La mató su mano derecha
HÉCTOR
MUÑOZ. MÁLAGA
Ya
es un cadáver político. Con casi un millón de votos y la victoria en las
pasadas elecciones, Susana Díaz pasará a la oposición. Presumiblemente habrá
bipartito de PP y C’s. No la tumbó la crisis ni la corrupción de los ERE falsos.
Ni las mareas ni los adversarios políticos. Ni los enemigos dentro de su propio
partido ni la errática gestión de Pedro Sánchez frente al independentismo
catalán, como ella pretende. Desde su llegada a la presidencia ha seguido a
rajatabla la metáfora evangélica por la que jamás dejó que su mano izquierda
supiera lo que hacía su mano derecha. Y esta la mató.
Su comparecencia la noche de las
elecciones es un perfecto resumen de la película de sus cinco años de mandato.
“Yo he ganado con la confianza mayoritaria de los andaluces”. Aún se cree una
ganadora. Prefiere decir que ha perdido un 7% a nombrar los 14 escaños que le
han birlado. Habla del descenso de Adelante
Andalucía para dar la sensación de que su derrota es la de una izquierda
andaluza que ella —y solo ella— lidera. Es solidaria solo cuando pierde.
Quizá lo que más indigne de su discurso —presumiblemente
el penúltimo como presidenta— es la insultante ausencia de un mínimo juicio
autocrítico. No pierde 14 escaños por sus políticas ni por estrategias equivocadas.
No. La culpa es de los que se quedaron en casa y no fueron a votar. Su engreimiento
la lleva a satanizar un derecho constitucional tan sagrado como el de votar: el
de no votar.
Suma y sigue. Después de cinco años de
hacer política de derechas con disfraz de progresista, resurge la camarada Díaz
—aquella revolucionaria que con 17 años ingresó en las Juventudes Socialistas— llamando
a las barricadas. ¡Que vienen los nacionales! ¡A las barricadas! De momento, a
los de VOX no se les ve apaleando rojos ni quemando herejes; han conseguido
388.000 apoyos y 12 escaños en unas elecciones democráticas. Podrá no gustar su
ideología —a mí, nada—, podrán temerse sus intenciones, sí, pero a día de hoy sus
derechos políticos son tan legítimos como los de los demás. Son las reglas del
juego. Agitar el miedo y tocar a rebato es tan anacrónico en estos momentos
como los planteamientos de la extrema derecha. Esto va también por los líderes de
Adelante Andalucía, más empeñados en
mirar a los de VOX que en analizar de una vez por todas qué diantres le pasa a
la izquierda española.
No podía faltar el puntito patético en
una comparecencia marcada por el demacrado rictus de la insigne trianera. En un
desesperado intento para agotar la última posibilidad de volver a gobernar,
apela a las conciencias democráticas de los dirigentes del PP y de C’s para que
no pacten con los 12 votos de VOX, esa dorada llave para un gobierno bipartito
presidido por Moreno. Esto solo puede interpretarse como una nueva maniobra de
distracción porque resulta inverosímil la idea de que Susana Díaz esperara que
le dijeran: “Sí, Susana, no pactaremos con VOX, es mejor que formes Gobierno
con Podemos e IU, nosotros esperaremos”. Las carcajadas de Casado y Rivera aún resuenan
en los bajos del Palacio de San Telmo. A esas horas del 2 de diciembre ya estaba
todo el pescado vendido.
Pero ella, tan estupenda, tan soberbia y
tan del partido —el mismo que prefirió a Pedro Sánchez en las primarias— ya se
ha arrogado el noble papel de ser el “dique de contención de la extrema derecha
en Andalucía”. Cinco años tuvo para contener banqueros, especuladores,
empresarios codiciosos, aristócratas y terratenientes. Y lo único que contuvo
fue el gasto social de los servicios públicos indispensables, a costa de sus
profesionales y trabajadores.
Y decíamos que sus gobiernos no hicieron
política de izquierdas. Y así es. Hicieron política de derechas disfrazada de
izquierdas, una gestión conservadora vestida con un cancán de progresía. Maltratar
a los profesionales de servicios públicos vitales como educación o salud no es
de izquierdas. Inaugurar resonancias magnéticas mientras las mareas blancas
estaban en la calle no es nada progresista. Ni novedoso, ya lo hacía Franco con
los pantanos. Cantar mil alabanzas sobre los maestros, los enfermeros o los médicos
de la Junta y no cubrir sus vacaciones no es muy socialista que digamos. Tejer
unas cadenas de mando en las instituciones públicas con cargos —altos e
intermedios— sometidos a un curioso proceso de susanización (aquel consistente en no tener ni una mala palabra ni
un buen gesto, parafraseando a José María García) no es ni siquiera un
comportamiento socialdemócrata.
Permitir que a los ancianos de Andalucía —sobre
todo a los menos pudientes y a los más solos— los cuiden durante dos de las 24
horas del día y faldar de vanguardia en Ley de Dependencia no es nada, pero
nada izquierdista. Instituir en los centros sanitarios la figura de un
enfermero o enfermera “de enlace” para
terminar medicalizando estos problemas sociales, escondiéndolos en los
hospitales públicos o en los privados concertados, no es progresista, no.
Y como la peña se está volviendo más pragmática
cada día, ha decidido que para una de derechas con chupa roja de cuero, mejor
uno de verdad y bien peinadito. La mano izquierda de Susana Díaz solo asomó en
cinco años para su propia propaganda política. Nunca supo lo que hacía la otra.
Y fue su mano derecha la que la mató.
No hay comentarios:
Publicar un comentario