ENTREGAS: 1 2 (cap. II y III)
ABEL
CELATOR
IV
La carrera de Abel Grilo
―Esta mermelada
está de muerte, madre ―Abel devora las tostadas tras una hora y media de power
walking, que es como ahora llaman los estultos anglófilos al caminar
deprisa.
―Naranja amarga. Es
casera, la trae un campesino que tiene una pequeña huerta cerca de no sé qué
pueblecito. La hace su mujer. También me vende limones y naranjas de zumo. Se
sacan así unos eurillos.
―Mejor para ellos
que para los especuladores de la alimentación, que, además, nos envenenan con
fertilizantes y pesticidas de curso legal.
―¿Qué planes tienes
para hoy?
―Trabajo esta
noche. ¡Ah!, casi lo olvidaba: he quedado a las tres con Pascual para tomar
unas cañitas, así que no prepares almuerzo para mí.
―¿Cómo está?, hace
tiempo que no viene por casa.
―Como siempre, muy
liado entre el trabajo y la familia. El hijo mayor lo trae de cabeza con los
estudios.
―¿Sigue trabajando
en la UCI ? Me
comentaste que le habían ofrecido un cargo…
―Tuvo la tentación
de retirarse cómodamente en un sillón hasta su jubilación, y al final la
rechazó. Pascual no es de los que se
venden sin condiciones, ni es alfombra de nadie. Y menos de los indolentes que
tenemos por jefes, en el hospital y en la Junta. Pero está muy
quemado, madre. Por lo visto, el ambiente de trabajo es infernal y con sesenta
años se le hace cada vez más cuesta arriba soportar la carga de tanta
responsabilidad. No es lo mismo mi cansancio, básicamente físico, que el suyo,
el cual conlleva además un tremendo desgaste psicológico.
―Tú anímalo. Dale
un beso de mi parte y otro para su mujer. Cecilia es un encanto.
―Lo haré de tu
parte. Ahora voy a darme una ducha. Luego me conectaré para leer los periódicos
y echar un vistazo al correo electrónico. ¿Tú necesitas algo?
―No, tengo que
salir a hacer unas compras pero me apaño mejor sola.
―Eso no lo dudo,
pero avísame si es preciso.
Entender lo que
significa la televisión en la sociedad actual, es un ejercicio intelectual cuya
dificultad se sitúa a años luz del pretendido conocimiento que miles de
personas creen poseer sobre sus efectos nocivos y la forma de evitarlos. El
poder de la imagen editada ―enmarcada, fragmentada, seleccionada u omitida― no
es otro que el de controlar las percepciones de las masas, moldear actitudes y
determinar sus conductas. Nada más y nada menos. El telespectador cree ver la
realidad en lo que le muestran, pero solo es una parte de ella, la que los
poderes del nuevo orden dictan a favor de sus propios intereses: consumo,
conformidad e inacción, física y mental. Sumisión y esclavitud, en resumidas
cuentas. Por ello, Abel Grilo dejó de ver televisión mucho tiempo atrás. Ni las
noticias siquiera. Está suscrito a varios periódicos; paga para leer sus
ediciones de papel, en el ordenador o en su tableta. No es que la prensa, gran
parte de ella, no adolezca de manipulación y distorsión. Sin embargo, la
lectura es un ejercicio que requiere mayor esfuerzo y tiempo para poder
discernir la información; la letra va más directa al pensamiento y mucho menos
a la emoción. La posibilidad de leer la noticia en varias fuentes le brinda la
oportunidad de formular preguntas. El impacto visual de un malnacido
decapitando a un cooperante aparece con un sentido unívoco: el Estado Islámico es un
grupo terrorista al que hay que erradicar por el bien de la Humanidad. Pero
¿cómo consiguen controlar una extensión de tierras que es como media Andalucía?
¿Cómo venden el petróleo conquistado? ¿Quién lo compra? ¿Quién les vende armas,
de qué empresas sale el material bélico? ¿A quién beneficia el miedo? ¿Qué
relación hay entre el fenómeno yihadista y la humillante marginación que sufren
cientos de miles de musulmanes pacíficos en el mundo occidental? Un análisis
parecido puede hacerse de la corrupción política en España: la imagen de un
delincuente de cuello blanco saliendo de un juzgado fomenta la dicotomía malos-buenos
y las teorías de la manzana podrida y la oveja negra. ¿Cómo puede sustentarse
una red de este tipo sin una base institucional? ¿Es posible robar tanto y
tantos años sin la cobertura de una estructura jerárquica podrida y creada en
la alegalidad, desde un ministerio o una consejería hasta el ayuntamiento más
pequeño, la escuela más remota o el centro de salud más alejado? ¿Es la
corrupción solo una cuestión de dinero o lo es también de influencia y puestos
de responsabilidad?
Acabando de leer
una de sus columnas favoritas ―la prensa española siempre ha gozado de
brillantes articulistas en sus páginas de opinión― Abel se formula la más
sangrante de las cuestiones: ¿es el ciudadano raso víctima inocente o cómplice
necesario? Una buena pregunta para su amigo Pascual, que ya casi debe estar en
camino hacia el punto de encuentro.
Continuará
Hector, Abel me parece un personaje difícilmente real, pero también me da la sensación de que no lo has sacado de la nada. Es un puzzle ?
ResponderEliminarEs un personaje de ficción en un relato de ficción. Efectivamente, no es producto de la nada y tiene mucho de puzzle.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu lectura y un fuerte abrazo.