.
Sea como fuere, la cuestión es que alguien denuncia su condición de cristiano militante y de poco le van a servir su arte y sus dones. Resulta llamativa la idea de que, desde el Homo Habilis, encaramado a los árboles hace más de dos millones de años, siempre hayan existido chivatos y lengüetones; por uno de ellos (un médico envidioso, según alguna fuente histórica), lo trincan una calurosa mañana de verano y le dan a base de bien.
Seis martirios, seis, le infligen al bueno de Pantaleón, a saber: el primero, a modo de entremés, aplicarle plomo fundido, que debe quemar una barbaridad. Inmune a esta putada, vuelven a intentar achicharrarlo sin piedad con fuego directo —tonterías las precisas—, pero solo consiguen chamuscarlo un poco. Tampoco les resultan exitosos el ahogamiento por sumersión en agua salada ni los estiramientos forzados para descoyuntarlo en el potro. «A este no hay huevos de matarlo», exclama el jefe de los pretorianos, desesperado por la resistencia del galeno. «A las fieras», añade su lugarteniente, un odioso patricio venido a menos.
Días después, con el circo abarrotado y una enorme expectación, la plebe se acomoda para presenciar el descarnamiento del futuro santo a merced de los hambrientos leones traídos del Kalahari. Podemos imaginar el palco presidencial, con el emperador Diocleciano muy relajado y acompañado de su séquito. Bajo un ensordecedor ruido de trompetas, vuvuzelas, cornetas y tambores triunfales, sacan a la arena al pobre Pantaleón, debilitado por tanto castigo y deslumbrado por la luz del sol mediterráneo. Ya solo queda abrir las jaulas de los bichos para que comience el show; se podría decir que hace 18 siglos ya era costumbre de la administración exponer los médicos a las masas sedientas de sangre, en su propio beneficio.
Más recientemente, en el siglo pasado, un prócer llamado Alfonso, Guerra de apellido, prometió en un mitin que no descansaría hasta “verlos en alpargatas”. Aunque de origen egipcio, curiosamente este tipo de calzado fue particularmente desarrollado en Roma y perfeccionado en la Edad Media por los árabes (albarga o albargat). Ignoro si el político en cuestión se ocupó de documentarse sobre el término, pero me inclino a creer que se refería a esa humilde prenda de nuestros días, desgraciadamente asociada a la pobreza, a la miseria, al campo y a aquella puta guerra más lo que vino después de ella.
Retrocedamos de nuevo 1706 años: ese circo, ese calor, ese Pantaleón agobiado, esas jaulas que se abren… Sorpresa y decepción: ¡los felinos deciden no salir a la arena! Igual no les apetece, con la que está cayendo (42ºC a la sombra), o lo mismo estaban hartos de comer carne cristiana. La cuestión es que el hecho, insólito, de no querer papearse al mártir llama la atención de la chusma, ya conocedora de la tozuda resistencia a todo tipo de tormentos de este peculiar facultativo de la Edad Clásica. Un murmullo de admiración recorre la grada y no hacen la ola porque aún no está inventada.
El caso es que han de cerrar las jaulas con los felinos sin haberse estrenado. Un soldado se lleva al reo, que no da crédito: «me vais a matar, pero de un susto, cabrones», se le oye musitar entre dientes. El César Imperator, muy mosqueado, desesperado y celoso de la creciente fama que está adquiriendo nuestro estoico galeno, decide afrontar el asunto como una cuestión personal: «¿A esta rata ¿quién la mata?». De inmediato toma dos decisiones: la primera, cargarse a los leones de mierda que lo han dejado en tan incómoda tesitura ante miles de espectadores sedientos de morbo-gore, y de paso a sus cuidadores. La segunda, tomar el mando de la situación y asesinarlo del tirón, sin más miramientos; una ejecución ejemplar que disuada al populacho de cualquier idea revolucionaria.
Y así, el Dr. Pantaleón es llevado hasta Diocleciano.

(Continuará)





domingo, 2 de febrero de 2020

OPINIÓN: SOBRE UN CURIOSO POST EN FACEBOOK




¡Exquisit!
HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA

El post en Facebook no tiene desperdicio y es digno de un análisis lo más desapasionado posible. Y créanme que son mi intención y mi vocación las que me guían por la senda del más profundo respeto a las diferentes ideologías y creencias.


