Las dos miradas de Ucrania
Kiev se convierte en rehén de la
Unión Europea y de Rusia, enfrentadas por la hegemonía del Este de Europa en una reedición de la Guerra Fría del siglo XX
HÉCTOR MUÑOZ. Málaga
La historia
reciente de la vieja Ucrania está vestida de rojo. Roja soviética durante siete
décadas. Roja de sangre en una guerra civil desatada en 2014 tras los sucesos
del Euromaidán. Con la anhelada independencia de 1991 llega una clase política
corrupta y empecinada en mirar solo hacia el lado de sus intereses. Ucrania, la
fértil Tierra de la Frontera, está atrapada entre una Rusia ambiciosa y
una Unión Europea temerosa. Víctima de sus dirigentes y del juego geoestratégico
de las potencias extranjeras, el pueblo ucraniano ve cómo se quiebra su
aspiración de bienestar dentro de la nueva familia europea sin tener que romper
los lazos con la madre Rusia; sin perder la libertad de poder mantener, altivo,
las dos miradas de Ucrania.
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Un cuarto de siglo lleva
la Unión Europea (UE) intentando conseguir un buen trato con Kiev. El anhelado
Acuerdo de Asociación con Ucrania (AAU), firmado el 27 de junio de 2014, entró
en vigor el pasado 1 de enero, pero de forma incompleta y provisional. ¿Por
qué? En el afán por disputarle a Putin el socio
ucraniano y conseguir un acuerdo, la UE ha mirado hacia otro lado ante las
continuas violaciones de los valores
democráticos por la clase política ucraniana. Solo desde la óptica de
una política exterior centrada en la lucha hegemónica, es factible entender por
qué se firma un tratado en plena guerra fratricida en el este de Ucrania, o
cómo es posible que el AAU se ponga en marcha sin haber sido ratificado por los
28 países de la Unión.
El 6 de abril de 2016 se celebró en los Países Bajos el referéndum consultivo sobre el AAU. La consulta consistió en responder 'a favor' o 'en contra' a la pregunta: “¿Está usted a favor o en contra del Acta de Aprobación del Tratado de Asociación entre la Unión Europea y Ucrania?”. La participación fue del 32,2%, por lo que se le otorgó validez al superar el mínimo requerido del 30%. Con un 61,1% de votos en contra, el AAU fue rechazado por el electorado holandés. Según The Guardian, el primer ministro holandés, Mark Rutte, ha reconocido que, aunque la consulta no era vinculante, tras los resultados del referéndum es políticamente imposible que su gobierno tome una decisión tan impopular como ratificar el Tratado en la forma actual.
El último episodio de este nuevo problema en la historia del AAU ha tenido lugar durante la cumbre que celebraron en Bruselas, el pasado 15 de diciembre, los jefes de Estado y de Gobierno de los países de la UE. Según El País, ante el riesgo de tomar una decisión favorable a los intereses de Rusia, el primer ministro holandés, Mark Rutte, ha pactado con sus socios de gobierno introducir una modificación en el Acuerdo, que permitirá al Gobierno holandés ratificarlo pese a que sus ciudadanos lo rechazaron en referéndum. El añadido al texto original especificaría que el AAU no implica perspectivas de adhesión, que los ciudadanos ucranianos no tendrán derecho a residir en territorio comunitario, y que la UE no dará asistencia militar a Ucrania.
La Tierra de la Frontera
En el idioma eslavo, el término 'Ucrania' significa Tierra
de la Frontera. En su flanco
occidental, limita con cuatro países de la UE: Polonia, Eslovaquia, Hungría y
Rumanía. Al este tiene casi 2000 kilómetros de frontera con Rusia; este dato es
de especial relevancia, ya que el hecho de que Rusia sea el país con el que
mantiene la mayor extensión fronteriza condiciona las políticas geoestratégicas
de las potencias occidentales, particularmente EE. UU. y la UE.
La península de Crimea, situada al sur del
país, domina el Mar Negro desde el norte, en una posición privilegiada desde el
punto de vista geoestratégico. Este hecho es la fuente de las disputas que,
históricamente, han mantenido diferentes países e imperios por dominarla. Para
Rusia, siempre fue de vital importancia por ser su única salida europea al Mar
Mediterráneo; actualmente, tras la
anexión de 2014, Rusia administra y gobierna la península. Este estatus no es
reconocido por Ucrania ni
por gran parte de la comunidad internacional, que lo considera ilegal. La ciudad más importante es Sebastopol, un
enclave portuario en el que se sitúa la base naval que aloja la Flota del Mar
Negro de la Armada Rusa.
El Granero de la URSS
Sus grandes cultivos de cereales alimentaron a la Unión Soviética desde
que en 1922 Ucrania pasara a ser una de sus repúblicas, de ahí que fuera conocida como el Granero de la URSS. Hay dos hechos
históricos sin los cuales no es posible comprender la evolución actual del
conflicto ucraniano: las nefastas políticas de Stalin para la población en los
años 30, y la poca resistencia ofrecida a la invasión nazi en 1941.
Bajo el yugo estalinista, la URSS experimenta
un importante desarrollo de la industria pesada a partir de 1930, sobre todo en
las ricas tierras en minerales del este, población que se ve privilegiada por
esta circunstancia. Muy al contrario, el aparato político soviético culpa a los agricultores ucranianos del sur y el oeste del país de
poner en riesgo el cumplimiento de los objetivos de la industrialización,
acusándolos de acaparar los cereales; se inician las requisas de cosechas, la
expropiación de las tierras y las colectivizaciones
forzosas de los cultivos. La resistencia de los campesinos es reprimida
brutalmente con ejecuciones, encarcelamientos, torturas y deportaciones en
masa. Todo esto, más las
importantes inversiones que se dedican a la industria, a costa de la asistencia
social, origina una crisis humanitaria que acaba con la vida de
cinco millones de ucranianos durante el invierno de 1932-1933, en lo que se
conoció popularmente como el Holodomor, 'la Gran Hambruna', un auténtico
genocidio de proporciones gigantescas.
