RESEÑA BIBLIOGRÁFICA
TERRITORIO COMANCHE
Arturo
Pérez-Reverte
Editorial: Ollero & Ramos. Madrid, 1994 (1ª edición)
Fantasmas de colores
Héctor
Muñoz
Territorio
Comanche es la sexta novela de
Arturo Pérez-Reverte y la última publicada mientras ejerció como periodista
durante 21 años. Fue escrita en la antigua Yugoslavia entre agosto de 1993 y
febrero de 1994. Ambientada principalmente en el conflicto bélico de los
Balcanes, Territorio Comanche incluye
también bastantes referencias, anécdotas e historias reales de otras guerras cubiertas
informativamente por el mismo Pérez-Reverte o por otros compañeros de
profesión.
A lo largo de seis
capítulos y 144 páginas, el autor narra las peripecias y situaciones a las que
se enfrentan los reporteros de guerra para buscar y obtener la información en
bruto, elaborarla y emitirla. Al hilo de dicho relato, y a partir de su amplia
experiencia profesional en esta especialidad del Periodismo, el escritor describe
con realismo la escena, los personajes, el horror y las víctimas de un mundo en
permanente conflicto y de la propia condición humana, esa que, a través de
milenios y civilizaciones, ni escarmienta ni se cansa de matar.
Las dedicatorias del
libro, en sus sucesivas ediciones, ofrecen ya una primera pista y revelan parte
de su esencia. La primera, de 1994, está dedicada a José Luis Márquez León, protagonista
de la novela y reportero gráfico de TVE, actualmente jubilado. La última
edición (Alfaguara, 2010) lo está a dos reporteros más, ambos asesinados
mientras cubrían guerras: Miguel Gil Moreno, en el año 2000, durante una
emboscada guerrillera en Sierra Leona, y Julio Fuentes, en 2001, al comienzo de
la invasión anglo-norteamericana de Afganistán para derribar el régimen de los
talibanes. Lo tristemente irónico del caso es que estos dos periodistas fueron
compañeros de Pérez-Reverte y aparecen como personajes de esta novela.
Protagonistas
Los protagonistas principales son dos
reporteros de TVE: Márquez y Barlés, por este orden. José Luis Márquez es un
personaje real, como casi todos los que aparecerán en la obra. Está considerado
como uno de los mejores cámaras de guerra del mundo. Barlés es el redactor y presentador
de las crónicas de guerra; es un personaje figurado porque es el nombre que el
autor se da a sí mismo para poder construir el relato en tercera persona. Junto
a ellos viaja la intérprete croata, Jadranka —profesora de castellano y catalán
en la Universidad de Zagreb, intérprete para la embajada de España y ex alto cargo del Gobierno
Tudjman—; los tres formaron el equipo móvil de TVE en diferentes momentos de
las guerras balcánicas, entre 1991 y 1994.
Sinopsis
La acción principal se desarrolla a
principios de 1994, durante la guerra Croata-Bosnia, en Bijelo Polje, una
pequeña localidad Bosnia situada a 14 kilómetros al norte de Mostar. La Armija
—fuerza militar bosnia— avanza recuperando el territorio tomado anteriormente
por el ejército croata de Bosnia y Herzegovina (HVO). Los dos bandos están
separados por el río Neretva y se parapetan a ambos lados del puente que lo vadea.
Los militares croatas —los llamados jáveos— lo han dinamitado y se proponen
detonarlo en su retirada para impedir el avance de la Armija.
Los dos reporteros se
encuentran en el lado croata, en una carretera cercana al puente, para grabar
la explosión. Márquez está obsesionado con obtener esa imagen, planteándoselo
como un reto profesional. Será una exclusiva porque no hay otros periodistas
allí. La secuencia del puente volando por los aires resume el poder destructor
de una guerra, y el cámara la quiere a toda costa.
A cien metros de ellos, pasada
una curva de la carretera, hay una granja en la que vive una familia croata.
