Carta al Director publicada en el diario Sur de Málaga el 27 de septiembre de 2012.
La entrevista a la que se hace referencia se puede leer en http://www.diariosur.es/v/20120919/malaga/carmen-cortes-crisis-repercutido-20120919.html
jueves, 27 de septiembre de 2012
domingo, 23 de septiembre de 2012
Una leyenda más.
Málaga
tiene una leyenda llamada macrohospital
Héctor
Muñoz. Málaga
En la entrevista a la gerente del hospital Carlos Haya
de Málaga, Carmen Cortés, publicada en el diario Sur el pasado día 19 se
abordan diferentes temas entre los que destaca el proyecto de un gran hospital
para la ciudad. Cortés
se muestra “convencida de que se construirá” y la consejera “así lo ha
transmitido”.
La ciudadanía ya puede estar
tranquila porque sabe perfectamente que no se va a hacer hasta que pasen
algunas generaciones, si algún día se hace. Las malagueñas y los malagueños son
buenas gentes pero no tontos. Esta recurrente noticia sale a la palestra cada
vez que para los políticos y gestores pintan bastos; es como el Santo Grial,
que a fuerza de no encontrarlo se convirtió en leyenda.
Lo curioso de la cuestión es que
hace doce años se hizo un proyecto de ampliación del hospital Carlos Haya ,
que incluía urgencias y consultas externas; las obras comenzaron y terminaron
con la construcción de una cafetería-restaurante de dos plantas y cristalera
verde. La sala de recepción de pacientes en urgencias sigue teniendo entre 35 y
40 metros cuadrados ,
dato que puede ser contrastado fácilmente. La gerente se ha encontrado con esta
situación y no se le puede atribuir responsabilidad alguna, pero no estaría de
más que comenzara a retomar un problema tan básico, si realmente pretende la
“excelencia” del hospital, palabra que repite cuatro veces en la citada
entrevista.

Carmen Cortes, especialista en medicina preventiva y salud pública, ayer, en su despacho del Hospital Carlos Haya. :: Álvaro Cabrera (diario Sur)
Carmen Cortes, especialista en medicina preventiva y salud pública, ayer, en su despacho del Hospital Carlos Haya. :: Álvaro Cabrera (diario Sur)
Es cierto
su comentario sobre los buenos profesionales del hospital, y muy loables la
comprensión por el malestar laboral y su “sensibilidad en estos momentos
difíciles”, lo que no debe ser óbice para recordarle que a finales del pasado
mes de julio el presidente de la junta de personal solicitó el uso del salón de
actos para una asamblea de trabajadores y dicha petición le fue denegada, según
manifestó en su día el representante de los mismos. Si bien es verdad que los
colegios profesionales siempre han supuesto un molesto grano para los
responsables sanitarios, catalogar su visión como obtusa y sus ideas como
decimonónicas no resulta, precisamente, un ejercicio de sensibilidad con los
miles de colegiados que existen en Málaga.
En cuanto a
la influencia de la crisis en las prestaciones, no sería mala idea contrastar
la opinión de Cortés con la percepción de los usuarios del sistema, en cuanto a
listas de espera, atención domiciliaria y demoras en consultas (por poner algún
ejemplo): igual el panorama no resulta tan alentador.
lunes, 17 de septiembre de 2012
Una de piojos
Ojo con los piojos
Héctor
Muñoz. Málaga
Como este artículo puede ser leído por personas
ajenas a la profesión médica, es conveniente aclarar conceptos antes de
desarrollar el tema. ¿Qué es un MIR?
Literalmente significa médico interno residente: médico general que
accede a través de un examen selectivo a una plaza para su formación como
especialista en un hospital durante un periodo de tiempo, habitualmente cuatro
o cinco años, tras el cual obtiene el título deseado, se supone que acreditando
una serie de conocimientos, habilidades, actitudes y aptitudes. Su trabajo es
remunerado mediante un contrato laboral con un sueldo más lo percibido por las
guardias que realizan; si bien no es una cantidad desorbitada, sí es cierto que
es más que digna para vivir desahogadamente, teniendo en cuenta que la inmensa
mayoría son jóvenes recién salidos de la facultad sin grandes compromisos
familiares, muchos de ellos aún al abrigo de sus padres, orgullosos y
satisfechos de la carrera de sus polluelos. Y polluelas.
