Directo al corazón
HÉCTOR
MUÑOZ. MÁLAGA
Los
muertos ya no entienden de solidaridad. Los muertos ya no pueden ver el
espectáculo luminoso de la bandera belga sobre la Fontana de Trevi, la torre
Eiffel o la puerta de Brandenburgo. Ni los ramos de flores o los cirios
encendidos en su memoria. Ni oyen los fúnebres compases del violonchelo. Los
muertos de los atentados de Nueva York, Madrid, Londres, Boston, París o
Bruselas no tienen entradas para asistir a la representación mediática
orquestada después de cada matanza.
La dramatización
del discurso
Estos
espectáculos de imagen y sonido no son otra cosa que la cara plañidera del
discurso único de los mismos que provocan, interesadamente siempre, tales
tragedias. Cada bomba, cada bala, cada cuchillada de estas bestias que se
autodenominan Estado Islámico (Daesh) son el fiel reflejo, la consecuencia
especular, del más de un siglo de atrocidades occidentales contra los pueblos
del llamado tercer mundo.
Una realidad con
más de 100 años
Desde
los acuerdos de Sykes-Picot en 1916, por el que Inglaterra y Francia se
repartieron desvergonzadamente las tierras del Próximo y Medio Oriente —Siria y
Líbano para ti, Palestina, Jordania e Irak para mí, trazando fronteras a tiralíneas
sin respetar etnias, creencias, costumbres ni tribus ancestrales—, el bloque
occidental, con sus corporaciones industriales, comerciales y financieras, no
ha dejado de masacrar, humillar, expoliar, dividir y manipular al mundo árabe.
Por no hablar del sudeste asiático o el continente africano, en el que, por
cierto, el adorado genocida Leopoldo II de Bélgica se llevó por delante a diez
millones de congoleños y aquí no ha pasado nada. Eran muertos de tercera.
De vez en cuando
pasa todo lo malo que puede pasar
El
fundamentalismo islámico violento es un fenómeno que surge de una parte de la
base social musulmana, como lo fue el nazismo alemán, ese subproducto
genuinamente europeo, responsable del mayor genocidio de la historia de la
humanidad. Tras la Segunda Guerra Mundial, EE. UU. se consolida de forma
hegemónica como gran jefe del club imperialista occidental, acentuando la
fragmentación del bloque árabe en una red de intereses y alianzas con el fin de
controlar la zona y asegurar el abastecimiento de petróleo que, en plena
ebullición de la sociedad del consumismo desaforado, es cada vez más necesario.
Aliados: el regreso
de Santiago Matamoros
La
creación de un potente Estado de Israel —fiel aliado y amigo inseparable de EE.
UU.— en el corazón del Islam provocó el éxodo de varios millones de árabes, que
hasta la presente solo han recibido a cambio buenas palabras. La legitimidad de
un Estado palestino sigue en el alero un siglo después de la promesa británica,
un embuste más de los del fair play. En
los 50 y los 60, mientras la República francesa, la de la liberté, la égalité y la fraternité mataba
argelinos en Argelia y en París, los británicos no cejaban en el empeño de
desestabilizar en Egipto, Yemen o Adén, para mantener su estatus colonial con
emires y jeques corruptos, bañados en oro a costa de su pueblo; por su parte,
Washington mantenía en Irán a su buen amigo el Shah, otro sangriento dictador
que tuvo que salir por piernas ante la llegada del Ayatolá y una riada de
chiíes muy, pero que muy malhumorados.
Sin guerras no se
fabrican armas
La
venta de armamento y la financiación preferente a países o facciones políticas,
en función de los intereses del momento, han dado lugar a curiosas alianzas y
divorcios espectaculares. Los norteamericanos armaron y entrenaron a los
talibanes, a Osama bin Laden y a sus muyahidines de Al Qaeda en Afganistán; años
después, se hartaron de bombardear las montañas afganas y en 2011 mataron al
saudí, o eso dicen. Lo mismo habían hecho con Irak y Sadam Husein entre 2003 y
2006, desencadenando una guerra civil de la que, finalmente, ha nacido el
Daesh. Franceses e ingleses no han ido a la zaga y siguen enredando todo lo que
pueden. La industria bélica no da abasto para tanto tiro y ahora está aún más de
enhorabuena: desde agosto de 2014, EE. UU. lidera una coalición de 60 países,
entre los que están las primeras potencias militares y tecnológicas del mundo, que
luchan contra el Daesh; ha pasado año y medio pero los terroristas siguen
matando tan ricamente. Sorprendente.
¿A quién puede
extrañar lo que está pasando?
La
opinión pública, la sociedad de a pie, ya no puede escudarse en estar
desinformada. Únicamente aquellos que solo acuden a los medios convencionales
de comunicación y son tan perezosos, o indolentes, que no buscan versiones
alternativas de los hechos, antecedentes de los acontecimientos y elementos de
contexto, pueden tragarse la bola que el establishment
trata de inocular contumazmente a la audiencia. La simplificación del mensaje
es una de las muchas técnicas de propaganda política: ellos los malos, nosotros
los buenos; ellos verdugos, nosotros víctimas. Los terroristas del Daesh son
crueles y sanguinarios, tan aborrecibles como todos los terroristas, sí. No hay
justificación posible para lo que hacen, también. Pero los gobiernos
occidentales, los del mundo opulento, no son víctimas inocentes; solo lo son todos
los ciudadanos que caen bajo las bombas y las balas, víctimas de los terroristas
y de sus propios gobernantes —títeres del poder real, el del dinero—, que
llevan décadas provocando, cuando no propiciando, esta situación.
Un patrón de
conducta que se repite sin descanso
Después
de cada matanza, estos nauseabundos políticos se lavan la cara y se visten de
dignos para ir a los funerales. Con gestos apenados pero con la firmeza que sus
rangos reclaman, recitan el mismo discurso cambiando los nombres con el
procesador de textos. Aúllan por la libertad, llaman a la 'unidad' (¡hay que
joderse!) y hacen lo que mejor se les da: prometer 'medidas'. Y esto es lo
peligroso, porque esas medidas van todas dirigidas a recortar las libertades
constitucionales de los ciudadanos, en nombre del miedo y la seguridad. Vigilancia,
controles, bases de datos y rastreo de la Red.
Propaganda, esa
vieja conocida
Están
preocupados porque son muy conscientes de que Internet es una fuente de
información alternativa y de comunicación en red que puede ayudar a destapar
sus fechorías ante la opinión pública a la que tratan de manipular, y a la que,
de hecho, manipulan. Sus equipos de propaganda y sus medios afines hacen el
resto con eslóganes solidarios, lágrimas, flores, velas y luces de colores.
Directo
al corazón de la gente para que el cerebro trabaje lo menos posible y no se
haga demasiadas preguntas.
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