Ucrania fue uno de los territorios que menos resistencia ofreció al avance de las tropas alemanas durante la II Guerra Mundial, a pesar de ser también uno de los que más sufrió los horrores de la misma. En junio de 1941 Hitler la invade por el oeste. Los grupos nacionalistas ucranianos apoyan la invasión y muchos de ellos se unen a los alemanes en su lucha contra el comunismo soviético. El pueblo los recibe con ilusión, como la salvación a la dura represión soviética. Se respira un antibolchevismo notable, sobre todo en Kiev y en las regiones más occidentales de Ucrania, donde muchos ciudadanos salen a la calle a darles la bienvenida, creyendo que les librarán de la opresión estalinista. La eficaz propaganda de la radio nazi les ha hecho creer que Hitler restablecerá un estado ucraniano independiente, pero pronto se percatan de que entre sus planes no está la liberación: comienzan las deportaciones masivas y las matanzas indiscriminadas, sobre todo de judíos, que en ese momento suponen el 20% de la población. Solo en dos días, más de 33.000 son asesinados.
Ucrania fue uno de los territorios que menos resistencia ofreció al avance de las tropas alemanas durante la II Guerra Mundial, a pesar de ser también uno de los que más sufrió los horrores de la misma. En junio de 1941 Hitler la invade por el oeste. Los grupos nacionalistas ucranianos apoyan la invasión y muchos de ellos se unen a los alemanes en su lucha contra el comunismo soviético. El pueblo los recibe con ilusión, como la salvación a la dura represión soviética. Se respira un antibolchevismo notable, sobre todo en Kiev y en las regiones más occidentales de Ucrania, donde muchos ciudadanos salen a la calle a darles la bienvenida, creyendo que les librarán de la opresión estalinista. La eficaz propaganda de la radio nazi les ha hecho creer que Hitler restablecerá un estado ucraniano independiente, pero pronto se percatan de que entre sus planes no está la liberación: comienzan las deportaciones masivas y las matanzas indiscriminadas, sobre todo de judíos, que en ese momento suponen el 20% de la población. Solo en dos días, más de 33.000 son asesinados.
En 1943, tras la derrota
alemana
en Stalingrado, comienza la recuperación soviética de los territorios ocupados,
entre ellos la península de Crimea, poblada principalmente
por tártaros, un grupo étnico de origen mongol. Según Goncharova, Montaner y Ryzhykov (2014), en 1944 Stalin deporta
a 160.000 tártaros de Crimea —mayoritariamente a Uzbekistán—, acusados de colaboracionismo con el ejército nazi, aunque los datos del Instituto de Historia
de Rusia revelan que solo 20.000 de ellos habían vestido el uniforme alemán. Muchas
comarcas quedan desiertas y son repobladas con campesinos rusos, a los que se
les conceden numerosos incentivos. La población rusa
pasa a ser el principal componente demográfico. Este es el origen del fuerte sentimiento
prorruso que impera en Crimea y que finalmente llevará a aceptar masivamente su
anexión en 2014.
La barbarie de
unos y de otros, y las afinidades de partes de la población hacia los distintos
opresores, dejan huella en la memoria histórica del pueblo ucraniano, como en
la de cualquier otro pueblo masacrado. Sin embargo, a pesar de ello, cuando en
1991 Ucrania consigue su independencia y se disuelve la URSS, la inmensa mayoría de sus ciudadanos
quiere pasar página y mirar con esperanza hacia un futuro próspero y amistoso
con el mundo occidental y con la nueva Rusia, con la que mantiene fuertes lazos
históricos y económicos. Pero todos los actores políticos implicados en este proceso, los
de dentro y los de fuera, se empeñarán en reabrir las viejas heridas y mantenerlas
sangrantes para colmar sus propios intereses.
Hacia la Independencia, pasando por Chernóbil
La década de los 80 del siglo XX es la del reverdecimiento de una de las
corrientes más duras del capitalismo: el neoliberalismo. Con Margaret Thatcher
en el Reino Unido y Ronald Reagan en los Estados Unidos, erigidos en iconos del
poder económico, comercial y financiero, Occidente emprende un viraje destinado
a revertir los logros sociales conseguidos desde el final de la Segunda Guerra
Mundial, con políticas privatizadoras y desreguladoras de los mercados. En la
URSS, con una
ineficiente organización socialista que no sabe adaptarse a la creciente y
pujante globalización del mercado mundial, la economía se resiente
estrepitosamente.
Ucrania no escapa a esta crisis, que se ve
reflejada en un acontecimiento que marcará el futuro de la Unión Soviética: en la noche del 24 al 25 de abril de 1986 se produce el accidente más
grave de la historia de la energía nuclear, al explotar el reactor número
cuatro de la central nuclear de Chernóbil, en el norte de Ucrania, cerca de la
frontera con Bielorrusia y a unos 150 kilómetros de la capital, Kiev. Aunque el
accidente se ha debido a un claro error humano, hay tres factores sociales y
políticos de la URSS que juegan una baza primordial en ese momento: la falta de
una cultura política de seguridad nuclear, la ausencia de una estructura democrática
que provea a la sociedad del control sobre dicha actividad, y la inexistencia
de un órgano regulador, con autoridad propia e independencia, que lleve a cabo
la inspección y evaluación de las instalaciones nucleares. Según National Geograhic, la lluvia
radiactiva fue hasta 400 veces superior a la radiactividad liberada por las bombas
atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki al final de la Segunda Guerra
Mundial. Además de la tragedia humana y las ingentes pérdidas económicas que
supone, Chernóbil genera una crisis política internacional que acelerará la desintegración de un anquilosado aparato
soviético.
Desde 1989, un
movimiento de nacionalistas románticos, liderado por intelectuales procedentes
del ámbito de las humanidades, va cobrando relevancia y visibilidad. En julio de 1990, aprovechando la creciente debilidad estructural de la
URSS, la República Soviética de Ucrania
comienza a dar sus primeros pasos hacia la independencia. La Rada Suprema —el parlamento
aún soviético de Ucrania— aprueba la Declaración de Soberanía Estatal, estableciendo
los principios generales para una futura independencia. El 24 de agosto de
1991, unos días después del intento de golpe de Estado en Moscú contra el
presidente Mijaíl Gorbachov, la
Rada promulga en Kiev la Declaración de Independencia. Aún no tiene carácter
efectivo pero se anuncian un referéndum y unas elecciones presidenciales con
las que concluirá el proceso.
El 1 de diciembre de 1991 se celebran, en el mismo día, el referéndum por la independencia y las
primeras elecciones presidenciales libres desde 1918. El 92% de los ciudadanos
deja clara su voluntad de ser una nación independiente, y el 61,59% vota a un antiguo
miembro del Politburó soviético, Leonid
Kravchuk, como primer presidente de la nueva República de Ucrania. Estas dos
circunstancias, aparentemente contradictorias, demuestran claramente que una mayoría de ucranianos tiene la aspiración de acercarse a Occidente,
muy especialmente a la UE, sin renunciar a la amistad con Rusia. A finales de mes,
Rusia anuncia su separación de la URSS. Gorbachov dimite y entrega el Kremlin a
Yeltsin. El Soviet Supremo queda disuelto. Oficialmente la URSS ya es historia.
