Resiliencia, galenos y galeotes
HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA
Hay diferentes formas de
matar a un médico de urgencias. Todas ellas son lentas. El sistema pule y
refina sus fórmulas de tortura para que parezcan decesos consustanciales al
trascurrir del tiempo, naturales e inevitables. Y al que no consigue finiquitar
lo deja para coger alúas.
La muerte a pellizcos
La
condena a galeras de los más veteranos es el recurso distintivo del Servicio
Andaluz de Salud, su gold standard,
al menos en el hospital Carlos Haya de Málaga. Recluirlos en una consulta
frente a una apremiante lista de pacientes por atender es como obligarlos a
remar a fuerza de latigazos. Más de 30 años de vasta y valiosísima experiencia
son sepultados bajo los pies del cómitre. De galenos a galeotes. Con un ojo
puesto en la jubilación, se ven haciendo exactamente lo mismo que el primer día
que pisaron el hospital como médicos residentes.
Semillas hueras
Son tipos
formados y expertos que saben fajarse cuando la parca asoma el pescuezo por la
sala de críticos para llevarse a un pobre hombre reventado en la carretera o aquel
otro con el corazón hecho jirones por un infarto inmisericorde. La transmisión
de ese oficio y de los conocimientos que atesoran resulta inviable en la
soledad de una consulta olvidada. Y buena falta hace, porque los últimos
eslabones de la cadena docente chirrían escandalosamente, embotados por la
ignorancia y la indolencia. A los trileros miopes que ocupan los altos
despachos poco les importa todo esto. Ellos a lo suyo, acabar la singular tarea
de terminar de hundir el Sistema Sanitario Público de Andalucía.
Tercio de banderillas
Si se
permite el símil taurino, las galeras vienen a ser como el tercio de varas de
una buena corrida de toros. Una vez bien picados a base de saña y puyazos, hay
que seguir molestando clavándoles banderillas de colores. Hoy es la gripe, la
demanda se desmadra pero no solo no refuerzan los puestos sino que ni siquiera cubren
lo mínimamente necesario. Mañana es verano, la Costa del Sol a reventar y no
sustituyen ni a los de vacaciones. El facultativo bufa como morlaco de raza
mientras el director de turno, pinturero y vestido de luces —¡eheeee toritooo!—,
se eleva en inverosímil escorzo y le endiña otras dos. “La asistencia está
garantizada”.
Contra los elementos
Si
la resistencia de estos médicos roza el mito, su capacidad de adaptación frente
a circunstancias adversas no tiene parangón. En la última demostración de tal
poderío, ni las variables meteorológicas ni la inoperancia de los incompetentes
de siempre fueron capaces de mellar un ápice la indomabilidad de sus espíritus.
Si
bien es cierto que Málaga puede presumir de un clima benigno y envidiable la
mayor parte del año, no lo es menos la rapidez con la que suele cambiar la
temperatura de una estación a otra. Esto fue lo que ocurrió hace unos días, pasando
en 24 horas de casi verano a tener nueve grados a las 12 de la mañana. Podrá
decirse que para frío, el pirineo leridano; bien, pero hecha esta salvedad habrá
que convenir en lo caprichoso del asunto.
No
sería noticiable esta cuestión de no ser por dos pequeños detalles referidos al
relato que nos ocupa. Urgencias del Carlos Haya: mirando la zona de consultas
desde la entrada, las de la derecha —a estribor en la galera— tienen una
disposición arquitectónica que les impide catar un rayo de sol en estas fechas.
El árbol que adorna el entorno tampoco ayuda. El segundo detalle es que la
calefacción dejó de funcionar.
Vista aérea del pabellón B del hospital Regional de Málaga "Carlos Haya" / FOTO: GOOGLE EARTH |
Explorando nuevos métodos
De
nada sirven las quejas del personal. El frío entumece hasta las ideas de los
médicos que reman a estribor. Los pacientes brincan convulsos en la camilla
cuando notan sus manos sobre el abdomen. Espantados, miran al facultativo para
cerciorarse de que no están siendo reconocidos por Jon Nieve. Los de
mantenimiento no están y al calefactor ni se le espera. En todo el hospital no
hay un par de estufitas. La sospecha va tomando cuerpo. Si primero fue el de
varas y después el de banderillas, ya solo queda el tercio de muerte. “Nos
quieren liquidar por congelación”.
Para
estos profesionales, la idea de terminar su trabajo es más fuerte que la de
sobrevivir pero no parecen dispuestos a sucumbir. Lo de “la imaginación al
poder” deja de ser para ellos un eslogan absurdo y lo convierten en una
coartada vital: uno se agencia una bomba de aire caliente de las que se usan
para tratar a los hipotérmicos y el otro arrambla con la tostadora de los
desayunos.
Tostadora de pan en una consulta médica del SAS, ante la ausencia de otro método para combatir el frío / FOTO CEDIDA |
Las
consultas y sus huesos recuperan la temperatura deseada, los enfermos se lo
agradecen y en la Dirección de Plataforma
Logística Sanitaria —un nuevo nombre para la ineficacia de siempre— se
tiran de los pelos, vencidos por la resiliencia de aquellos que, a pesar de
galeotes, no dejan ni dejarán de ser grandes galenos.
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