Sociedades tóxicas
HÉCTOR MUÑOZ.
MÁLAGA
El corporativismo médico es un veneno de mil colores.
Las sociedades 'científicas' son uno de sus exponentes. No solo son inservibles
desde el punto de vista social, sino que tampoco son útiles para la mayoría de
sus socios. Concebidas y estructuradas por y para determinadas élites
profesionales, se mueven cerca de los poderes políticos y cohabitan con ellos.
Que los dos últimos
directores del Plan Andaluz de Urgencias y Emergencias (PAUE), de la Junta de
Andalucía, hayan sido presidentes de la Sociedad Española de Medicina de
Urgencias y Emergencias (SEMES) no tiene apariencia de ser un hecho azaroso.
Tanto el primero, el intensivista Francisco Murillo, como el actual, el
internista Luis Jiménez, se han sucedido en ambos cargos. No hay que ser una
persona retorcida para ver en tales lances una estrategia endogámica dirigida a
perpetuar la connivencia política. Por cierto, según fuentes de la Dirección de
la Unidad de Urgencias del hospital Carlos Haya de Málaga, el director del PAUE
ha declinado asistir a este centro en varias ocasiones, a pesar de las
numerosas denuncias sobre su pésimo funcionamiento. Parece ser que Jiménez
tiene una agenda complicada.
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Luis Jiménez Murillo, director del PAUE Europa Press/Junta de Andalucía |
Después de pagar
puntualmente la cuota anual —52 euros en la actualidad— durante 25 años, muchos
socios no saben responder a la pregunta, ¿qué ha hecho por ti la SEMES? Algún
descuento en la inscripción a un congreso o en algún servicio turístico. Ni la
precariedad ni la penosidad laboral han menguado, antes al contrario: los niveles
presentes de indignidad son vergonzantes, particularmente en Andalucía.
Nada habría que reclamarle a
una sociedad exclusivamente dedicada a la ciencia. Pero a estos de la SEMES se
les llena la boca en sus manifiestos con grandilocuentes declaraciones de buenas intenciones: «Dignificar las condiciones laborales y las condiciones de
trabajo de los profesionales constituye una de las dos patas imprescindibles
para poder hablar de una asistencia sanitaria humana». Para los directivos de
la SEMES «algo está fallando cuando la intensidad de burnout entre el colectivo de profesionales de los Servicios de
Urgencias y Emergencias es muy elevado». Un acertado diagnóstico, que se volverá
a quedar en agua de borrajas cuando terminen de presidir la mesa de honor en la
próxima cena de clausura del siguiente congreso. Alguno —embriagado de éxito y
de ginebra— se marcará una simpática conga o un Paquito el chocolatero, como está mandado.
¿Qué combatividad cabe pedirle
a una sociedad cuyo presidente, Juan Jorge González, su secretario general,
Javier Povar, y dos de los cuatro vicepresidentes son responsables de las unidades o servicios de urgencias en los que trabajan? Creen que conseguir la
especialidad en Urgencias es el Non plus
ultra de la cuestión; así llevan más de dos décadas, sin resultados a día
de hoy, salvo que esta reivindicación signifique la madre de las
justificaciones para continuar medrando, lo cual no deja de ser un buen
resultado. Para ellos.
Los médicos de urgencias
tienen claras las prioridades, y entre ellas no está la especialidad fantasma:
plantillas generosas, contratos de calidad, trabajo digno, tiempo de docencia y
respeto a la experiencia de los más veteranos, sin muchos de los cuales hubiera
sido imposible aquella estructura asistencial de los 90 que tanto mejoró la
atención urgente, a pesar de los políticos y otros pisaverdes.
Tal y como están
organizadas, el problema de estas sociedades es que son tóxicas por contribuir
a un corporativismo ciego, por su apego al poder y por ser venenosas hasta para
el más anónimo de sus socios■