Mucho
ha cambiado este sistema -que ha dado y sigue dando excelentes profesionales-
en los últimos años. Cambios que han ido de la mano de una serie de
transformaciones sociales, familiares, políticas, profesionales y laborales,
desde su implantación a finales de los 70. El perfil del MIR de hoy no es el de
antaño, aquel médico feliz por abandonar -al menos temporalmente- la bolsa de
trabajo y las oficinas de empleo, capaz de llegar al hospital a las ocho de la
mañana para presentar, ante la mirada crítica de sus maestros, un raro caso
clínico sacado del New England Journal of Medicine, encargado tres días
antes, nada más y nada menos que por el mismísimo jefe del servicio en el que
hacía su rotación docente, comerse las críticas pertinentes con humildad y propósito
de enmienda, aguantar con nobleza alguna que otra impertinencia, pasar media
planta más o menos tutorizado, informar a familiares y salir a las cuatro de la
tarde o continuar de guardia en esa especialidad para terminar a la misma hora
pero del día siguiente. O llegar a las nueve de la mañana en su turno de 24
horas de urgencias, machacarse generosamente sacrificando en no pocas ocasiones
comidas y cabezadas, para caer muerto y contento en su cama, también a las
cuatro de la tarde del día siguiente, si -con suerte- no le habían colocado un
cursito vespertino de formación específica. Zombis ojerosos con fonendo al
cuello, pijama y bata con los bolsillos exageradamente llenos de notas,
chuletarios, martillo de reflejos y oftalmoscopio; ellas descuidadas de rímel,
sombras de ojos, colorete y pintalabios; ellos, despeinados y barba de dos
días. Todos ganándose el respeto de los médicos adjuntos por su interés, su
trabajo y ansia de superación, disfrutando íntimamente de aquel caso resuelto y
del sincero reconocimiento de un paciente agradecido, cuando no jodidos por un
error o un descuido oportunamente corregidos por un staff atento al
quite. De esta forma, se hacían profesionales solventes con un nombre respetado
en el hospital por su excelente y permanente disposición a no bajar el listón
ni un milímetro, y eran valorados por ello, no por su simpatía, habilidad para reír
gracias, dar palmaditas en la espalda o besar culos agradecidos por no emplear
una expresión mucho más soez.
Los
justos logros laborales, como librar en saliente de guardia, limitar el número
de horas de trabajo y una serie de mejoras económicas, han contribuido de
facto a equilibrar una situación mil veces denunciada, casi en silencio, de
“mano de obra barata”. Y es cierto: la administración ha usado a los MIR en este
sentido, y lo sigue haciendo; con ello ha pretendido compensar el gasto que
supone la formación de estos médicos generales con el progresivo decremento en
las partidas destinadas a la contratación de profesionales ya hechos en el
mismo sistema. Y esto, al menos en Andalucía, ha dado lugar a una mayor
presencia de médicos generales en formación, en primera línea de batalla
asistencial, con una menguada tutorización por la escasez de supervisores, cada
vez más prematuramente quemados y agobiados por la sobrecarga y la precariedad
laboral. Decisiones como las de suprimir guardias de presencia física en
determinadas especialidades para médicos adjuntos (mucho antes de la crisis
actual) avalan lo expuesto. El resultado de todo ello es que un pipiolo o
pipiola, con 14 meses de antigüedad, se presenta ante el paciente y su familia
como cirujano o cirujana, cardiólogo o cardióloga, intensivista, nefrólogo o
nefróloga, traumatólogo o traumatóloga, y así sucesivamente, con un bizantino halo
dorado de sabiduría y santidad, para decidir cuestiones importantes no siempre
resueltas con el talento necesario, o simplemente no resueltas.
Por
otro lado, y como la cuerda suele romperse por el trozo más débil, una serie de
errores médicos propios de la inexperiencia provocaron en su día las
correspondientes sentencias judiciales adversas (los de la toga no entienden de
barcas) que motivaron la orden para que los MIR de primer año no puedan firmar por
sí mismos un documento oficial como puede ser un alta. Sin ser una medida
descabellada, no deja de llamar la atención que un médico recién salido de la
facultad pueda ser responsable de la salud de los cientos de personas del
pueblo más recóndito al que le ha tocado ir en calidad de sustituto, y otro teóricamente
más preparado, con todo tipo de pruebas complementarias a su alcance y la
posibilidad de consultar con cualquier especialista, sea incompetente para
hacerse cargo de un simple resfriado. A los políticos y sus gestores designados
a dedo no les interesa que la población sepa que, en un elevado porcentaje de
casos, es atendida por generalistas aprendices que se hacen pasar -sin rubor y
con cierto recochineo- por consagrados especialistas. Igual, con esta
información, un residente no podría hacer nada hasta su titulación definitiva
porque, puestos a elegir, los pacientes y sus familiares optarían por el de
mayor experiencia.