La sociedad ucraniana postsoviética
Según E. J. Rodríguez,
periodista especializado en asuntos internacionales y redactor jefe de la
revista Jot Down, tras la independencia una mayoría de ciudadanos aspiraba a un futuro de modernización y progreso,
sin tener en cuenta ni su origen étnico ni la lengua materna. Los ucranianos entendían
muy bien que su bienestar depende de la amistad a dos bandas con Rusia y con
Occidente. Por un lado Rusia es muy importante para Ucrania
porque es su principal proveedor de gas y el primer cliente de su producción
industrial. Al mismo tiempo, Ucrania es clave para Rusia ya que por su territorio
pasan los gaseoductos que permiten a los rusos exportar combustible al resto de
Europa. Por otro lado, la UE es vista como un socio deseable, un importante
mercado al que abrirse, una fuente de inversiones y un referente para la
democratización y normalización política del país.
De una forma esquemática, las dos regiones de Ucrania,
diferenciadas étnica, cultural y lingüísticamente, son la del oeste-centro y la
del este-sur: la primera es principalmente rural, su población es étnica y
lingüísticamente ucraniana, con orientación prooccidental; en el este y el sur
de Ucrania, con mayor proporción de rusos y rusoparlantes (obviamente de orientación
prorrusa), tienen más peso la minería y la industria en general, y los niveles
de renta son mayores. Un territorio clave es la península de Crimea,
tanto por su mayoría de población rusa (60%), como por su importancia
estratégica, ya comentada. Francisco J. Ruiz González, analista y experto
en seguridad internacional y estudios estratégicos, afirma que,
independientemente de los factores que hayan podido contribuir a la
radicalización de las diferencias, el resultado es que la división que sufre
Ucrania representa su principal debilidad geopolítica y la mayor amenaza a su
futuro como Estado.
Para E. J. Rodríguez, las
diferencias son evidentes pero no
determinaron por sí mismas —al menos en un principio— la fractura social que se
ha producido. La corrupción política, con el consiguiente hundimiento de la
economía —y una caída de la renta per cápita hasta ser tres o cuatro veces
menor que la de sus vecinos rusos—, provocó que en los territorios del sur y
del este de Ucrania muchos ciudadanos empezaran a ver la posible reintegración
en Rusia como una posibilidad de optar a un mayor nivel de vida. El sesgo en el
tratamiento mediático del conflicto y la intervención de actores externos
también han jugado un papel polarizador de las diferencias preexistentes. Así
pues, la crisis ucraniana no es un suceso mágico generado de la noche a la
mañana, sino que ha sido un proceso de cocción lenta. ¿Por qué un país que
tenía el deseo compartido de conseguir un mayor bienestar ha terminado
dividido, con facciones radicales violentamente enfrentadas, y sumido en una
guerra civil? Una gran mayoría de ucranianos ha visto cómo se han esfumado esos
sueños, y ahora están atrapados en un país balcanizado y de incierto futuro.
Una clase política corrupta y represora
El conflicto ucraniano está determinado por
una clase dirigente corrupta más
sensible a los intereses propios y de diferentes actores externos, que a los de
los ciudadanos. La corrupción generalizada, la escasa preparación, la
cada vez más acusada radicalización en torno a cuestiones políticas y
económicas —que, en muchos casos, son la fachada de sus intereses personales—,
y una pobre cultura democrática, son otros atributos generales que definen a
los dirigentes de Ucrania desde su independencia. Con estos mimbres, el destino
del país no podía ser otro que el del un Estado fallido, tras su hundimiento
económico y el caos institucional.
Tras la independencia, comienzan las luchas de poder entre la élite
intelectual nacionalista y los herederos del antiguo aparato estatal
burocrático del Partido Comunista, tanto en las instituciones estatales como en
las locales. Ni unos ni otros tienen la experiencia ni los conocimientos
necesarios para dirigir un país con una economía de transición hacia una de
mercado. Las privatizaciones masivas e irregulares de empresas estatales de la
extinta URSS, se convierten en una inagotable fuente de negocios ilícitos para
el enriquecimiento de ciertos grupos cercanos al poder y dentro de él: la oligarquía
ucraniana. La especulación con los bienes materiales, los concursos públicos amañados,
las comisiones ilegales para conseguir licencias, permisos, tránsito de mercancías
en las aduanas, o créditos bancarios en las mejores condiciones, son una práctica
corriente dentro de un ambiente gansteril de grupos mafiosos organizados y conectados
con estructuras estatales, como policía, fiscalía y hacienda. De esta manera, entre
1996 y 2000, aparecen ricos empresarios que eran funcionarios del estado en
excedencia o, lo que es peor, en ejercicio, y cuyas fortunas ascienden a
cientos de millones de dólares.
A la larga, ningún partido político resulta totalmente
inmune al influjo de los lobbies
oligárquicos y plutocráticos. En las más altas instancias del Estado no ocurre
nada diferente: por ejemplo, Yanukóvich procede del ámbito de los funcionarios
locales apoyados por los cabecillas del crimen organizado; Timoshenko surge
directamente de este último y, tanto en los negocios como en la política, es la
mano derecha del también exprimer ministro, Pavlo Lazarenko, rico empresario que,
según datos de la ONU, ha llegado a malversar 200
millones de dólares. El caso de Yulia Timoshenko es particularmente
llamativo: adorada en la Revolución Naranja, fiel aliada de los países
occidentales, particularmente de la Unión Europea, la exprimera ministra se enriqueció en
el ocaso del régimen soviético al fundar una cadena de vídeos en 1989; después
se pasó al sector de la energía hasta presidir una gran compañía. Mientras, su
marido se convierte en uno de los mayores oligarcas ucranianos con la
exportación de minerales, aprovechando la privatización de los activos
estatales de Ucrania.
Prácticamente todos los gobiernos han
intentado callar las voces disidentes con la represión política y los ataques a
la libertad de expresión, no solo mediante disposiciones legales fabricadas ad hoc, sino también por medios ilegales.
La Berkut,
la temida policía antidisturbios, reprimía con brutalidad las muchas manifestaciones
populares de protesta. Las detenciones masivas y los encarcelamientos
arbitrarios, sin ninguna garantía jurídica, fueron habituales. Los
manifestantes han denunciado muchas veces que entre sus filas había infiltrados
policiales que se encargaban de provocar la carga de los antidisturbios.
