viernes, 2 de noviembre de 2018

Opinión: Resiliencia, galenos y galeotes





Resiliencia, galenos y galeotes
HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA
Hay diferentes formas de matar a un médico de urgencias. Todas ellas son lentas. El sistema pule y refina sus fórmulas de tortura para que parezcan decesos consustanciales al trascurrir del tiempo, naturales e inevitables. Y al que no consigue finiquitar lo deja para coger alúas.
La muerte a pellizcos
La condena a galeras de los más veteranos es el recurso distintivo del Servicio Andaluz de Salud, su gold standard, al menos en el hospital Carlos Haya de Málaga. Recluirlos en una consulta frente a una apremiante lista de pacientes por atender es como obligarlos a remar a fuerza de latigazos. Más de 30 años de vasta y valiosísima experiencia son sepultados bajo los pies del cómitre. De galenos a galeotes. Con un ojo puesto en la jubilación, se ven haciendo exactamente lo mismo que el primer día que pisaron el hospital como médicos residentes.
Semillas hueras
Son tipos formados y expertos que saben fajarse cuando la parca asoma el pescuezo por la sala de críticos para llevarse a un pobre hombre reventado en la carretera o aquel otro con el corazón hecho jirones por un infarto inmisericorde. La transmisión de ese oficio y de los conocimientos que atesoran resulta inviable en la soledad de una consulta olvidada. Y buena falta hace, porque los últimos eslabones de la cadena docente chirrían escandalosamente, embotados por la ignorancia y la indolencia. A los trileros miopes que ocupan los altos despachos poco les importa todo esto. Ellos a lo suyo, acabar la singular tarea de terminar de hundir el Sistema Sanitario Público de Andalucía.
Tercio de banderillas
Si se permite el símil taurino, las galeras vienen a ser como el tercio de varas de una buena corrida de toros. Una vez bien picados a base de saña y puyazos, hay que seguir molestando clavándoles banderillas de colores. Hoy es la gripe, la demanda se desmadra pero no solo no refuerzan los puestos sino que ni siquiera cubren lo mínimamente necesario. Mañana es verano, la Costa del Sol a reventar y no sustituyen ni a los de vacaciones. El facultativo bufa como morlaco de raza mientras el director de turno, pinturero y vestido de luces —¡eheeee toritooo!—, se eleva en inverosímil escorzo y le endiña otras dos. “La asistencia está garantizada”.
Contra los elementos
Si la resistencia de estos médicos roza el mito, su capacidad de adaptación frente a circunstancias adversas no tiene parangón. En la última demostración de tal poderío, ni las variables meteorológicas ni la inoperancia de los incompetentes de siempre fueron capaces de mellar un ápice la indomabilidad de sus espíritus.
Si bien es cierto que Málaga puede presumir de un clima benigno y envidiable la mayor parte del año, no lo es menos la rapidez con la que suele cambiar la temperatura de una estación a otra. Esto fue lo que ocurrió hace unos días, pasando en 24 horas de casi verano a tener nueve grados a las 12 de la mañana. Podrá decirse que para frío, el pirineo leridano; bien, pero hecha esta salvedad habrá que convenir en lo caprichoso del asunto.
No sería noticiable esta cuestión de no ser por dos pequeños detalles referidos al relato que nos ocupa. Urgencias del Carlos Haya: mirando la zona de consultas desde la entrada, las de la derecha —a estribor en la galera— tienen una disposición arquitectónica que les impide catar un rayo de sol en estas fechas. El árbol que adorna el entorno tampoco ayuda. El segundo detalle es que la calefacción dejó de funcionar.



Vista aérea del pabellón B del hospital Regional de Málaga "Carlos Haya"  /  FOTO: GOOGLE EARTH


Explorando nuevos métodos
De nada sirven las quejas del personal. El frío entumece hasta las ideas de los médicos que reman a estribor. Los pacientes brincan convulsos en la camilla cuando notan sus manos sobre el abdomen. Espantados, miran al facultativo para cerciorarse de que no están siendo reconocidos por Jon Nieve. Los de mantenimiento no están y al calefactor ni se le espera. En todo el hospital no hay un par de estufitas. La sospecha va tomando cuerpo. Si primero fue el de varas y después el de banderillas, ya solo queda el tercio de muerte. “Nos quieren liquidar por congelación”.
Para estos profesionales, la idea de terminar su trabajo es más fuerte que la de sobrevivir pero no parecen dispuestos a sucumbir. Lo de “la imaginación al poder” deja de ser para ellos un eslogan absurdo y lo convierten en una coartada vital: uno se agencia una bomba de aire caliente de las que se usan para tratar a los hipotérmicos y el otro arrambla con la tostadora de los desayunos.


Tostadora de pan en una consulta médica del SAS, ante la ausencia de otro método para combatir el frío /  FOTO CEDIDA


Las consultas y sus huesos recuperan la temperatura deseada, los enfermos se lo agradecen y en la Dirección de Plataforma Logística Sanitaria —un nuevo nombre para la ineficacia de siempre— se tiran de los pelos, vencidos por la resiliencia de aquellos que, a pesar de galeotes, no dejan ni dejarán de ser grandes galenos.

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