La rebelión de los avales
HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA
Le han fallado más de 15.000 militantes. Y más de 1000 avalistas. La derrota de Susana Díaz en las primarias del Psoe ha conseguido borrar su triunfal sonrisa. Lo de «dientes, dientes», que proclamaba otra famosa trianera, no le ha servido en esta ocasión.
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Susana Díaz y Pedro Sánchez tras los resultados de las primarias. Fuente: www.abc.es |
Contra
pronóstico, Pedro Sánchez ha barrido a Díaz y a López. Se pueden hacer cien
lecturas de estos resultados, pero no desde una óptica electoral —ni nacional,
ni autonómica ni local ni europea— como están pretendiendo muchos medios y
analistas. Por dos razones muy simples: el censo de estas primarias supone el
0,4% de la población de España; y está constituido por casi 188.000 militantes
del Psoe, es decir, personas que tienen un carné político, más allá del grado
de compromiso, expectativas y honestidad de cada uno, valores que no se
computan en una papeleta de voto.
Son
las segundas primarias que gana Sánchez, de forma consecutiva, en menos de tres
años. En 2014 derrotó con holgura a Madina y a Pérez Tapias, un tipo, este
último, muy interesante, no solo por su solvencia intelectual y académica, también por su actitud crítica contra el Gobierno de Rajoy y frente al aparato
socialista que facilita el rodillo conservador. Nada de esto interesó a los
militantes y salió el candidato avalado por los barones, incluida la baronesa
Díaz: Pedro Sánchez, posiblemente uno de los políticos de mayor estatura y
menor talla de estadista en la reciente historia de España. Los tres candidatos
consiguieron muchos más votos que los avales con los que se presentaban. Lo
normal.
Entre
aquellas fechas y las elecciones del pasado domingo, el Psoe ha perdido más de
10.000 militantes. En febrero de 2016, casi el 52% de los que no habían roto el
carné votó en una consulta exprés —diseñada con dudoso rigor democrático—;
cerca del 80% lo hizo a favor del pacto con C’s; unos acuerdos muertos
intraútero y una militancia desorientada que se tragó el sapo de que la culpa
era de Podemos por no querer cohabitar con la nueva derecha de color naranja. Las
bases psoecialistas estaban tan hipnotizadas esos días que hubieran visto con
normalidad a Sánchez Gordillo tomando el té afablemente con la duquesa de Alba.
A
partir de este momento, con un Pedro Sánchez dando palos de ciego, vapuleado y
ridiculizado en el Parlamento, Susana Díaz comienza a urdir su estrategia,
apoyada por lo más rancio del partido y por una banda de pelotas que tenía muy
clara la yegua ganadora. Objetivos: derrocar a Sánchez en la reunión del Comité
Federal de octubre, colocar una Gestora dócil y llevarse de calle las primarias
del pasado domingo. Los dos primeros salen a la perfección. Pero más de la
mitad de los militantes, con un histórico 79% de participación, sale rana,
rana, rana.
Que
nadie se engañe: el Psoe está roto, posiblemente hoy más que nunca: hay dos
mitades, entendiendo la candidatura de Patxi López como comparsa de la de Díaz,
o mejor dicho —permítase la metáfora—, interpretando el concurso del
exlendakari como el de un noble mamporrero. El acierto de los militantes, esta
vez, solo ha consistido en elegir al menos malo para las políticas sociales que
se esperan del partido que aún se llama socialista y obrero. Aunque
no sea —ni se vislumbren expectativas al respecto— ni una cosa ni la otra.
Particularmente en Andalucía, por más que aquella alardee de ello.
A
Susana le han fallado 15.000 militantes. Pero sobre todo, le han fallado sus
avalistas. ¿Cómo se entiende esto? ¿Cómo es posible que la hayan votado mil militantes
menos que los que la avalaron? Para el que conoce el modus operandi del Gobierno psoecialista andaluz, de sus cargos,
sus delegados, sus gerentes y sus mandos intermedios, no hay ningún misterio.
Se llama coacción de guante fino: no necesitan colocar una daga en el cuello de
nadie, solo recordar a más de uno y de una, lo que tienen y lo que pueden no
tener.
No
es comparable a la intensa corrupción y expolio que la sociedad española está
sufriendo con el PP. No lo es, no. Pero sin serlo, es. EREs aparte. En esta
ocasión los avalistas se han refugiado en el voto secreto para contribuir,
junto a otros miles de militantes, a dar un baño de humildad a una dirigente política
de bajo perfil, soberbia e intrigante. La propaganda de los dientes no le ha
servido para nada; le ha fallado con quien menos lo esperaba.
La
rebelión de los avales ha conseguido borrar su sonrisa. Por fin.
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