La censura y los ataques a periodistas han sido otro instrumento de
control por parte del Estado ucraniano. En
septiembre de 2000 desaparece sin dejar rastro el periodista Georgiy Gongadze, muy crítico con el presidente
Kuchma. Su cadáver, decapitado y desfigurado para intentar impedir su
identificación, aparece casi dos meses más tarde a 70 kilómetros de Kiev. Poco después estalla el 'escándalo del
cassette', cuando son publicadas unas
grabaciones en las que Kuchma comenta lo molesto que le resultaba Gongadze y la
“necesidad de callarlo”. En julio de
2001, muere el
periodista Ígor Alexandrov tras
recibir una paliza a manos de unos desconocidos armados con bates de béisbol; investigaba
la corrupción gubernamental y la actividad de las mafias empresariales y
políticas que asolaban el país. En enero de 2002, Tatyana Goriachova, editora del periódico opositor Berdyansk
Delovoy, es atacada por unos desconocidos que le arrojan ácido en el
rostro.
El papel de los medios hegemónicos
El papel de los medios hegemónicos
Los medios convencionales hegemónicos occidentales —y algunos rusos a los
que se tiene acceso por Internet— han abordado la cuestión ucraniana con poco afán
de neutralidad. Salvo algunas excepciones, suelen ofrecer versiones simplistas
de los hechos, sin análisis en profundidad, practicando un maniqueísmo
informativo, según el cual el asunto se dirime entre buenos y malos. Dependiendo
de la tendencia política o las simpatías de cada cual, sitúan las culpas en un
bando o en otro, adoptando partido en cada caso; es una información parcial y
tendenciosa, a la que le faltan antecedentes y contexto, y le sobra un
sensacionalismo que ha llegado a crear un ambiente de estado prebélico a gran
escala mundial.
La forma en la que estos medios
están abordando la crisis política ucraniana es el resultado de la tendencia al
relámpago informativo, en el que el destello del flash deslumbra y dificulta mirar en profundidad. El discurso mediático sobre la fractura interna que dividiría a Ucrania en dos mitades —la
occidental, campesina y europeísta, y la oriental, industrial y rusófila—, y que
sería la causa de todos sus males, ha contribuido en gran medida a ensanchar la
brecha.
Ucrania: rehén de las potencias extranjeras
Ni Rusia, ni la Unión Europea, ni algunos de sus Estados Miembros cuando han actuado de forma
independiente —principalmente Alemania, Polonia y Francia—, ni los Estados
Unidos, están libres de alguna responsabilidad en que Ucrania haya ido
encaminándose al desastre. Cada agente que ha intervenido en la cuestión, bien
por acción, bien por omisión o bien por turbias complicidades, lo ha hecho en
base a sus propios intereses geoestratégicos, económicos, políticos o
ideológicos, casi siempre contrapuestos a los de los ciudadanos ucranianos.
Rusia aplica una
política sutil, con una combinación de recursos de poder duro y de poder blando.
Por una parte, actúa contundentemente en apoyo de la población prorrusa del
este y del sur de Ucrania, con la anexión de Crimea como un hecho ya
consolidado. Por otro lado, abre las puertas de par en par para una eventual
integración de Ucrania en el espacio postsoviético, poniendo de relieve los
beneficios que representaría para la economía ucraniana la entrada en la futura
Unión Euroasiática.
Rusia es el principal
importador de materiales producidos por la industria pesada ucraniana. Si
Ucrania levantase sus barreras comerciales con la UE, Rusia se vería obligada a
proteger su economía de la entrada masiva de productos europeos en su mercado.
La producción industrial de Ucrania perdería su mercado principal, lo que no se
vería compensado por un aumento de las exportaciones agrícolas a la UE, dado el
proteccionismo de la Política Agraria Común (PAC). Este es uno de los grandes
escollos de cualquier acuerdo comercial entre la UE y Ucrania.
Frente a las nulas
garantías por parte de la UE del respaldo económico necesario para adaptar la
economía ucraniana a los estándares europeos, Moscú ofreció claras ventajas a
Kiev con la firma de los acuerdos por los que se concedía un crédito de 15.000
millones de dólares, sin condicionarlo a recortes sociales, y una considerable
bajada en el precio del gas.
El elemento
central de las presiones ejercidas por las potencias occidentales, es la
contención y el control de la hegemonía rusa en la zona. Uno de los objetivos
inmediatos es reforzar el ala oriental de la OTAN, convirtiendo a Ucrania en un
estado tapón entre la esfera de influencia rusa y Europa Occidental. El conflicto de Ucrania y sus divisiones etnoculturales están siendo la
correa de transmisión usada por Occidente para sus propios intereses
geoestratégicos, sin despreciar los intereses económicos, los conocidos y los
ocultos.
De esta forma, el
papel jugado por la UE, de forma global, y por Alemania, Polonia, Francia y EE.
UU., de forma particular, ha sido el de apoyar todos los movimientos de
oposición e insurgencia frente a los diferentes gobiernos ucranianos —salidos
de la urnas, no debe olvidarse este hecho— que han tratado de resistirse a las
imposiciones que Occidente pretende, en nombre de los valores democráticos.
La UE: entre el temor y los intereses
Han sido muchos los
programas de ayuda, planes y acuerdos entre la UE y Ucrania durante el periodo 1991-2004.
La suma total de ayudas económicas y financieras es la equivalente a 1.770 millones
de euros.
Entre 1994 y 1998 se
sientan las bases del futuro AAU. El germen de este es el Acuerdo de Colaboración y Cooperación de 1994.
Sus objetivos son principalmente político-estratégicos.
Es un acuerdo que, por un lado busca soluciones eficientes a los problemas de
seguridad y riesgo de desestabilización de Ucrania, y por el otro, establece
una cooperación económica muy limitada y cuidadosa con los intereses de la UE. La
Declaración del Parlamento Europeo después de su ratificación no deja lugar a dudas:
“El objetivo básico es establecer un diálogo político, en el sentido
amplio, centrado en particular en la seguridad y la estabilidad en Europa.
Teniendo en cuenta el contexto de inestabilidad política debido a la
desintegración de la Unión Soviética, el Acuerdo de Colaboración y Cooperación
busca fortalecer la independencia recién alcanzada y apoyar su soberanía e
integridad territorial”
En lo comercial
solo prevé la liberalización de los productos industriales, limitando el
comercio en aquellos sectores sensibles para los Estados Miembros de la UE, como
son el textil, el carbón, el acero y el material nuclear; el sector agrícola se
excluye, directamente, del acuerdo.