Social
y familiarmente no debemos olvidar que en los últimos quince años asistimos a
generaciones de jóvenes tipo “Jonatans, Ingrids, Ikers y Ainhoas”. Consentidos
y educados de una manera peculiar, informados y desinformados con smartphones
de última generación, portátil superchulo y sus redes sociales, han sabido
desarrollar, hábilmente, un discurso amoral basado en la libertad del “todo
vale”. Y los MIR no han sido ajenos a estas corrientes; bien es verdad que en
este colectivo no parecen ser mayoría. De momento. Pero los que son, son.
Medicina defensiva a ultranza, más miedo que vergüenza, interesados en aprender
maniobras evasivas antes que dar la cara, pelotas y sumisos con quien les
interesa, déspotas y rebeldes con quien no o con los que estiman que pueden
serlo, vagos de puro vicio y pésimos médicos con muchas leyes presididas por la
del mínimo esfuerzo. Nadie les ha enseñado que hay que respetar las canas, por
encima de todo, aunque no tengan razón, como a tus padres. El problema es que
éstos y éstas no respetan ni a los suyos.
Bastante
se quejó en su día el catedrático y académico, profesor Ciril Rozman, uno de
los padres del sistema MIR, de que no hubiera un examen al final de la residencia. Fue
sustituido por un sistema de tutores que capean el temporal como pueden, sin
malas palabras ni buenos gestos. Y con cierto grado de interés, todo hay que
decirlo. En los últimos meses se han producido en el hospital Carlos Haya
de Málaga, según fuentes solventes, una serie de incidentes con ciertos médicos
generales en formación, casi todos -casualmente- de una misma especialidad,
harto desagradables y que han motivado alguna protesta más que justificada,
incluso con constancia escrita. La reciente reproducción de los mismos, en
grado superlativo, con una recién llegada, invita a pensar en un contagio “boca
a boca” que puede resultar en pandemia. Y se corta de cuajo o termina enmierdando
el ambiente, más de lo que ya lo está.
Si para algunos y
algunas no hay lugar para el respeto, en los demás no debe caber la
misericordia con ellos y ellas. Hay una serie de procedimientos administrativos
-siempre por escrito- desde el jefe de servicio hasta la misma gerente si es
necesario. Cualquier cosa antes de que los piojos pongan huevos. Cualquier cosa
antes de que la mayoría de buenos médicos residentes tengan que pagar por
cuatro gañanes. Y gañanas.
jueves, 13 de septiembre de 2012
Una de mujeres
Dos
damas españolas
Héctor Muñoz. Málaga
Con la opinión pública mediáticamente abducida por la
ruina económica, asustada, agobiada cada mañana y cabreada el resto de la
jornada, brotan, casi de la nada -por imprevistos-, dos hechos noticiables que
terminan dando la vuelta al orbe refrescando el ambiente con ese inconfundible
olor a tierra recién regada: Cecilia y Olvido. Borja y Los Yébenes. Aragón y
Castilla. España.
Ni que decir tiene que a ambos
acontecimientos no les han faltado los que gustan de buscar los tres pies al
gato; unos por imbéciles de oficio, otros por no tener otro tema de
conversación y los de siempre para arrimar interesadamente cualquier fogata a
sus medros políticos, desviando la atención de sus propias fechorías hacia
cuestiones tan humanas, tan corrientes y tan normales, elevadas casi a
categoría de asuntos de estado, en ese manido ejercicio, tan viejo como la
Humanidad, de distraer al personal con pérfidas intenciones.
Doña Cecilia, una señora cabal,
celosa de su pueblo, de su iglesia y de sus santos. Una mujer de carácter,
resuelta y decidida. Conocedora de los rincones más ocultos del Santuario de la
Misericordia, de sus cuadros, de sus imágenes, de sus telarañas, olores y
humedades, convencida de su capacidad para arreglar ella sola lo que el tiempo
y la dejadez de otros han estropeado en silencio. Un pequeño error de cálculo y
cierta carencia de perspectiva artística -que se han producido sin género de
dudas a la vista del resultado- no pueden empañar el desinterés con el que la
señora acometió la empresa.