La imagen que preside la publicación, cuya fuente es la Fundación Nacional Francisco Franco, es la del escudo preconstitucional —el que simbolizó la Dictadura militar franquista— sobreimpreso al Decreto que lo legitimó, publicado en el Boletín Oficial del Estado del 3 de febrero de 1938, y por tanto en plena Guerra Civil española. La disposición está firmada en Burgos por Francisco Franco y el entonces ministro de Interior, Serrano Suñer.
Cuatro “me gusta” apoyan el documento publicado: Victoria Páez Rodríguez, Lola Islam Islam, Antonio Antonio España Valiente y Mónica González Pena, a los que no tengo el gusto —digámoslo así— de conocer personalmente.
El hilo discursivo esperado no podía ser otro que una encendida apología patriótica del símbolo franquista y de la Guerra Civil durante la cual se decreta su validez y posterior vigencia; una vigencia prolongada puesto que los firmantes de la  disposición resultaron ser, a la postre, claros vencedores de una sangrienta contienda que duró casi tres años tras el levantamiento militar que la desencadenó.
Pero ¡oh sorpresa! Nada más lejos de lo esperable, a tenor de los comentarios generados: Mónica González Pena, que dice residir en Vigo, según su propio perfil público, muestra su grata sorpresa por una foto de Felipe VI en un despacho del Corte Inglés, empresa privada de todos conocida. El titular de la página, Felipe Delgado Prieto, no termina de entender la sorpresa de Mónica, ya que para él «en cualquier país civilizado sería lo más normal del mundo tener una foto del Jefe del Estado». Corte Inglés incluido.
Mónica debe ser rica y se viene arriba en el siguiente comentario: «Pero España es así ..., hay un odio visceral a la gente rica por parte de los no ricos». Da la impresión de que hasta le cuesta escribir el término pobre. A partir de ahí, se descuelga con un relato sobre la Universidad de Santiago de Compostela a la que compara con un nido de rojos resentidos, enfermos de odio hacia los que profesan idearios diferentes, y con una cantera de feministas radicales que portan azadas en sus manifestaciones.
Lo que no me termina de quedar claro después de este dislate intelectual es si estos son los mismos que quieren cerrar las heridas de la Guerra Civil aboliendo la Ley de Memoria Histórica y olvidándose de las fosas comunes y las cunetas de esta su España. Todo ello en aras a conseguir la reconciliación definitiva de aquellos dos bandos enfrentados.
Y qué mejor manera de plasmar estos nobles deseos, que recordando toda la simbología franquista y falangista, y las insignes rúbricas del dictador y del filonazi —a la par que ligerillo de cascos— Serrano Suñer, cuñado de Carmen Polo.

¡Exquisit!


lunes, 6 de enero de 2020

Opinión: Una sentencia y dos escándalos




Una sentencia y dos escándalos



HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA

Nuevo y tremendo ridículo de la justicia del Estado español. El Tribunal de la UE reconoce la condición de eurodiputados para Puigdemont, Comín y Junqueras, y por tanto su inmunidad. Vienen a decir los magistrados de la UE que nuestros juececitos y fiscalitos, en su ciega cruzada antiindependentista, han mantenido a Oriol encerrado injustamente porque, al menos, debería haber salido para recoger su credencial como europarlamentario. Era su derecho, un derecho sagrado, por cierto, en los países verdaderamente democráticos, que no es el caso de Españñññña. Aquí todo eso es de boquilla. Mucha patria y escasas luces.