A partir del año 2000,
y hasta el 2004, en el que se produce la Revolución Naranja, las relaciones entre
la Unión Europea y el Gobierno de Ucrania se enfrían por la permanente crisis
política e institucional que padece el país. La pasividad occidental de este periodo es hábilmente aprovechada por Vladímir Putin, que firma 16 acuerdos bilaterales
con el presidente Kuchma. Con ellos se aspira a una ambiciosa cooperación de
ambos países en tecnología de doble uso, civil y militar. Durante este periodo,
Rusia refuerza su ascendencia sobre la Comunidad de Estados Independientes
(CEI), incluida Ucrania con su grave crisis económica y política, recuperando y
asentando así su espacio de influencia.
Muy cerca del final
de la legislatura del presidente Kuchma, a finales de 2004, y viendo el alcance
que la situación de conflictividad social está tomando, el Parlamento Europeo
adopta una resolución relativa a la situación interna en Ucrania, motivada por
la proximidad de las elecciones presidenciales en el país. Esta resolución es
calificada por muchos analistas neutrales como una injerencia en los asuntos
internos de un país soberano; para la órbita política rusófila, es una
intromisión intolerable. En dicha declaración se confirma “la necesidad de
trabajar juntos para contribuir a aumentar la estabilidad, la seguridad y la
prosperidad en el continente europeo”; se expresa “la profunda decepción por el
desarrollo hasta la fecha de la campaña para las elecciones presidenciales
ucranianas”; y se insta a las autoridades ucranianas “a que pongan fin a las
persistentes violaciones de los procedimientos democráticos”. La Revolución Naranja está servida.
Una gran partida de ajedrez: la Revolución Naranja
El 31 de octubre de 2004 se celebra la primera
vuelta de las elecciones presidenciales, que se dirimen principalmente entre Víktor
Yanukóvich, que
representa la orientación política prorrusa —aunque no rechaza las buenas
relaciones con la UE—, y Víktor Yúshchenko,
representante de la corriente prooccidental, apoyado por la que posteriormente
será primera ministra, Yulia Timoshenko.
La profunda crisis económica, política, institucional y social, en la que
se halla sumida Ucrania, genera posiciones cada vez más radicalizadas en torno
a los candidatos. La atención internacional hace que los poderes
exteriores señalen claramente a sus favoritos: las potencias occidentales se
decantan por Yúshchenko, mientras que la Rusia de Putin prefiere a Yanukóvich. Las presiones de las potencias extranjeras y
la polarización de los medios de comunicación calientan aún más el enrarecido
ambiente de una bronca campaña electoral, marcada por las acusaciones de
que el Gobierno manipula los medios de comunicación.
En la primera vuelta gana Yúshchenko por escasas décimas, pero ningún candidato supera el 50% de los votos. La ley electoral
ucraniana obliga a una segunda vuelta en estos casos. El 21 de noviembre se celebra la segunda vuelta: gana Yanukóvich con el 49,42% de los votos
—frente al 46,69% de Yúshchenko— y es proclamado presidente.
Las reacciones exteriores no se hacen esperar. Mientras Rusia considera
legítima su victoria, la UE y los Estados Unidos se niegan a reconocerla,
apoyándose en los informes de observadores internacionales, que hablan de
fraude electoral. Sea como fuere, el mapa electoral sigue mostrando claramente
la división de Ucrania: la mitad oeste vota por el prooccidental Yúshchenko y
la mitad este vota por el prorruso Yanukóvich.
Las acusaciones de fraude disparan las protestas multitudinarias,
especialmente en Kiev. Es el inicio de la llamada Revolución Naranja,
encabezada por Yúshchenko y su entonces aliada Timoshenko. El 23 de noviembre, ante los ojos
atónitos de medio mundo, cerca
de medio millón de personas se manifiestan ante la Rada, portando ropas o
insignias de color naranja, ocupando el centro de Kiev de manera pacífica, y
bloqueando los edificios administrativos durante 18 días, en una vigilia
permanente. Las protestas son apoyadas por Occidente (la UE y EE. UU.), desde
donde también llega financiación. El 2
de diciembre, el Tribunal Supremo, presionado por los manifestantes y
por las quejas occidentales, decreta una inédita repetición de la segunda
vuelta electoral.
Se celebra el 26 de diciembre, y esta vez gana Yúshchenko.
Yanukóvich afirma que su anterior victoria le ha sido “arrebatada”, pero cede
la presidencia sin mayores obstáculos “para evitar un baño de sangre”. El nuevo
presidente Yúshchenko se marca dos objetivos claros: uno, el anhelado ingreso
de Ucrania en la UE; el otro, formar parte de la OTAN. Si se tienen en
cuenta las declaraciones del que había sido presidente de la Comisión Europea
hasta el 30 de octubre, Romano Prodi, el primero de los objetivos parece
bastante improbable; Prodi llegó a afirmar que “es tan posible que Ucrania se convierta en miembro de la UE como que lo
haga Nueva Zelanda”.
De la euforia a la desesperanza
La
euforia reformista que gran parte de la sociedad ucraniana tiene en 2004, va a
ser de corto recorrido, debido al declive económico, la rampante corrupción, y
las crisis políticas. Las expectativas generadas en la Revolución Naranja se desvanecen
rápidamente.
Entre 2005 y 2010 los ucranianos asisten a un baile de cambios en el
Gobierno. Yulia Timoshenko, primera ministra tras la Revolución Naranja, es
destituida —acusada de corrupción— por el mismo que la había propuesto, su
amigo y presidente Víktor
Yúshchenko. Ni ocho meses ha durado en el cargo. Se
acusan mutuamente de ser los responsables del alto grado de corrupción
imperante. Tras las elecciones legislativas de 2006, se inicia un confuso juego
de alianzas entre partidos, que termina convirtiendo a Yanukóvich en primer
ministro. Una situación explosiva, con un prooccidental como presidente de
Ucrania, y un prorruso como jefe de Gobierno, que genera un clima de violencia
política e institucional. En las elecciones legislativas adelantadas de 2007, Yulia
Timoshenko vuelve a ser la primera ministra gracias a una serie de pactos entre los partidos políticos; como
en 2004, tras la Revolución Naranja, el tándem Yúshchenko-Timoshenko toma las
riendas de Ucrania.
