A golpe de ratón
Héctor Muñoz. MÁLAGA
Un
proyecto de ley de la
Consejería de Hacienda y Administración Pública propone,
entre otras medidas, el control de los movimientos bancarios de enfermos
terminales y sus familiares para evitar la evasión de impuestos.
El proyecto ha
sido admitido a trámite por el Consejo de Gobierno que preside Susana Díaz ―que
es la que más sabe de todo esto porque para eso es presidenta―, y es posible
adivinar que contará con los votos necesarios ―los de sus socios de IU― para
salir adelante. En cualquier caso, Montero va a tener el tiempo suficiente para
explicarlo a la opinión pública; dirá que son medidas para controlar la
sucesión de las grandes fortunas, de los grandes patrimonios. Lo que no dirá es
que, en realidad, lo que va a fastidiar es a toda esa quemada generación de posguerra
que, a día de hoy, a lo único que aspira es a dejarle a sus hijos, a sus hijas, a
sus nietos o a sus nietas, veinte o treinta mil eurillos para cuatro
compromisos y a tener un declive digno, con cariño y atención.
La atención
sanitaria y social que la administración andaluza presta a los ancianos,
enfermos crónicos y terminales, es rayana ―aunque lo vistan de seda― al
abandono institucional; y los profesionales que los atienden en su hábitat
natural, es decir, en los hospitales, entienden perfectamente esta idea. El
horizonte se les dibuja durante unos días en un centro privado concertado
―sin gran aceptación popular, por algo
será― o una fundación benéfica, subvencionada o no. Ésta es una parte de la
herencia que ha dejado Montero; y si no es suficiente, ahora piensa sacar las
túrdigas de los herederos, para saborearlas en una orgía de sangre política.
Pero le van a
dar por donde el sol no suele brillar. La picaresca no es española por popular:
es española por necesidad. Los dirigentes que ha tenido, y tiene, que sufrir
este pueblo alegre, y atormentado a la vez, son los verdaderos pícaros de la
historia; en la ley está la trampa: ¿habrá algo más español? Advertidos, los
abuelos volverán a sacar los cuartos de las garras del sistema para esconderlos,
tras un ladrillo, de las zarpas de muchas monteros, de muchas susanas, de
muchos griñanes y de todo tipo de fauna carroñera.
Y mientras
tanto, alguien debería preocuparse por la confidencialidad de los datos
médicos, para que el poder no termine instalándose en las vísceras de la gente.
Sirva, finalmente, este artículo para denunciar la absoluta indefensión que el
sistema informático implantado en Andalucía provoca en los ciudadanos, en
cuanto a la sagrada confidencialidad de sus problemas de salud. Sepan que es
tan fácil conocerlos como pulsar un ratón.
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