Mamar en tiempos
revueltos
HÉCTOR MUÑOZ.
MÁLAGA
La tremenda
oleada mediática de casos de corrupción es solo el reflejo marginal de un
problema mucho más profundo. Vivimos en un sistema impuesto por el pensamiento
y la lógica de los verdaderos amos. Solo su cadena de mando puede ser visible, aunque
con no poca dificultad. El hedor se ha instalado hasta en el último despacho,
pero la sociedad civil está despertando de un letargo provocado y parece
dispuesta a presentar batalla.
Mamamos desde que nacemos. Es más, después de llorar lo que hacemos es mamar.
El bebé llora y mama, es lo primero que aprende. Mama de las mamas de mamá o mama
de una tetina de silicona. O de ambas. Mama mucho o mama poco; pero o mama, o
muere. Aquí ya se establecen las primeras diferencias, en el mamar, porque el
mundo que nos acoge es distinto para cada cual, excepto en una cosa: de una
forma u otra, por gusto o por obligación, por suerte o por desgracia, por ansia
o por interés, todos mamaremos hasta morir. Vivimos mamando y mamamos para
vivir. Mamamos viviendo y vivimos para mamar.
Ni siquiera cuando nos salen los
dientes y nos dan la leche en un
vasito de colores, dejamos de mamar; más aún: es a partir de entonces cuando mamamos
más. El niño tiene que mamar una educación, un estilo social, unas normas
impuestas y el rol para el que ha sido proyectado. En muchos lugares del mundo,
en cualquier barrio de nuestra ciudad, otros niños solo maman miseria y
violencia. Todos maman. En la escuela, a mamar de una enseñanza diseñada por
los políticos de turno y a tener que mamarse un maestro gruñón o las mamonadas
de un compañero mamón. En la calle, el niño debe mamar para desarrollar su 'proceso
de socialización' o, en el peor de los casos, para sobrevivir.
Se mama en el sexo y se mama en los
bares. Mamamos y terminamos
mamados. Y seguimos mamando, de tantas maneras como significados tiene la
palabra; nos hacen mamar en el trabajo, en la cola del paro o en la de los
comedores sociales. Mamamos propaganda, publicidad y consumo. Mamamos best sellers
como si fueran incunables y mamamos de los smartphones como si fueran
nodrizas pasiegas. Y nos hacen mamar unos grandes mamones, que lo son porque
maman mucho y maman bien. Es lo que han
mamado: mamar toda la vida para poder hacer que otros mamen lo que ellos
deciden que tienen que mamar. Estos mamonazos andan por doquier y tienen
querencia por los despachos. “Mama y deja mamar” es su consigna. Son grandes
mamadores que consiguen una carrera brillante y varias cuentas corrientes. O
una de las dos cosas.
En los tiempos que corren se mama
mucho, pero es un mamar que ya no
está bien visto porque a algunos les ha dado por llamarlo 'robar', 'corromper'
o 'prevaricar'. Con la tele nos quieren distraer, exhibiendo poses de dignidad
y pronunciando frases hechas, para que mamemos el discurso dominante; nos
quieren convencer de su amor al pueblo y de que solo maman cuatro mamones
execrables.
Son tiempos revueltos en los que da la impresión de que la gente, la que
tiene que mamar, sí o sí, está vigorosamente harta de aguantar las mamonadas de
tanto mamón suelto. Todo puede ser que, como buenos mamones, terminen siendo
tierna carne de entrecot en una buena parrillada.
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