El 17 de enero de 2010 se
celebra la primera vuelta de las elecciones presidenciales.
Los dos candidatos principales son Yanukóvich y Timoshenko; gana el primero sin
alcanzar el 50% de los votos, por lo que ha de celebrarse una segunda vuelta,
en la que el prorruso Yanukóvich (48,95%) vence a la prooccidental Timoshenko
(45,47%). Yanukóvich —que seis años antes se quejaba de que le habían
“arrebatado” el cargo en la Revolución Naranja—es el nuevo presidente, pese al
intento de impugnación por parte de Timoshenko. Nombra a un hombre de su
partido, Mykola Azárov, como nuevo
primer ministro y se marca tres grandes objetivos para el mandato: mantener la
política de equilibrio exterior, abaratar el precio del gas y conseguir el
ansiado acuerdo de asociación con la Unión Europea. En abril firma con Putin un
nuevo acuerdo por el que obtiene una sustancial rebaja del precio del gas a
cambio de ampliar la cesión de la base naval de Sebastopol hasta el año 2042,
lo que aliviará la economía. Un mes después, la Rada aprueba una ley que
convierte a Ucrania en 'país no alineado', lo que en la práctica constituye la
renuncia activa a un posible ingreso en la OTAN. Esto es interpretado en
Occidente como un guiño hacia Rusia.
Este mismo año, el fiscal general reabre un viejo caso judicial y acusa a
la opositora Yulia Timoshenko de haber sobornado a jueces del Tribunal Supremo
en el año 2004. A lo largo de los siguientes meses seguirán abriéndose causas
judiciales en su contra: malversación de fondos públicos, evasión fiscal, uso
de vehículos médicos para su campaña electoral, e incluso supuesta complicidad
en el asesinato de un magnate competidor en el mundo del gas, donde ella hizo
su fortuna. Pero sobre todo, la acusación más relevante será la de
prevaricación durante la negociación del gas con Rusia, tras la llamada Guerra
del Gas en 2009.
Europa tiembla de frío: la Guerra del Gas
El mayor
grado de dependencia de Ucrania con respecto a Rusia se produce en el ámbito de
los suministros energéticos, en el que el empeoramiento de las relaciones, tras
la Revolución Naranja, da lugar a las 'guerras
del gas' entre 2006 y 2009. De todas ellas, la de 2009 es la de mayor
repercusión, no solo por desabastecer a muchos países —algunos dejaron de
recibir el 100% del suministro—, sino por las repercusiones políticas que tuvo
en los años siguientes.
A finales de 2008, Kiev decide no pagar su factura del gas; Putin amenaza
con cortarle el suministro. El 1 de
enero de 2009, ante la falta de acuerdo para renovar el contrato de
compraventa, los rusos cumplen su amenaza e interrumpen el suministro de gas a
Ucrania. Dado que las exportaciones al resto de Europa han de pasar
necesariamente por los gaseoductos ucranianos, Moscú se ve obligada a suprimirlas.
El desabastecimiento afecta principalmente a diez países europeos, nueve
de ellos miembros de la UE: Bulgaria, Grecia, Croacia, Rumanía, Austria, República
Checa, Hungría, Polonia y Eslovaquia, además de Macedonia, país candidato a la
adhesión. La situación se torna insostenible porque afecta a grandes núcleos de
población, en pleno invierno, con grave riesgo de daños para la salud de las
personas. La UE reacciona.
Tras 10 días de desabastecimiento, se llega a un acuerdo y se reanuda el
suministro de gas a Europa. El 20 de
enero, Putin y la primera ministra ucraniana, Yulia Timoshenko, firman
un nuevo contrato por el que Rusia suministrará gas durante diez años, a un
precio fijo, a cambio de que Ucrania vuelva a abrir los gaseoductos. La cuota
fija que, teóricamente, ha de proteger a Ucrania de las fluctuaciones del precio, terminará resultando dañina: al agravarse la recesión económica
mundial, los países compradores de gas ruso ven mermado su poder adquisitivo,
por lo que Rusia abaratará las exportaciones de gas para todos, excepto para
Ucrania, atada a ese precio fijo que cada vez le resultará más difícil de
pagar.
La caída de Timoshenko
El 5 de agosto de 2011, Yulia Timoshenko
es detenida y después procesada por presunta prevaricación al negociar en 2009 el
acuerdo del gas con Putin. Dos meses después, es declarada culpable y condenada
a siete años de prisión. Ha caído una de las piezas claves de la Revolución
Naranja y una gran aliada de las potencias occidentales, particularmente de la
UE, que ve cómo sin ella la mirada de Ucrania se gira cada vez más al Este.
Empiezan a producirse quejas internacionales y represalias diplomáticas
por la situación de Timoshenko, a la que se considera, desde Occidente, víctima
de venganzas gubernamentales y de haber sido sometida a un proceso amañado sin
las mínimas garantías jurídicas. En
junio de 2012, el presidente de la Comisión Europea, Durão Barroso, condiciona un posible Acuerdo
de Asociación con Ucrania a que el Gobierno de Kiev detenga la persecución
política de sus rivales, citando específicamente la necesidad de excarcelar a
Yulia Timoshenko. Sorprenden estas declaraciones cuando tres meses antes, el AAU ya solo ha quedado pendiente
de ser ratificado por el Parlamento Europeo y por los gobiernos de los Estados Miembros.
Pero la UE no renuncia al Acuerdo, a pesar de la situación que ella misma
denuncia. De hecho, se mantiene la Agenda de
la Asociación UE-Ucrania y se le concede una ayuda excepcional en forma de
préstamo, por 500 millones de euros y un plazo de vencimiento a 15 años. Para muchos analistas, todo ello equivale, en la práctica, a una
oferta de trato, y demuestra que la UE sigue dispuesta a acercar posiciones con
Ucrania, dándole a Yanukóvich un año y medio de plazo para llevar a cabo las
reformas electorales, judiciales y políticas que la Comisión considera
necesarias.
La UE maneja un doble discurso: por un lado declara estar preocupada por
la persecución política y el recorte de libertades en Ucrania, y por otro
parece respaldar los esfuerzos reformistas de Kiev con vistas a un acuerdo. Así, se establece el 29 de noviembre de 2013 como fecha para la firma definitiva del
ansiado AAU. Bruselas confía en que para entonces la Rada ucraniana habrá
aprobado las leyes reformistas que considera condición sine qua non para
la firma del mismo; entre estas leyes debe haber una que permita excarcelar a
Yulia Timoshenko, asunto que sigue pareciendo objeto del interés prioritario de
las potencias occidentales.