Y mucho menos, eclipsar la dignidad y la valentía de la misma
al reconocer su atrevimiento e impericia. Muchas Cecilias y Cecilios necesita
este país de chamba, en el que solamente la cagan los que lo intentan. Los que
no toman decisiones nunca se equivocan, y suelen ser los mismos que ahora
critican el abandono del patrimonio cultural, como si fuera algo novedoso;
cualquier viajero interesado ha podido constatar la indefensión de cientos de
monumentos centenarios, incluso milenarios, repartidos por los campos ibéricos,
abandonados a su suerte, en pié hasta que el tiempo se lleve por delante, no a
sus piedras, sino a las manos que las cuidan.
Doña Olvido, cuatrocientos
kilómetros al suroeste, en plena Mancha, es otra mujer española de armas tomar.
Metida a política y electa como concejala del PSOE en el ayuntamiento de Los
Yébenes, Toledo, ha tenido a bien grabarse un clip íntimo,
presumiblemente destinado a una persona y no a una audiencia masiva a la que
algún cabrón -o cabrona-, con pintas, ha conseguido llegar con ese revuelto de
envidia, venganza y despecho que tizna nuestra historia y la preña de
hideputas. Traicionada por su confianza, la atractiva edila no ha hecho nada distinto
a los miles, por no decir millones, de babosos -y babosas, pero menos- que se
machacan todos los días en Internet; mejor dicho: sí lo ha hecho diferente, por
elegancia y sensualidad. El problema, al igual que doña Cecilia, ha sido un
error de cálculo y falta de perspectiva, tecnológica en este caso. Y ya la
hemos liado: entre abucheos, insultos, golpes de pecho, peticiones de dimisión
y manifestaciones de apoyo (que no se sabe qué es peor), el mismísimo
Torquemada parecería un querubín cándido e inocente. Al fin y al cabo, la
Inquisición torturaba y después matarile. Un mal trago que terminaba con ese
inconfundible olor a carne quemada. La hipócrita sociedad del siglo XXI tortura
pero no mata. Tortura y tortura, sin acritud, con tranquilidad y buenas
maneras, dentro de la legalidad vigente. Pero no mata.
Señoras Cecilia y Olvido: siempre
a sus pies.
jueves, 6 de septiembre de 2012
Un orgasmo lorquiano
Un orgasmo lorquiano
Héctor
Muñoz. Málaga
¡Qué difícil es desconectar a veces de lo que
ocupa y preocupa! ¿Verdad? Es como el jilguero que sale de la jaula y se posa
encima de ella sin querer volar, como el síndrome de Estocolmo o como los
prisioneros a rayas que no saben donde ir una vez liberados.
Diez días fuera del
hospital dan que pensar. La imaginación vuela y alguien puede intuir que en tan
largo periodo han debido cambiar muchas cosas: esa policlínica, por fin digna y
espaciosa, con consultas y todo, sin biombos, con camillas preparadas para la
máxima seguridad del paciente, no como aquellas desvencijadas en la que más de
uno casi se desnucaba, no. Un sistema informático veloz, integrado, seguro e
intuitivo, sillones ergonómicos, orden, silencio, rapidez y discreción.
Un personal feliz,
entregado sin condiciones a la consecución de los fines más sublimes: manos
limpias, recetas al buen uso propio y praxis ajustada al máximo nivel de
evidencia científica. Como tiene que ser.
Y diligencia, mucha diligencia.
Nada de echar balones fuera: colaboración, solidaridad, educación, humildad,
sentido común. ¿Un enfermo necesita un marcapasos? Paciencia, no se atropellen
por ponerlo en el día. Las prisas nunca fueron buenas consejeras. ¿Piedras en
la vesícula? Tranquilos, que la que se queje después de veinte cólicos biliares
lo hace de puro vicio. No es conveniente que el sistema se deje llevar por la
ansiedad de los clientes. Es una inercia perniciosa. Como la anemia. Y hablando de
carencias: esas criaturas transfundiéndose en el hospital de día, radiantes al
recibir el sagrado fluido, tomando color y calor. ¡Qué bonito!
