AL & AL: CAPONE Y
RIVERA
HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA
Albert Rivera y Al Capone no son tan diferentes como podría
pensarse.
El mafioso se dedicaba, entre otras muchas fechorías, a
reventar huelgas y apalear a los futuros votantes del partido contrario a los intereses
de los corruptos para, digamos, reconducir sus intenciones. Capone llamaba jocosamente
a la jornada electoral “el día de los Inocentes”.
Rivera y su programa
neoliberal reventarán todas las huelgas contrarias a la reforma laboral del PP,
esa que el líder de Ciudadanos se niega a derogar, como ha declarado en varias
ocasiones. Como también reventará, si puede, cualquier manifestación de los
independentistas catalanes, su segunda gran obsesión, después de Podemos. Donde
sí parece más dispuesto a apoyar huelgas es en Caracas, donde tiene poco que
perder y no mucho que ganar, visto el ridículo papel que le ha tocado
interpretar en su reciente y patético viaje a Venezuela.
Tras ver el espantoso vídeo de propaganda electoral que ha
lanzado al aire, tampoco hay dudas del apaleamiento al que ya somete a sus
contrincantes políticos, particularmente a la figura de Pablo Iglesias y, lo que
es peor, a sus votantes. No lo hace con bates de béisbol como Capone y su banda,
claro está, lo hace con absoluta falta de respeto y una actitud pretendidamente
humillante hacia una coalición que le ganó sobradamente en las fallidas
elecciones del pasado 20 de diciembre.
El spot, como dice
un buen amigo, es, sencillamente, grotesco. Alimenta el estereotipo del ocioso español
en un bar, a media mañana o media tarde de un día laborable. Le ha faltado el
torito banderilleado y el flamenco de traje corto. Dos camareros y un
repartidor, cotillas en extremo, reparten juego entre los que están apalancados
en la barra, leyendo el diario del bar y mirando la tele de vez en cuando. La
más ocupada, la señora del teléfono móvil, no lo está tanto que no pueda hacer
una paradita para tomar algo y decirle al marido dónde está la merienda del
nene. Y, por supuesto, el pobre parado buscando curro apalancado en la barra,
tirando de smartphone y tomando café
de caridad por la inmensa generosidad del dueño del bar.
Esta es la España de Albert Rivera, a la que no le falta,
por cierto, el líder de opinión, un señor canoso, aunque no anciano, que da un
medio mitin en plena barra del bar, sugiriendo el voto para C’s y exaltando el indómito
y resiliente carácter nacional; solo le quedó cantar aquello de “Yo soy
español, español, español”. Y cómo no, la pantomima no podría estar completa si
no hay algún linchamiento moral, una costumbre auténticamente hispana que en
esta ocasión elige como víctima a un chaval con coleta que juega a las
tragaperras, mira el móvil (como los demás) y bebe cerveza. La alusión a Pablo
Iglesias es tan grosera, tan burda, tan chabacana, tan falta de ingenio, de
ideas, tan carente de clase y de categoría, que no merece la pena dedicarle más
que una media sonrisa de lástima, no solo por la birria de producción
audiovisual, sino por la vacuidad del mensaje, fiel reflejo de la aridez
ideológica y de la poca talla política de Ciudadanos —un partidito de corto
alcance—, y de su lidercillo de plastilina naranja.
Al Capone hablaba de “inocentes”; Al Rivera trata a los
ciudadanos de idiotas, lo cual es mucho más grave. En el fondo, ambos expresan
el mismo desprecio por la democracia, porque ambos están sujetos a intereses
que van mucho más allá de la misma: la mafia y el IBEX 35.
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