Detrás de la casa, Jadranka los espera en el coche, un Nissan blindado con el
que se desplazan a las zonas de conflicto. Toda la trama transcurre en una sola
jornada de trabajo, desde que llegan los reporteros y escogen la mejor posición
hasta que vuelan el puente y se marchan para elaborar y emitir la crónica.
Estructura
El acontecimiento del puente se desarrolla
a lo largo de seis capítulos y sirve de hilo conductor que el narrador abandona
y retoma continuamente, mientras reflexiona sobre los hombres, con sus luces y
sus miserias, sobre la guerra y el reporterismo. Ilustra el discurso con
historias reales vividas durante los más de 20 años cubriendo conflictos bélicos
en casi todo el mundo. Las que no son de su experiencia son de conocimiento
propio por fuentes directas. Unas y otras son relatadas descarnadamente, con la
rudeza de un profesional curtido que ha visto el infierno mil veces y lo ha
podido contar, y también con la ternura —contenida y casi disimulada— de un
tipo instruido que no puede permanecer ajeno a tanto dolor extraño.
Por los pasajes de Territorio Comanche desfila un sinfín de
personajes: soldados, víctimas civiles y, sobre todo, periodistas de los principales
medios del mundo, muchos de ellos compañeros directos y amigos, algunos que ya
no están, que “han dejado de fumar” como irónica y metafóricamente se refiere
el autor a sus muertes. Pérez-Reverte describe escenarios, personas y hechos de
forma que el lector puede imaginarlos sin esfuerzo.
Abre el primer capítulo
con Márquez enfocando el cadáver de un soldado croata abandonado en una cuneta.
Sitúa el contexto bélico del momento en una guerra, la de los Balcanes, que
fueron muchas guerras a la vez. Dibuja el entorno físico, a modo de escenario, y
describe con detalle el terreno, las casas en ruina, los olores y los sonidos,
como el de los morteros, los cristales rotos al pisarlos o el mismo silencio: eso
es un territorio comanche, “el lugar donde el instinto dice que pares el coche y des media vuelta,
donde no ves los fusiles, pero los fusiles sí te ven a ti”.
Cierra el relato con la
tremenda explosión del puente, la sonrisa de Márquez de oreja a oreja por haber
conseguido tomarla, las cuentas que hacen los dos reporteros para alcanzar ilesos
el Nissan bajo una lluvia de proyectiles bosnios y poder llegar a tiempo de
emitirlo a la hora del Telediario.
Salvo el primero y el
último, los otros cuatro capítulos son más bien paradas de descanso que emplea
el escritor para dar un poco de aire. Cabe destacar un par de páginas del
cuarto capítulo (“Las postales de Mostar”), dedicas a contextualizar
históricamente el conflicto de los Balcanes y el origen de los nacionalismos,
desde el Imperio Austrohúngaro, la Bosnia otomana, la cuestión serbia en el
origen de la Primera Guerra Mundial y el sangriento papel de ustachis croatas y chetniks serbios en la Segunda, hasta la disolución de la antigua
Yugoslavia y la guerra que desencadenó.
Por lo demás, no hay
cambios sustanciales en la línea narrativa. De hecho, a lo largo de la obra incide
en los mismos o parecidos argumentos, si bien contados de distinta forma o a
colación de acontecimientos diferentes. Por tanto, mejor que un análisis por
partes resulta más conveniente desarrollar las claves.