Y camas, muchas camas
libres, como mínimo las más de cien que han estado cerradas y las 40 o 50 que
siempre están libres. Siempre. ¡Qué gozada! ¡Qué derroche!
Esos médicos y
enfermeras tan ejemplares como sus contratos indefinidos. Impresionante. O ese
equipo de dirección, degustando empanados en franca camaradería con los que
tienen guardias, picoteando de las fiambreras de los que no las tienen o
convidando a chupitos de finas hierbas, sin alcohol, por supuesto, pero de muy
buen rollo. Muy emocionante, carne de gallina al cantar juntos “la Tarara sí,
la Tarara no; la Tarara, niña, que la he visto yo”. ¿Y qué más da que al que
caiga enfermo le birlen el prorrateo de sus guardias? “Lleva la Tarara un
vestido verde lleno de volantes y de cascabeles”. ¡Alegría, alegría!
Y un ecosistema
bacteriano libre de bichos incómodos, de éstos que vienen del mismo culo del
mundo y se acoplan de tal forma que parecen turistas de hamaca y gafas de sol.
Nada de eso, porque para ello los que mandan, expertos donde los haya, actúan
prestos ante la alarma más nimia. Es cuestión de reflejos, y éstos son unos
linces que hay que cuidar, mimar y criar, incluso en cautividad si fuere
necesario, para que nazcan, crezcan y se reproduzcan, como los camaleones, ya
saben, esos lentos reptiles de ojos saltones que tienen la increíble cualidad
de cambiar de color para mimetizarse en el entorno. ¡Qué habilidad!, que diría
el sabio de Tarifa y que Dios lo tenga en su gloria.
Para redondear, un público educado, correcto,
respetuoso, responsable, limpio, aseado, conocedor de sus obligaciones (que de
sus derechos ya se han encargado linces y camaleones de ponerlos al día). “Luce mi Tarara su
cola de seda sobre las retamas y la hierbabuena”.
Es
materialmente imposible que las cosas vayan mal porque tenemos a la mejor: “Ay,
Tarara loca. Mueve la cintura para los muchachos de las aceitunas”.
lunes, 3 de septiembre de 2012
Así nos luce el pelo
La
culpa es siempre de los otros
Héctor
Muñoz. Málaga
No hay más cera que la que arde. La misma que lleva
ardiendo durante todos los siglos que han forjado este ser español: no
solo es la España de pandereta que amó y padeció Machado; es la de “mi equipo
es el mejor del mundo”, aunque pierda siempre; la de “al enemigo no le doy ni
agua”, y mucho menos la razón, aunque la lleve; la de “mi niño es el mejor hijo
del mundo y el más guapo”, aún sabiendo que el pollo es un haragán profesional
que tiene a la madre como criada y trapichea en las puertas de las discotecas
para sacar lo que no le roba del monedero, además de ser físicamente lo más
parecido a un gremlin malo; o la de “no cambio mi ciudad o mi barrio por
nada del mundo” mientras se sortean con habilidad las mil y una cagadas caninas
en aceras y parques, dando gracias a Dios cuando se pisa una, porque eso “da
suerte”. Y al que se le ocurra hacer la más mínima observación crítica del
equipo, del niñato, de la ciudad o del barrio, pasa automáticamente a la lista
negra. O conmigo o contra mí. No querer reconocer errores y defectos ante los
demás, por evidentes que fueren, no aceptar una crítica ajena justificada, no
decir jamás: “señores lo he hecho mal”; es la España de siempre, turbulento río
en el que se diluye la responsabilidad, en el que la culpa siempre es del otro.
La casi total desaparición del
ejercicio autocrítico en el panorama político español, nacional y autonómico, conforma
un estado latente de polaridad miope, cuando no premeditadamente organizada,
que frena cualquier avance social. La autocrítica y el debate interno han sido,
o al menos lo han pretendido, señas de identidad de la “izquierda” española. No
obstante y sin término medio, estas sanas discrepancias pasaron de ser
insalvables, en la
Segunda República y aún durante buena parte de la Guerra Civil , a
insignificantes en los tiempos que corren. Los intereses de partido, los cargos
y los escaños han tomado descaradamente el lugar de las ideas. En cuanto a la “derecha”,
no necesita ningún tipo de análisis porque se retrata sola a plena luz del día
defendiendo los intereses del dinero y el paquete de “valores morales”
heredados del feudalismo, el poder eclesiástico y la burguesía conservadora.
