ABEL
CELATOR
I
El vía crucis de María Gaviria
Abel Grilo es
celador desde que tenía veinte años. Cuatro décadas después continúa realizando
el mismo trabajo en el mismo hospital. Un tipo sano, callado y diligente. Un
hombre leído, curioso y observador. Si la prudencia tiene rostro, éste debe ser
alargado, un tanto enjuto, moreno, templado y sereno como el de Abel. Cuarenta
años recibiendo órdenes de todos los estamentos del hospital dan para mucho.
Cuarenta años oyendo lo que hablan médicos, enfermeros y pacientes le conceden
una privilegiada posición en el sistema. Cuarenta años viendo lo evidente y lo
inconfesable le proporcionan un conocimiento global y envidiable. Si alguien conoce
el olor, el sabor y el tacto de las tripas del hospital, ese es Abel Grilo. A
sus sesenta años sabe qué va a pasar con un paciente al verle la cara desde que entra
por la puerta, con un margen de error que no dista en exceso del de muchos médicos.
No tiene vocación de celador; es más: no cree que exista tal inclinación de
forma natural. Admira a los buenos médicos y detesta a los charlatanes. Conoce
a la perfección a unos y a otros, pero siempre guarda silencio. Acata sus
órdenes aunque sean contradictorias y absurdas, procedan de un profesional
contrastado o de un petimetre asustado. Se limita a hacer su trabajo sin
envidiar a nadie; al fin y al cabo, es sabedor de que entraña mucha más
dificultad tomar decisiones vitales que llevar pacientes, papeles, camillas o
tubos de ensayo de un lugar para otro. Abel es sabio a su manera. Compadece a
aquellos sobre los que recaen las mayores responsabilidades, aún más cuando las
diferencias no se traduzcan proporcionalmente en la nómina. Que se pavoneen por
las salas luciendo sus distintivos jerárquicos o que miren hacia abajo desde
las cumbres de la ciencia. Él prefiere ser invisible, y seguir siéndolo, mientras
empuja el carrito con una sonrisa casi imperceptible, hacia la sala de
radiología.
María había llegado
a urgencias siete horas antes, aquejada de un fuerte dolor en el abdomen. La
anciana es una experta, a su pesar, en estas lides; nada más ver la sala
repleta de pacientes, familiares, camillas y carritos, ya sabe que le esperan
horas de amargura. Las alocadas carreras del personal y sus rictus de cabreo no
presagian un trato personalizado. A pesar de los intentos de presión de su
sobrina para una atención rápida, la masificación y la pesada maquinaria del
servicio imponen su inexorable ley.
―Dígame señora,
¿qué le pasa? ―pregunta la enfermera mientras le toma la tensión.
―Tengo un
dolor en la barriga que…
―Dolor abdominal ―teclea―.
La tensión está bien. Ahora espere a que el médico la llame y pasará a
consulta.
―¿Tardará mucho? ―inquiere
su sobrina Adela―. Es que veo a mi tía muy afectada.
―Pues mire cómo está esto, pero eso ya no
depende de mí, señora. Espere a que la avisen.
Fin del primer
acto. No hay tiempo ni para una sonrisa porque no hay tiempo ni para una
mirada. Adela se enfada. Su tía le hace un gesto para que se acerque, y le
susurra al oído: «ten paciencia niña, entiéndelo, somos demasiados enfermos».
María sabe que montando un escándalo, como hacen muchas personas, tiene más
posibilidades de ser atendida antes, mas su educación no se lo permite; antes
reventará de dolor.
Continuará
Interesante. La hora de las brujas, realismo... A ver como evolucionan esos personajes !
ResponderEliminarMuy hermoso el relato. Como siempre, conociendo el paño desde las interioridades.Y además, en esta ocasión, con fino olfato para mostrarnos los personajes menos visibles de esta corte de los milagros
ResponderEliminarGracias por vuestra lectura. La narrativa es un reto demasiado ambicioso y no sé cómo quedará, en cualquier caso pretende ser más un relato a lo New Journalism (reportaje ficcionado) que una novela a la usanza convencional. En septiembre tengo un examen y espero hacer alguna entrega más.
ResponderEliminarMuchas gracias, de corazón.
Te animo a seguir con este proyecto. Ya anhelo el próximo capítulo.
ResponderEliminarEnhorabuena por el relato, espero su continuación
ResponderEliminarGracias, Miguel y José Luis. Acabo de publicar la segunda entrega. Espero no defraudar.
ResponderEliminarUn abrazo a los dos, con el recuerdo indeleble de aquellos maravillosos días en Madrid.