La
culpa es siempre de los otros
Héctor
Muñoz. Málaga
No hay más cera que la que arde. La misma que lleva
ardiendo durante todos los siglos que han forjado este ser español: no
solo es la España de pandereta que amó y padeció Machado; es la de “mi equipo
es el mejor del mundo”, aunque pierda siempre; la de “al enemigo no le doy ni
agua”, y mucho menos la razón, aunque la lleve; la de “mi niño es el mejor hijo
del mundo y el más guapo”, aún sabiendo que el pollo es un haragán profesional
que tiene a la madre como criada y trapichea en las puertas de las discotecas
para sacar lo que no le roba del monedero, además de ser físicamente lo más
parecido a un gremlin malo; o la de “no cambio mi ciudad o mi barrio por
nada del mundo” mientras se sortean con habilidad las mil y una cagadas caninas
en aceras y parques, dando gracias a Dios cuando se pisa una, porque eso “da
suerte”. Y al que se le ocurra hacer la más mínima observación crítica del
equipo, del niñato, de la ciudad o del barrio, pasa automáticamente a la lista
negra. O conmigo o contra mí. No querer reconocer errores y defectos ante los
demás, por evidentes que fueren, no aceptar una crítica ajena justificada, no
decir jamás: “señores lo he hecho mal”; es la España de siempre, turbulento río
en el que se diluye la responsabilidad, en el que la culpa siempre es del otro.
La casi total desaparición del
ejercicio autocrítico en el panorama político español, nacional y autonómico, conforma
un estado latente de polaridad miope, cuando no premeditadamente organizada,
que frena cualquier avance social. La autocrítica y el debate interno han sido,
o al menos lo han pretendido, señas de identidad de la “izquierda” española. No
obstante y sin término medio, estas sanas discrepancias pasaron de ser
insalvables, en la
Segunda República y aún durante buena parte de la Guerra Civil , a
insignificantes en los tiempos que corren. Los intereses de partido, los cargos
y los escaños han tomado descaradamente el lugar de las ideas. En cuanto a la “derecha”,
no necesita ningún tipo de análisis porque se retrata sola a plena luz del día
defendiendo los intereses del dinero y el paquete de “valores morales”
heredados del feudalismo, el poder eclesiástico y la burguesía conservadora.
Con todos
los defectos y carencias que se le puedan atribuir, no parece que el presidente
de Venezuela, Hugo Chávez, sea sospechoso de conservador. Por ello, sorprenden
sus duras críticas públicas “a algunos gobernadores y alcaldes de su propio
partido que han fallado en sus compromisos con los electores”, convirtiéndose
por ello en “el primer opositor”, según sus propias palabras (Ignacio Ramonet, Le
Monde Diplomatique en español, agosto 2012). El tiempo dirá si son
manifestaciones populistas -que lo son- o se traducirán en decisiones firmes
que releguen al ostracismo a aquellos que no respetaron las promesas
electorales.
Independientemente de ello, tal
declaración supone una pequeña lección desde la otra orilla del Atlántico para
la coalición teóricamente más progresista del abanico político andaluz,
Izquierda Unida (IU), y su decisión de participar en el Gobierno autonómico,
avalada por casi todos sus militantes en un referéndum de resultados más que
predecibles. Desde ese momento, callaron las voces del “ala dura” del partido,
y solo su cabeza visible, el diputado y alcalde de Marinaleda, Sánchez
Gordillo, mantiene el espejismo mediático de una lucha social trasnochada.
Trasnochada porque el siglo XXI acaba de amanecer -muy nublado, por cierto- y
la noche de broncas y juergas del XX ya terminó. Hambre y miseria hay para
parar once trenes. El debate en la sociedad sobre riqueza y pobreza lleva
instalado en ella toda la vida, por mucho que ahora el vicepresidente de la
Junta de Andalucía, Diego Valderas, quiera actualizarlo para justificar asaltos
a supermercados. Ni Valderas ni Gordillo ocupan sillón por los votos de los
5.000 carnets que dijeron sí para que pudieran sentarse cómodamente a
participar en la lapidación de la clase media que es la que mantiene, con su
trabajo y sus impuestos, este cotarro.
Porque a ver de dónde sale la
pasta para parados, pensiones, salud y educación para todos y todas. Hasta para
sus propios sueldos. Y en vez de darles traca a los que declaran millones de
renta y ganancias anuales -que seguirían viviendo como sultanes con menos de la
mitad de lo que poseen- exprimen a los que tienen una nómina fácil de atracar
con un simple decreto. Lo más curioso es que entre éstos -profesionales de todo
tipo, muchos con trabajos de gran responsabilidad- hay votantes de IU. Han
olvidado que están donde están por más de 400.000 papeletas y no solo por sus
5.000 militantes. Cómplices de la política servil de Griñán y compañía, se
parapetan tras la barricada del no pasarán; pero como ya han pasado, la
culpa es de todos menos de ellos. Y no sueltan la poltrona ni con agua
hirviendo, en vez de decir: “la hemos cagado y nos piramos a la oposición de
verdad, la que nos corresponde, que para palmeros ya hay muchos”. No. Ahí
siguen, tragando carretas y carretones, con una jeta de cemento armado, contribuyendo
con su ciega cobardía política -y sus intereses- al derrumbe del entramado
social que tanta tinta, talento y sangre han costado para poder medio ensamblarlo.
Prefieren ser abejorros zumbones que moscas cojoneras. Prefieren hacer la vista
gorda ante la red clientelar que tiene montada la Junta (mientras entonan la
Internacional con el puño en alto -da igual que sea el diestro o el siniestro-)
y conseguir una buena foto, que protestar ante los puestos a dedo en la
administración y el imperio del mérito político frente al del trabajo y el
estudio. Prefieren, en definitiva, robar comida que atracar librerías, porque
tampoco tienen gran interés en que el pueblo esté bien formado e informado. Se
les cae el chiringuito, como ya se les ha caído varias veces.
No es de extrañar, por tanto, que
todo aquél que discrepe de la gestión política de la “izquierda” sea tachado de
facha impresentable. Pues miren ustedes, griñanes, valderas y gordillos: el
peor mentiroso es el que miente a los que no tienen otra opción que creerlos.
El peor lobo es el que se disfraza con un vestido rojo. Y mire usted señora: su
hijo es un delincuente feísimo, su equipo es malo a reventar, su ciudad apesta
y su barrio es un auténtico estercolero.
Usted no tiene la culpa: la
tienen los demás.
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