Y si las hostias no eran suficientes para Llarena y compañía, los jueces belgas acaban de dejar sin efecto las euroórdenes que pesaban sobre los exiliados —sí, exiliados— Carles Puigdemont y Toni Comín para trincarlos y ponerlos en manos del Supremo, que ahí les tienen ganas. Sobre todo al expresident. De momento, ambos pueden ya viajar libremente por los caminos de la UE. Y ambos estarán en Estrasburgo, en el pleno del día 13 de enero, sentados en sus escaños. Tan ricamente.
Y todo ello, a pesar de las escandalosas tretas de las derechas europeas, incluida la patética cartita de C’s al presidente de la Eurocámara, para impedir que los eurodiputados catalanes independentistas, elegidos legítimamente, ocuparan sus escaños. De hecho, les impidieron la entrada. Burdas maniobras de corte mafioso, con el expresidente del Parlamento europeo, el italiano Antonio Tajani, en el centro de la conspiración. Este personaje es muy amigo de Silvio Berlusconi, del que fue fiel correligionario en el partido derechista Forza Italia. De casta le viene al galgo el ser rabilargo.
Al sur de los Pirineos también se cuecen habas. Los ruidosos ladridos de la derecha pueden oírse desde el mismísimo Monte Perdido. Y no lo digo por los de Vox, a los que no suelo dedicarle demasiadas palabras, habida cuenta de la planitud que sufren sus ideas. Deben estar relinchando en su particular neoreconquista.
El que sí ladra, y mucho, es Pablo Casado. Su incompetencia tiene ahora un duro rival para llegar a ser grandiosa: su cinismo. Se ha dedicado estos últimos días a presionar sin mesura a la Abogacía del Estado. Vierte sospechas sobre la institución, luego advierte que no trata de insinuar nada y termina adulando a esos grandes «pofesionales». Lo más sangrante del caso es que olvida que el pasado mes de junio, la Abogacía ya se manifestó favorable a que Junqueras recogiera en Bruselas su acreditación.
Le viene largo todo esto. No es igual ser el pelota del jefe, que el jefe mismo. Le vendría bien desempolvar el uniforme de la OJE y retomar las excursiones, con trote militar y al son de “Caminos de mi España”. A ver si consigue ascender ahí, porque se quedó en flecha.
Se ha mimetizado tanto con los que relinchan, que su discurso es idéntico al de la extrema derecha. En realidad, el PP de Casado y de la marquesa Cayetana es extrema derecha; un flecha y una aristócrata, juntos en la bancada Popular del Congreso. Ni el matrimonio consigue formar una pareja tan pintoresca.
El caso más sorprendente lo protagoniza, sin embargo, Inés Arrimadas. Huérfana de su mentor, se la ve desbocada. Aún no ha digerido la catástrofe del 10-N: En menos de 7 meses, C’s perdió 47 escaños y casi 2,5 millones de votantes. Ahora, con diez diputados sigue creyéndose la reina del mambo. En su delirio presiona a la Abogacía del Estado y propone pactos “de Estado” a Pedro Sánchez. Todavía no se percata de que con lo que tiene no llena ni una tasca de mala muerte.
La portavoz de C’s en el Congreso de los Diputados padece una preocupante dolencia: antiindependentismo obsesivo. Roza lo patológico. Su resentimiento está dibujado en su cara y en cada una de sus poses. La nueva estrategia de esta singular política es sembrar la discordia dentro de las filas del PSOE, llamando a la disidencia de sus militantes y dirigentes, en nombre de una “reacción patriótica”.
Con ese popurrí de desatinos que transitan desordenadamente por su materia gris, debe figurarse una especie de rebelión psoecialista que deponga a Pedro Sánchez. Tras el asalto, a lo Juana de Arco, Inés lo llenará de esa gracia celestial que le ha sido concendida y será redimido de esas tentaciones para pactar con Pablo Iglesias, Gabriel Rufián y esa interminable horda de desalmados que solo quieren romper Españñññña.
Cuando despierte del sueño, seguirá teniendo nueve compañeros de escaños y comprobará que ni los “barones” autonómicos del PSOE, a los que ha apelado compulsivamente todos estos días, le hacen puñetero caso. Salvo Alfonso Guerra, que a la vejez, viruelas. En realidad, no es que a los líderes del PSOE les caiga bien el coletas, no; es que entre el coletas y el flecha no hay color. Al menos, de momento.