Una bofetada a la Unión Europea
La visita de Yanukóvich a Putin en Moscú durante el mes de mayo, mientras
está negociando un trato con la Unión Europea, despierta los recelos de los
dirigentes europeos. La realidad es que, con o sin UE, los vínculos comerciales
que ambos países mantienen siguen siendo fundamentales para la maltrecha
economía ucraniana.
El 20 de noviembre llegan a Kiev los representantes
de la Comisión Europea para asistir, al día siguiente, a la sesión
parlamentaria en la que deben tratarse las reformas exigidas por la UE. Se
muestran confiados en que serán aprobadas por la Rada. Gran parte de la
población ucraniana también espera ansiosamente la buena noticia.
El día siguiente, 21 de noviembre de 2013, salta la sorpresa. La Rada no aprueba las leyes requeridas por Bruselas, lo que supone
renunciar al Acuerdo de Asociación, que iba a ser firmado ocho días después en la
Cumbre de Vilna. El primer ministro Azarov afirma que Kiev ha actuado así pensando en “reforzar
la seguridad nacional de Ucrania” y teniendo en cuenta los efectos que el nuevo
trato podría tener en sus relaciones comerciales con el socio clave, Rusia.
La prensa occidental habla de un chantaje ruso para boicotear el acuerdo,
y muchos sospechan que Putin ha presionado a Yanukóvich con la posibilidad de romper
lazos comerciales si se asocia con la UE, poniendo aranceles a la producción
industrial ucraniana, de la que es casi el único cliente. Todo ello podría lesionar
la economía ucraniana hasta un punto insostenible.
Tras el rechazo parlamentario a admitir las reformas exigidas por la UE, Yanukóvich firma un acuerdo con Putin: Rusia comprará bonos de Ucrania
por valor de quince mil millones de dólares, justo el dinero que Kiev
necesita para no entrar en bancarrota. El FMI había ofrecido la misma
cantidad a cambio de medidas de austeridad interna (recortes sociales). Además,
se le ofrece una rebaja del 30% en el precio del gas. Con este acuerdo, Yanukóvich
espera que las protestas disminuyan, pero los opositores de la facción más
prooccidental lo interpretan como el pago recibido por alejarse de la UE.
Yulia Timoshenko, con arresto domiciliario en una clínica, llama a los
opositores para que tomen la calle, consciente de la decepción de buena parte
de la población ucraniana, al ver alejarse el sueño europeo. A finales de noviembre de 2013, los antidisturbios
de la Berkut cargan contra los manifestantes
en la plaza del Maidán, y los opositores responden asaltando el Ayuntamiento
con excavadoras y cócteles Molotov. Será el inicio de la rebelión opositora
conocida como Euromaidán, llamada así porque se inicia en la plaza de la
Independencia (“Maidán”) de Kiev.
Después del fiasco de Vilna y los primeros actos
violentos del Euromaidán, el Parlamento Europeo emite una resolución sobre
Ucrania en la que aprueba y alienta las manifestaciones en contra del
presidente Yanukóvich —elegido democráticamente en 2010—; condena “las
inadmisibles presiones políticas y económicas de parte de Rusia”, a la que
amenaza con sanciones; pide a la UE que medie en el conflicto, e insta al
Gobierno de Ucrania a que entable conversaciones con los manifestantes, para
evitar una escalada de violencia y la desestabilización del país.
2014, annus horribilis: Euromaidán, arde Kiev
Para el pueblo de
Ucrania, el 2014 habrá quedado grabado en su memoria reciente como un año
funesto. Comenzó con Kiev convertida en un campo de batalla con los disturbios
del Euromaidán, continuó con la anexión rusa de Crimea, y acabó con una guerra
civil en el este del país que, de forma más larvada, aún está viva.
Tras los primeros enfrentamientos violentos de finales del 2008, entre
las fuerzas de seguridad y los manifestantes, la represión policial se endurece,
y la respuesta de los opositores cada vez es más violenta. Kiev arde por los
cuatro puntos cardinales. Muchos edificios oficiales están tomados por los
insurgentes. Grupos radicales armados de extrema derecha toman las calles y,
confundidos entre las masas, disparan, apalean, secuestran o torturan a toda
persona que les resulte sospechosa de tener alguna simpatía por Rusia. De nada
valen las negociaciones de Yanukóvich con la oposición, ni la mediación de la
UE. Febrero es especialmente sangriento. Según el Ministerio de Salud de
Ucrania, el Euromaidán se cobró 106 muertos y casi 2.000 heridos.
El día 22, el presidente Yanukóvich parte hacia un acto institucional sin
comunicarlo a la Rada; todo parece indicar que no volverá. 328 de los 450
diputados aprueban ese mismo día su fulminante destitución mediante una especie
de moción de censura. La Rada emite una orden internacional de búsqueda y
captura por crímenes contra la humanidad. Para Yanukóvich y sus partidarios ha
sido un golpe de estado. Putin afirma que es la única autoridad legítima y no
reconoce al nuevo Gobierno, que ahora está encabezado por Oleksandr Turchínov, reconocido como legítimo
por Occidente y fiel aliado de Yulia Timoshenko, que sale excarcelada
ese mismo día. Un mes más tarde, se hace pública una conversación telefónica en
la que se oye decir a Yulia “es la hora de matar a esos malditos rusos”.
El 25 de mayo se celebran elecciones
presidenciales, en las que vence el magnate Petró Poroshenko, independiente y favorable al Acuerdo de
Asociación con la UE. En diciembre, Ucrania renuncia a su posición de 'país no
alineado' para poder optar a un futuro ingreso en la OTAN.
2014, annus
horribilis: Crimea, rusa
Con una población mayoritariamente de origen ruso (60%), Crimea ha
mostrado intenciones secesionistas, y de reintegración en la Federación Rusa,
desde la disolución de la URSS en 1991. Un referéndum ese mismo año, con mayoría prorrusa, y dos declaraciones de independencia del
Parlamento regional de Crimea en 1992 y 1994, respectivamente, no fueron reconocidos
por la Rada Suprema de Ucrania. Por tanto, es preciso remarcar que los sucesos
del Euromaidán no fueron los causantes de la anexión a Rusia, aunque sí significaron
una oportunidad histórica para que Crimea volviera
a ella.
