Golpe rápido… y bajo
Héctor Muñoz. Málaga
Tras las elecciones andaluzas, la Dirección del hospital
Carlos Haya de Málaga ha decidido alterar la jornada laboral de los médicos
contratados en el servicio de urgencias, con la única finalidad de recortar sus
ingresos.
Consumado. Les han cambiado la
jornada, solamente los días laborables que están de guardia. Desde el 1 de
abril hacen el mismo trabajo durante esas horas, el de siempre, pero les pagan
entre 200 y 500 euros menos al mes, según los cálculos más optimistas. Abracadabra.
Según Pedro Rodríguez, jefe
clínico de dicho servicio, tal medida le fue comunicada por el subdirector de
personal y desarrollo profesional, Ramón Porras(1), en la semana siguiente a las
recientes elecciones andaluzas, por lo que ha sido necesario reestructurar la organización programada con anterioridad.
Una vez más, el desprecio más absoluto por los médicos de urgencias. Una vez más, el valor de la responsabilidad y el del tremendo desgaste que supone ese trabajo, depreciado como si fuera un bono basura. Una vez más, muestran interés por los enfermos cuando hay una foto interesante o un hito tecnológico que impúdicamente se atribuyen; una medallita más para lucir, para medrar, para disfrazar la realidad.
A finales de enero, en periodo
preelectoral, Susana Díaz anunció que a partir del 1 de marzo iba a convertir
los contratos de los 8.500 eventuales a tiempo parcial (75%) del Servicio
Andaluz de Salud (SAS), en contratos a tiempo completo (100%), como les había
prometido.(2)
Así ha sido durante un mes para estos médicos de urgencias del hospital
malagueño. Pero tras la victoria del PSOE, y antes siquiera de que se
constituya el nuevo gobierno andaluz, los recortes, los de Díaz en este caso,
han resucitado en plena Semana de Pasión y no vestidos de nazarenos, precisamente,
más tan siniestros como sus figuras.
Según la fuente citada, no existe
documento escrito que avale una decisión tan drástica: la explicación oficiosa
es que se trata de un mal menor para conservar los puestos de trabajo. Todo se
mueve a nivel verbal. El asunto pinta mal. No solo por
el fondo (atentado laboral y ciudadano), sino por la forma: sin aviso, sin
papeles y “esto es lo que hay”; una escena más propia del siglo XIX que de ese
particular “estado del bienestar” que venden por papeletas.
A esto, en la jerga pugilística, podrían
llamarle un jab: un puñetazo veloz y directo, a veces un golpe de engaño
para otra acción posterior. Un golpe rápido… y bajo.
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