Claves del relato
Márquez
Es el protagonista principal y objeto de la
obra. Mucho se ha discutido sobre si Territorio
Comanche es una novela de ficción o hasta qué punto lo es; el autor lo
aclara en una entrevista, varios años después:
“El puente de
Márquez voló en realidad cuando los serbios intentaron cruzarlo en Petrinja
[septiembre de 1991]. Pero Márquez no pudo firmarlo, porque ya no estábamos
allí. Esa es la única vez que el libro se aparta de la realidad. […] Pero yo le
debía su puente. Por eso quise darle la satisfacción de obtener su imagen
saltando por los aires, en el libro; […] es el mayor homenaje que podía
tributársele a ese curtido cabrón que durante tantos años ha sido mi compañero
y amigo. Aunque solo haya sido en la semi-ficción de unas páginas, después de
tres décadas cubriendo guerras por cuarenta mil duros al mes, José Luis Márquez
tuvo su maldito puente”.
Con esta declaración se
despejan dudas y quedan patentes la admiración y el cariño del escritor por el
cámara. Esta es una constante a lo largo de las páginas del libro:
Pérez-Reverte detalla sus movimientos, sus gestos, sus expresiones; relata
anécdotas e historias pasadas vividas en común y describe la técnica de Márquez
usando frecuentes explicaciones en lenguaje audiovisual: foco, plano,
movimientos de cámara, transiciones, audio, etc. Destaca su frialdad en
momentos en los que el reportero se juega, literalmente, la vida, por no
desperdiciar el segundo que lleva días, meses o años esperando. Y es que “lo
que pasa, pasa en ese segundo, no se puede volver atrás y empezar con un folio
en blanco”, dice Márquez en una reciente entrevista para RTVE.
La
guerra de los reporteros
En el fondo, Márquez es la personalización
de un homenaje a todos esos reporteros —algunos ya no viven— que va citando a
lo largo del libro: Paco Custodio, Gervasio Sánchez, Julio Fuentes, Miguel Gil,
Enrique del Viso, Miguel Ángel de la Fuente, Leguineche, Ovalle, Fernando
Múgica, Josemi Díaz, Eguiagaray y muchos más, españoles y extranjeros. El
lector no deja de preguntarse qué diablos es lo que mueve a esta gente a arriesgar
tanto para dar una noticia, qué clase de impulso los empuja o los mantiene
alejados de sus familias en territorios tan hostiles.
El autor relata experiencias
e historias vividas con ellos en la antigua Yugoslavia y en otras guerras, en
otros lugares. Traza perfiles en cuatro líneas y suele hacerlo en clave
positiva. Una excepción es Ángela Rodicio, la Niña Rodicio como la llama, una joven inexperta en aquellos
momentos, capaz de decir que los B-52 (aviones de más de 80 toneladas de peso) bombardean
en picado, con actitud prepotente y tendencia a hablar mal de compañeros y
grandes reporteros. La verdad es que casi nadie ha desmentido las palabras de
Pérez-Reverte, que parece haberse tomado su particular venganza en esta obra.
Los hoteles en los que se
alojan los periodistas —la tribu— son
otra fuente de inspiración: Beirut, Managua, Bucarest, Kuwait, Buenos Aires, El Aaiún, Vukovar, Bagdad,
Zagreb, Sarajevo y un largo etcétera. Relata la vida en ellos, la convivencia —a veces difícil por la competencia— la solidaridad y el miedo.
Usa la jerga del oficio como solo alguien que haya estado allí, y sea de la tribu, puede hacerlo: salir a buscar la noticia —ir de shopping—
o apurar las situaciones al máximo (“tres bombas más y nos vamos”). El hotel es
para dormir, comer si hay comida, ducharse si hay agua y para refugiarse cuando
las cosas vienen muy torcidas y la artillería o los bombarderos no dan tregua,
pero no para narrar la guerra, viene a decir el periodista, porque ésta solo se
cuenta desde donde ocurren las cosas, sin olvidar, eso sí, que lo peor es no
regresar: “Porque
todos los reporteros, cuando los matan, dejan en el hotel la cuenta sin pagar,
camisas sucias en el armario, un mapa clavado con chinchetas en la pared y una
botella de whisky sobre la mesilla de noche”.
