Mandones
Héctor Muñoz. Málaga
No se sabe a ciencia cierta qué diantres le ocurre al ser
humano cuando tiene la oportunidad de ocupar un cargo. Al menos, el que escribe
no lo sabe. Igual hay teorías contrastadas que explican el hecho, pero
disculparán los lectores del blog que este artículo no esté acompañado de la
documentación pertinente.
Viene esto al cuento del discurso de investidura de Susana
Díaz en el día de hoy. Puede resumirse en una sola frase: quiero ser
presidenta. Un buen titular. Quiero ser presidenta.
Hay gente a la que le gusta mandar; a ver, incluso aunque
no manden nada. Pero es relevante que parezca que mandan. Cuando esto ocurre en
una peña de petanca el asunto puede ser grave si hay más de un gallo o gallina
en el corral. Que las bolas las carga el diablo. El caso de Díaz es
paradigmático: da miedo tanta ambición. A una mujer que, de la nada, consigue
ser presidenta en dos ocasiones, y las
dos por la puerta de incendios, pocos escrúpulos, por no decir ninguno, le
impedirán mantener el cargo así se hunda el cielo.
Que nadie se equivoque: Susana no es socialista. Es
del partido, eso sí. No tiene otra
ambición que ser presidenta. No tiene entrañas: vendió a IU y ahora ha vendido
a Griñán y a Chaves. Y venderá su alma al mismísimo Lucifer si se tercia. Será
un mandato, el suyo, de mentiras y juegos de azar. Es joven y se ve con fuerzas
para varias décadas. No tiene ninguna preparación y no representa a Andalucía.
Susana Díaz solo tiene muchas horas de asambleas y un buen gabinete de comunicación
que, por el momento, le saca las castañas del fuego.
Es de esperar que los partidos de la oposición no se hayan
creído sus promesas; como es de esperar que no hagan como que se las creen,
aunque es de temer que este sea el resultado final. Todo sea por la gobernabilidad.
En cualquier caso, al ciudadano común le afecta mucho más
esa otra administración paralela que estos innombrables han sabido crear con
sublime magisterio. Los hospitales, por ejemplo, no están gobernados ni por
Susana Díaz ni por la Consejería. Lo
están por capos del sistema. Capos a los que solamente se les pide que rindan
cuentas; las cuentas pactadas.
Un sistema de poder basado en la sumisión y en un ejército
de pelotas; una red de intereses cimentada, en gran parte, en la inseguridad
laboral de muchos. No se entiende, de otra forma, que chavales que anteayer
eran aprendices, hoy sean jefes y ocupen cargos tan destacados dentro de la
dirección de unas instituciones tan mastodónticas, sin tener siquiera una plaza
en el sistema. No tienen ascendiente jerárquico ni sobre sus secretarias, que
les sacan lustros de cotización a la seguridad social. Aquí hay algo que no
termina de cuadrar.
También están, por supuesto, aquellos a los que, sin tener
penurias contractuales, les va la marcha: son susanitos y susanitas que
compaginan perfectamente la presidencia de su comunidad de vecinos con la
jefatura de cualquier servicio público. A éstos, una vez que se agarran al
cargo, no los sacan si no es a golpe de espátula o por motivo de ascenso.
La realidad es muy tozuda y se empeña en emerger cuando
quieren hundirla bajo el agua. Ella sola se defiende, precisamente por ser
real, pero si necesita ayuda, aquí estaremos.
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