Además de ladrar, los perros también saben morder. Si el euroescándalo ocurrió hace unos meses, en tierras de herejes —que diría Pérez-Reverte—, el de la Junta Electoral Central (JEC) lo perpetran en su sede de la Carrera de San Jerónimo, el pasado día 3. Es la tarde previa a la primera sesión de investidura, prevista para la mañana siguiente. A esas alturas ya es público que Sánchez e Iglesias han firmado el acuerdo para un gobierno progresista de coalición, que el PNV votará favorablemente la investidura del líder del PSOE, que ERC se abstendrá para facilitarla y que es más que probable que EH Bildu haga lo mismo.
Las cuentas salen y el Gobierno de coalición de izquierdas tiene todos los visos de realidad. Salvo catástrofe o… acontecimiento inesperado. Sobre las 6 de la tarde aparecen los primeros titulares en los diarios digitales: “la JEC inhabilita a Torra, a pesar de no tener condena firme, y resuelve que Junqueras no puede ser eurodiputado”. Lo hacen sin vaselina pero con una diligencia y una rapidez, que resultan inéditas en la larga historia de la burocracia española, esa que tan brillantemente retrataba Larra en sus artículos, y que a día de hoy sigue vigente a pesar de la Era digital.
Y todo ello a 15 horas de un acontecimiento político crucial y con media España de vacaciones. La JEC estima los recursos interpuestos diez días antes por —¡cómo no!— PP, C’s y Vox para inhabilitar a Torra y despojar a Junqueras de su legítimo escaño en Europa. ¿Tanta prisa había? Y si así era ¿por qué no se hizo antes? Más pistas: de los 13 vocales de la JEC, 8 son magistrados del Tribunal Supremo. Todo queda en casa. Todo va cuadrando.
Se teme la reacción de ERC. La investidura de Sánchez y el Gobierno progresista, vuelven a estar en el aire, pero los republicanos mantienen decididamente su acuerdo, de manera noble y sin ambages. Hoy, que tan de moda está llamar golpe de Estado a cualquier rifirrafe, el president Torra no ha querido ser menos y ha denunciado «la puesta en marcha por el Estado español de un nuevo golpe de Estado contra las instituciones catalanas».
Yo prefiero llamar a estas acciones una felonía más del nacionalismo español, y en este caso no solamente contra el independentismo. El  efecto  buscado es una carambola a tres bandas. La primera, provocar un terremoto político en las filas soberanistas e inducirles a retirar el apoyo a la investidura del candidato Sánchez. Sin presidente no hay coalición, y sin gobierno no hay legislatura. Nos abocarían a unas nuevas elecciones en las que la derecha esperaría recuperar escaños por su tendencia ascendente entre mayo y noviembre, exceptuando la catástrofe de C’s. La segunda consiste en joder más a los catalanes, impedir la acción política de Torra y Junqueras, y desestabilizar aún más al Govern y a otras altas instituciones de Catalunya.
Con todo, la tercera es el objetivo principal, el primum movens. Se trata de evitar a toda costa un gobierno progresista y valiente, que sea capaz de reorganizar los tramos fiscales para que las grandes fortunas y los abultados ingresos de ciertas actividades demasiado desreguladas, contribuyan de manera real, proporcional y progresiva al bienestar común. La manada reaccionaria y todo un aparato judicial que ya está claramente identificado como auténtico poder fáctico, van mucho más allá: no quieren a Pablo Iglesias en el Gobierno de España. Así de simple. Y desprecian con insultos a los representantes en el Congreso de los más de 11 millones de españoles que apoyaron con sus papeletas al PSOE, UNIDAS PODEMOS y a todos los partidos que quieren para este país un gobierno de progreso, diálogo y políticas sociales.
No quieren ni pensar en una derogación de la 'ley mordaza' o de la reforma laboral. ¿Qué más les dará ellos que apaleen y encierren a los jóvenes manifestantes? ¿Qué problema tienen con la esclavitud laboral de millones de jóvenes? ¿Qué les importan las condiciones laborales de profesionales hipercualificados en edades próximas a la jubilación?
De entre todos los analistas políticos que he podido leer, ver o escuchar estos días, ha sido uno de los comentarios del director adjunto del diario La Vanguardia, Enric Juliana, el que define a la perfección el vergonzoso escándalo de la JEC: «Grandes maniobras contra la investidura de Pedro Sánchez: Mecanismos profundos del Estado están intentando boicotear la candidatura de Pedro Sánchez a la Presidencia del Gobierno».




Habrá más sentencias porque en realidad a la oronda derechona no le interesa resolver el conflicto catalán y pretenderá eternizarlo en las instancias judiciales. Habrá más escándalos porque llevan la palabra trampa grabada en su ADN. Crucemos los dedos para que no pongan francotiradores apostados cerca del Congreso. Mañana se despejaran todas estas dudas.