Experiencia
y riesgo
La experiencia del autor como periodista y
reportero es la espina dorsal de la novela porque no se entiende, o resulta
complicado hacerlo, que alguien ajeno al reporterismo de trincheras alumbre una
obra como Territorio Comanche, por
muy bien que escriba y mejor se haya documentado. El texto destila oficio por
sus cuatro márgenes, y solo con ese oficio es posible guardar el equilibrio
entre cumplir con la información y no caer en el intento; es el eterno dilema,
según Pérez-Reverte: demasiado lejos no hay imagen y demasiado cerca puede ser
letal.
La suerte —la mala— puede
jugar su papel en cualquier territorio comanche, pero la inexperiencia, la
inatención o la temeridad injustificada son a menudo el origen de las
desgracias. Por ejemplo, saber distinguir en la vibración de los cristales la
onda sónica que precede en cinco segundos al impacto, observar la hierba fresca
y tiesa de un camino minado, conocer los rincones preferidos por los
francotiradores o calcular los segundos entre mortero y mortero antes de cruzar
una calle, pueden suponer la diferencia entre cenar esa noche en el hotel —aunque
sea una triste lata de carne en conserva a la luz de una vela— o viajar de
regreso a la patria en una caja de madera dentro de otra mayor de aluminio,
como una matrioska. Por otro lado,
tales desgracias siguen la ley de las probabilidades, la del cántaro y la
fuente; de manera que mientras más tiempo está un reportero al pie del cañón
—nunca mejor dicho—, más papeletas lleva en la rifa. Por eso, llega el día en
que echa cuentas y se marcha para no ver la guerra nunca más: “Más vale no
hacer una foto que hacer la última foto”.
Crítica
No es privativa de esta novela porque la
crítica al poder —en cualquiera de sus niveles— es una constante en toda la
obra de Arturo Pérez-Reverte. Pero en Territorio
Comanche adquiere tintes tragicómicos al escribir sobre los domingueros o japoneses, así llamados aquellos que solían visitar las zonas de
conflicto en la antigua Yugoslavia, solamente durante uno o dos días, para
hacerse una foto y regresar al calor del hogar a la mayor brevedad: intelectuales de toda
clase, consejeros, parlamentarios, ministros, defensores del pueblo, presidentes
de gobiernos, generales, “periodistas con mucha prisa”, como Lobatón, y
personajes del estilo de Pedro Ruiz.
A
todos ellos —con sus chalecos antibalas
y cascos de estreno, “arriesgando la vida a cincuenta o doscientos kilómetros
del tiro más cercano, con intrépida expresión”—
el escritor proporciona una buena tanda de puyazos y el desdén de un reportero bragado y
curtido de verdad. Cualquier profesional en otras disciplinas de choque como,
por ejemplo, un médico de urgencias habituado a bregar con el dolor, la sangre
y las zancadillas de los que mandan, entiende esto a la perfección y se le
queda la misma cara que al periodista cuando llegan los prebostes a retratarse
de gratis. Por si las moscas, comenta Pérez-Reverte, en tales ocasiones
“Márquez tenía la cámara lista por si al dominguero le daban de una puñetera
vez el chinazo que se andaba buscando”.
No
escapan a la criba los primeros ministros y cancilleres europeos, “ensayando
sonrisitas y posturas ante el espejo” durante la crisis, incluidos los
españoles Solana y Fernández Ordóñez, aunque a este último no lo nombra
expresamente, supuestamente por haber fallecido antes de la publicación del
libro. También dedica algún pasaje con irónica acritud a los estados mayores de
las grandes potencias, a sus analistas de guerra y los técnicos que no paran de
inventar armas y proyectiles que hagan el mayor daño posible sin finiquitar de
inmediato: “Matar al enemigo ya no se lleva. Ahora lo moderno es hacerle muchos
cojos y mancos y tetrapléjicos y dejar que se las arregle como pueda”.