Con todos
los defectos y carencias que se le puedan atribuir, no parece que el presidente
de Venezuela, Hugo Chávez, sea sospechoso de conservador. Por ello, sorprenden
sus duras críticas públicas “a algunos gobernadores y alcaldes de su propio
partido que han fallado en sus compromisos con los electores”, convirtiéndose
por ello en “el primer opositor”, según sus propias palabras (Ignacio Ramonet, Le
Monde Diplomatique en español, agosto 2012). El tiempo dirá si son
manifestaciones populistas -que lo son- o se traducirán en decisiones firmes
que releguen al ostracismo a aquellos que no respetaron las promesas
electorales.
Independientemente de ello, tal
declaración supone una pequeña lección desde la otra orilla del Atlántico para
la coalición teóricamente más progresista del abanico político andaluz,
Izquierda Unida (IU), y su decisión de participar en el Gobierno autonómico,
avalada por casi todos sus militantes en un referéndum de resultados más que
predecibles. Desde ese momento, callaron las voces del “ala dura” del partido,
y solo su cabeza visible, el diputado y alcalde de Marinaleda, Sánchez
Gordillo, mantiene el espejismo mediático de una lucha social trasnochada.
Trasnochada porque el siglo XXI acaba de amanecer -muy nublado, por cierto- y
la noche de broncas y juergas del XX ya terminó. Hambre y miseria hay para
parar once trenes. El debate en la sociedad sobre riqueza y pobreza lleva
instalado en ella toda la vida, por mucho que ahora el vicepresidente de la
Junta de Andalucía, Diego Valderas, quiera actualizarlo para justificar asaltos
a supermercados. Ni Valderas ni Gordillo ocupan sillón por los votos de los
5.000 carnets que dijeron sí para que pudieran sentarse cómodamente a
participar en la lapidación de la clase media que es la que mantiene, con su
trabajo y sus impuestos, este cotarro.
Porque a ver de dónde sale la
pasta para parados, pensiones, salud y educación para todos y todas. Hasta para
sus propios sueldos. Y en vez de darles traca a los que declaran millones de
renta y ganancias anuales -que seguirían viviendo como sultanes con menos de la
mitad de lo que poseen- exprimen a los que tienen una nómina fácil de atracar
con un simple decreto. Lo más curioso es que entre éstos -profesionales de todo
tipo, muchos con trabajos de gran responsabilidad- hay votantes de IU. Han
olvidado que están donde están por más de 400.000 papeletas y no solo por sus
5.000 militantes. Cómplices de la política servil de Griñán y compañía, se
parapetan tras la barricada del no pasarán; pero como ya han pasado, la
culpa es de todos menos de ellos. Y no sueltan la poltrona ni con agua
hirviendo, en vez de decir: “la hemos cagado y nos piramos a la oposición de
verdad, la que nos corresponde, que para palmeros ya hay muchos”. No. Ahí
siguen, tragando carretas y carretones, con una jeta de cemento armado, contribuyendo
con su ciega cobardía política -y sus intereses- al derrumbe del entramado
social que tanta tinta, talento y sangre han costado para poder medio ensamblarlo.
Prefieren ser abejorros zumbones que moscas cojoneras. Prefieren hacer la vista
gorda ante la red clientelar que tiene montada la Junta (mientras entonan la
Internacional con el puño en alto -da igual que sea el diestro o el siniestro-)
y conseguir una buena foto, que protestar ante los puestos a dedo en la
administración y el imperio del mérito político frente al del trabajo y el
estudio. Prefieren, en definitiva, robar comida que atracar librerías, porque
tampoco tienen gran interés en que el pueblo esté bien formado e informado. Se
les cae el chiringuito, como ya se les ha caído varias veces.
No es de extrañar, por tanto, que
todo aquél que discrepe de la gestión política de la “izquierda” sea tachado de
facha impresentable. Pues miren ustedes, griñanes, valderas y gordillos: el
peor mentiroso es el que miente a los que no tienen otra opción que creerlos.
El peor lobo es el que se disfraza con un vestido rojo. Y mire usted señora: su
hijo es un delincuente feísimo, su equipo es malo a reventar, su ciudad apesta
y su barrio es un auténtico estercolero.
Usted no tiene la culpa: la
tienen los demás.
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