A finales de febrero de 2014, mientras Kiev es controlada por radicales
nacionalistas, en Crimea se producen manifestaciones
independentistas y surgen las milicias populares prorrusas. Fuerzas militares
no identificadas ocupan diversos intereses rusos en la península, aseguran las
bases militares que entraban dentro de la cesión firmada por contrato y, de
paso, también rodean el Parlamento de Crimea. Aunque inicialmente Moscú no
reconoce la intervención militar, todo apunta a que Putin acaba de invadir
Crimea.
El 11 de marzo se celebra el referéndum de anexión a Rusia. Con una participación del
83,1%, gana la opción prorrusa con un aplastante 96,7%. Una semana después, la anexión es oficial. La ONU la rechaza (Resolución 68/262 de la
Asamblea General); ni la UE, ni los Estados Unidos, reconocen el nuevo
estatus, respondiendo con sanciones diplomáticas y económicas hacia Rusia, que
aún hoy se mantienen.
2014, annus
horribilis: Guerra Civil en el Este
De forma casi simultánea, en el este del país empiezan
a surgir las respuestas a los ultranacionalistas del Euromaidán. Sin embargo,
Putin se ha abstiene de intervenir abiertamente e involucrarse más de la
cuenta, como sí hizo en Crimea, entre otras cosas porque allí no tiene
concesiones legales que proteger.
En abril, los separatistas prorrusos se rebelan frontalmente contra el
Gobierno de Ucrania, y ocupan los edificios oficiales en Járkov, Donetsk y
Lugansk. Las milicias nacionalistas ucranianas responden de forma contundente y
consiguen controlar Járkov. El Gobierno envía el ejército a las provincias
rebeldes. Ucrania ya tiene su Guerra Civil.
El 11 de mayo se celebra el referéndum en Donetsk y Lugansk. Con
una participación del 75%, el 89% de los votantes de ambas provincias se
decanta por independizarse de Ucrania. La Unión Europea no reconoce ni la legitimidad ni los resultados, como tampoco
son aceptados por la comunidad internacional, excepto Rusia.
La escalada bélica progresa a pesar de la infructuosa
Conferencia de Paz de Ginebra, que se había celebrado durante el mes de abril.
En julio tiene lugar el derribo del vuelo MH17
de Malaysia Airlines, en el que mueren sus 298 pasajeros. Ambos bandos se
culpan mutuamente de la autoría. La Primera Cumbre
de Minsk, en el mes de septiembre, no consigue detener los asaltos y los bombardeos continuos; tras
la segunda, ya en febrero de 2015, se alcanza una frágil tregua en la que los
contendientes se acusan frecuentemente de violar los acuerdos. Es preciso
señalar que en la cumbre de Minsk II —a la que asisten Merkel y Hollande en nombre de
sus propios países—, la UE no está representada: una incomprensible ausencia de
la diplomacia comunitaria.
Según Naciones
Unidas, a fecha de septiembre de 2016, la guerra se ha cobrado 9.640 muertos, 22.400 heridos y 2 millones de
desplazados.
Un trato salpicado de sangre
Ninguno de los graves sucesos que estaban ocurriendo
fue un impedimento para que el 27 de junio de 2014, después
de más de 20 años de intentos frustrados, se firmara el Acuerdo de Asociación. Ha sido
ratificado por el Parlamento de Europa, por la Rada Suprema y por 27 de los 28 Estados
Miembros, es decir, todos excepto Holanda. Entró en vigor, a pesar de todo, el 1
de enero de 2016.
Según las estimaciones
oficiales, Ucrania ahorrará 500 millones
euros anuales en los aranceles de sus exportaciones agrícolas e industriales. El AAU incluye también la supresión de visados. Además,
entre 2014 y 2015, la Unión Europea ha librado importantes ayudas económicas y
financieras, que suman 12.915 millones de euros. A modo de
represalia, Rusia ha vuelto a imponer aranceles aduaneros a un gran número de
bienes procedentes de Ucrania, y veta la importación de ciertos alimentos.
A fecha actual
(diciembre de 2016), Ucrania no es ni
siquiera candidato potencial a la entrada en la Unión Europea.
CONCLUSIONES
El conflicto ucraniano está determinado por una clase dirigente corrupta, más sensible a los intereses propios y a
los de diferentes actores externos, que a los de los ciudadanos.
La corrupción de la clase
política ucraniana tiene sus orígenes en la desintegración
de la URSS, con todos los fenómenos que se produjeron en el tránsito de una
economía tutelada por el Estado soviético, a otra de mercado.
Los intereses hegemónicos de poderosos agentes externos, principalmente Rusia, la UE, EE. UU., Alemania y
Francia, han sido otro factor determinante del curso de los acontecimientos.
Las diferencias etnoculturales de la
población de Ucrania no han supuesto una causa relevante de las crisis,
sino la consecuencia final de un proceso en el que se utilizaron como
correa de transmisión por los actores políticos implicados (internos y
externos), en base a sus intereses particulares. El resultado final es una gran fractura social y un enfrentamiento armado.
El tratamiento
mediático del conflicto ha propiciado en la opinión pública la imagen, simplista
y maniquea, de una pugna entre buenos y malos, y de un pueblo ucraniano dividido
de forma irreconciliable, lo que ha contribuido al mantenimiento de la crisis.
Los intereses
prioritarios de la UE con respecto a Ucrania están más determinados por las
políticas de seguridad y contención del empuje ruso en la zona, que por las
expectativas comerciales y la apertura de nuevos mercados en el Este de Europa,
sin ser despreciables tales aspectos económicos. La
prioridad ha sido la estabilidad de la zona para su propia seguridad, liderando una especie de guerra fría contra Moscú para evitar o minimizar la hegemonía
rusa.
La acción exterior
de la UE fue más reactiva
que fruto de un diseño político, especialmente durante los peores momentos de
las crisis, en los que las potencias europeas, principalmente Alemania y
Francia, tuvieron una mayor presencia.
En el afán
por disputarle a Putin el socio ucraniano y conseguir un acuerdo, la UE ha
mirado hacia otro lado ante las continuas violaciones de los valores democráticos por la clase política
ucraniana.
Las ayudas económicas y
financieras son la mayor contribución de la UE al proceso ucraniano de
democratización y a la recuperación de los graves daños ocasionados por el
conflicto.■
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Archivo digital de video (.mp4). 2:19:07. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=ZFZ5h95vWG0&t=1509sç
Shamin
Berkeh. “La Revolución Naranja”. (2010). Publicado en HISPANTV. PRESSTV, 2010.
Archivo digital de video (.mp4). 26:03. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=3ErOkPzcxf0&t=32s
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