A
TVE, la empresa para la que trabajaba, le hace un siete en Territorio Comanche, por mezquina, según el periodista. Dos meses después
de la publicación, y ante la probable apertura de un expediente, Pérez-Reverte
se marcha del ente público con una famosa carta que termina con aquello de:
“Que os den morcilla, Ramón [Colom], a ti y a Jordi García Candau”.
El horror
No abusa el escritor, más bien huye, de
regodearse en las salvajadas de los beligerantes. Da la impresión de ser consciente
de que el público ya las conoce sobradamente por los medios y no redunda en
ellas ni acude al sensacionalismo facilón.
Prefiere dibujar la
barbarie a través de los ataques a símbolos culturales, como el incendio de la
biblioteca de Sarajevo o la destrucción del histórico puente de Mostar, dedicando
—y solo de pasada— alguna tenue pincelada a hechos macabros, como la matanza en
el mercado de la capital bosnia, las violaciones masivas de mujeres musulmanas
o las masacres de Vukovar. No necesita recurrir a la sangre porque a través de
sus descripciones es capaz de comunicar la tragedia de la población civil: las
fotos de un álbum familiar entre las cenizas de una casa, el anciano que mira
bonitas antiguas postales de una ciudad ahora arrasada o el campesino croata
que duda en abandonar su granja, con su familia, ante la inminente llegada de
la Armija.
Por el contrario, sí que se
detiene narrativamente ante la visión de cadáveres, pero lo hace más con las
reflexiones que le evoca la persona que fue o la propia muerte —moneda
corriente del entorno en el que trabaja—, que con detalles morbosos o puramente
descriptivos: “No hay nada tan solo como un muerto […] porque, en el fondo, un
muerto no es sino el dolor futuro de alguien que lo espera y aún no sabe que
está muerto”.
Rasgos
estilísticos
La historia está narrada en tercera
persona. Barlés, el compañero de Márquez, es el nombre figurado del propio
Pérez-Reverte, que lo usa para no convertir el texto en una experiencia personal
y no restar relevancia al protagonista principal.
El autor emplea un
lenguaje directo y realista, de tono generalmente culto pero con frecuentes expresiones más
cercanas al estilo coloquial y castizo —incluso a riesgo de pecar en la
malsonancia— que al cultismo empalagoso. La novela es de lectura muy fluida y
de gran visibilidad, gracias a sus ricas descripciones y retratos. Completan
este cuadro una serie de ingeniosos giros y divertidos comentarios, que en más
de una ocasión arrancan la carcajada. El humor negro es una de las constantes
vitales de esta obra.
El
escritor se apoya en la metáfora con acierto, sarcasmo e ironía, dardos con los
que pincha al mundo de la superficialidad, la estupidez, la vileza y la
hipocresía, al que denuncia y critica de forma inmisericorde, desahogando su
ira, su rabia y su desesperanza por el convencimiento de que poco se puede hacer
frente a la ignorancia consentida y militante.
En
Territorio Comanche, Pérez-Reverte hace alarde de amplios conocimientos
en balística y artillería. Para ilustrar sus explicaciones sobre los sonidos de
las balas, los proyectiles, la metralla o las bombas, emplea curiosas
onomatopeyas que, leídas despacio y en voz alta, sitúan al lector en las calles
de Sarajevo, Mostar o Vukovar, atento a un tump
de salida o al temido raas-zaca-bum-bum.
Además —y esto es aún más admirable— sabe administrarlas para no pasarse de
color.
Valoración
Si no fuese por los elementos de ficción —muy escasos
pero conocidos— y por los abundantes
juicios de valor de su autor, podría decirse que Territorio
Comanche
es un gran reportaje de guerra. Incluso cabría añadir que es uno de los
mejores, a riesgo de linchamiento por los puristas de los géneros
periodísticos.
