Escritos Corsarios
Pier Paolo Pasolini
Traducción: Hugo García Robles.
Editorial: Monte Ávila Editores, 1978.
El rastro de la luciérnaga
Héctor Muñoz Maldonado
Escritos entre enero de 1973 y
febrero de 1975, los 45 artículos «corsarios» que componen esta obra, publicada
seis meses antes de su muerte (envuelta aún en una bruma de misterio),
constituyen un reflejo, un rastro, tan lejano como actual, del pensamiento
humanístico, ético y político de uno de los artistas más relevantes del siglo
XX: el italiano Pier Paolo Pasolini (1922-1975), escritor, poeta y director de cine.
El
libro es una sucesión fragmentada ―y así lo reconoce el autor en su nota de
introducción― de artículos de opinión, algún prefacio, entrevistas, críticas
literarias y algunos escritos inéditos, publicados en diferentes revistas y
periódicos italianos (Corriere della Sera, Tempo, Il Mondo,
Epoca, y Panorama, entre otros). Sin embargo, no se trata de una
relación de recortes inconexos, más bien al contrario; a través de sus páginas,
el lector camina por el hilo de los
presupuestos intelectuales de Pasolini, no sin riesgo de perder el equilibrio,
cual funambulista, por el exigente nivel de abstracción que demandan
necesariamente los tremendos giros lingüísticos, el sentido metafórico y las
aparentes contradicciones, que en ocasiones tiene que explicar en las réplicas que
escribe frente las críticas que recibe desde múltiples frentes. Este sería ya,
por sí mismo, un elemento de cohesión: la polémica y el debate que mantiene con
intelectuales, periodistas y políticos, desde Umberto Eco a Giulio Andreotti,
pasando por escritores y amigos personales, como Italo Calvino y Alberto
Moravia, o dirigentes ―y antiguos camaradas― del Partido Comunista Italiano
(PCI), como Mauricio Ferrara, despechado por las críticas de Pasolini a las
políticas de su partido, y particularmente a la tibia posición mantenida en la
campaña del referéndum del 12 de mayo de 1974 contra la abrogación de la ley
del divorcio, cuyo resultado, a favor del mismo ―algo impensable en un país de
profundas raíces católicas―, fue un éxito de los radicales de Marco Panella,
con su huelga de hambre, y no del PCI, a juicio de Pasolini. No fue menos
criticado por su rechazo del aborto.
Pero
lo que sin duda asombra, por encima de lo demás, es su capacidad analítica, más
allá de lo convencional, para diseccionar la realidad social de una Italia
sumida en permanentes cambios políticos, conflictividad social y atentados
terroristas: la Italia
de los 70, los «años de plomo»; y no solo es capaz de analizar su realidad
próxima, sino también de trasladarla globalmente y de forma intemporal: a día
de hoy, su pensamiento político continúa vigente. Escribe sobre el nuevo poder
burgués, el de la sociedad de consumo, autoritario y represivo, sin cara, oscurantista,
capaz de sustituir los valores humanísticos por la febril búsqueda del
hedonismo y de bienes superfluos; un poder en pocas manos, multinacionales y transnacionales,
empeñado ―para su beneficio económico y político― en mostrar una apariencia de
tolerancia y permisibilidad, ambas falsas y traidoras. Casi nadie escapa a su
crítica inmisericorde: la Democracia Cristiana (DC) con su retaguardia
«clerical-fascista», la
Iglesia , aliada a cambio de gestos aperturistas de cara a la
galería, la izquierda, desubicada y desorientada ―tal vez cómplice―, los
intelectuales, a los que les exige alejamiento y coraje frente al sistema, y al
pueblo, cuya «pasividad apolítica» le resulta tan escandalosa como la
obstinación de los poderosos en someterlo. De forma quizá exagerada (o no), llega
a definir el sistema político, basado en un capitalismo totalitario de consumo,
como una «forma fatal de fascismo», haciéndolo responsable directo de los atentados
de Milán o Brescia, en una acusación velada de terrorismo de estado: coraje no
le faltaba.
Sin
solución de continuidad con este discurso, perfectamente ensamblada con él,
emerge su gran preocupación por la cultura y el progreso, al que distingue del simple
desarrollo industrial y consumista; la cultura de masas y los medios de
comunicación, particularmente la televisión, como instrumentos del poder,
responsables de un proceso de «aculturación homologante» y de relegar las
culturas populares y los dialectos al límite de su existencia: un genocidio cultural
de las clases dominadas y una destrucción de sus valores, incapaces de resistir
en pie ante la propaganda y la persuasión oculta.
El
final de la guerra y del fascismo ―el otro fascismo, el que Pasolini
llama arcaico― sembró esperanzas y expectativas en la sociedad de posguerra,
como una noche plena de luciérnagas. Pier Paolo Pasolini afirma que tales
luciérnagas desaparecieron con el nuevo poder, pero igual en esto yerra:
después de leerlo, uno puede adivinar un punto de luz lejano y un rastro que
lleva hasta él. ■
Gracias por revivir a Pasolini. Me produce nostalgia, de una época en que yo estaba lleno de esperanza. Y cierta tristeza al ver como hemos seguido cometiendo horrores. Creo que ayer o antesdeayer se cumplió el centenario del nacimiento de Albert Camus. Otro ejemplo de ética heroica. Y de muerte joven y sospechosa. Pero son los que le dan un escalón mas a nuestra especie, los que, junto a muchos héroes anónimos, la ennoblecen. Descanse en paz.
ResponderEliminarHace muchos años, creo que en la segunda mitad de los 70, hubo en Málaga un ciclo de cine de autor; en diversas salas de la ciudad se proyectaron películas en v.o.s. de -entre otros- Pasolini, Fellini o Bergman. Quedé particularmente impactado por Saló, de Pasolini. Pero no conocía su faceta literaria hasta hace poco, tras leer sus Escritos Corsarios; y me ha vuelto a sorprender, lo reconozco: se adelantó 40 años a lo que nos ha venido encima.
ResponderEliminarComo siempre, gracias por tu comentario, especialmente valorado por mi.