Sea como fuere —novela reportajeada, reportaje novelado o, simplemente,
novela—
esta obra de Pérez-Reverte es un valioso relato con doble vertiente: por un lado
es un documento sobre la guerra y la mísera condición de los felones que, desde
la sombra, la provocan o no quieren ni les interesa evitarla. La otra cara de Territorio Comanche es la de todos aquellos
que trabajan para contarla y contribuir al derecho que tienen —o deberían
tener— todos los pueblos y sus gentes a estar bien informados. Es la cara de un
periodismo salvaje y arriesgado, no siempre bien pagado, al menos en España; es
la cara del reportero cansado que, tras otra dura jornada, celebra haber
escapado un día más a cualquiera de las desagradables sorpresas que una guerra
puede deparar.
Y
aunque un buen día diga hasta aquí hemos llegado, me largo y hasta nunca, el
reportero jamás estará solo. Mientras escriba cómodamente en el ordenador de su
casa una crónica de sociedad, un artículo de opinión, una crítica literaria, una
novela o no escriba nada, le acompañará aquel amarillento estudiante pekinés aplastado
por los tanques de Tiananmén, el negrito eritreo con su barriguita hinchada en
un campo de refugiados, el moreno campesino nicaragüense asesinado por
paramilitares somocistas o el rubio y blanco croata abandonado sin hálito en
cualquier cuneta de la antigua Yugoslavia. Fantasmas de todos los colores,
etnias y religiones. Fantasmas de todos los rincones de la Tierra, agradecidos
al periodista por haber contado al mundo que una vez existieron.
Seguro
que Márquez y Barlés, y todos los demás, tienen apadrinado a más de uno.■
Gracias por el comentario. Para mí, la mejor novela del autor. Y una grandísima y compleja novela, además. Porque es una novela, que no se engañe nadie, ni siquiera el autor. Por más que los personajes lleven nombres de personas reales, son puros y simples personajes literarios que funcionan, se relacionan y crecen en la Literatura. La novela, de hecho, funciona sola, sin la ayuda del supuesto referente real: no es necesario. Y no lo es porque -siento llevarle la contraria- está relatada en primera persona, no en tercera, y todo tiene lugar en la mente de Barlés, narrador-protagonista. Si me encanta esta novela es, precisamente, por su honda subjetividad disfrazada de lo contrario. Todo lo que 'vemos' -digamos- es a través del prisma o velo o punto de vista de Barlés, creador de la 'realidad': su 'realidad'.
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario. Efectivamente, es una novela, tal y como comento en la reseña. Y cómo no, un personaje de novela es literario aunque sea real, no son condiciones excluyentes. Esta controversia -si la hubiere- es vieja, particularmente recurrente desde los 60 -con la eclosión del llamado Nuevo Periodismo de Wolfe, Talese y compañía- y que curiosamente ha vuelto a poner sobre el tapete la reciente Nobel de Literatura y periodista, Svetlana Alexiévich. Respecto al concepto de primera persona, en la reseña se refiere exclusivamente a un rasgo estilístico, puesto que si no existiera Barlés, el autor tendría que haber narrado con el yo, el mi, el me y demás figuras gramaticales de la primera persona, lo que, sin duda, hubiera generado un texto absolutamente distinto. Entiendo que usted maneja otro concepto más relacionado con la subjetividad del escritor, más funcional. En Territorio Comanche no solo vemos a través del prisma de Pérez-Reverte; también miramos por el visor de la betacam de Márquez una realidad grabada y conservada. Irrefutable, por cierto. Si narrar en primera persona solo consistiera en contar lo que está en la mente del autor, por esa misma regla de tres no existiría la tercera, porque todo sale de las mentes de los autores, ¿de dónde si no? Perogrulladas aparte, le reitero su atención e interés, quedándole agradecido.
ResponderEliminarTendré que leerla, aun no se si ya llego a mi país. lo único que se es que el que yo conociera a Perez Reverte ha sido culpa suya Doctor Maldonado y también se que es una garantía de buen gusto y de mejor oficio.
ResponderEliminarLe gustará. Gracias.
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