En
ocasiones veo médicos
HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA
Incomunicado. Un serio disturbio neurológico le
hurta la capacidad de hablar y de entender. Tiene 38 años y una lesión cerebral.
Llega a urgencias desde otro hospital. Tres son los especialistas que han de
determinar su futuro. Por si no tuviera bastante, el joven paciente también es
víctima del síndrome del monstruo del lago Ness: todos hablan de él pero
ninguno lo ha visto.
Hay un protocolo para estos casos. Una guía
clínica sesudamente elaborada por ilustres expertos en tales menesteres, lo
mejor de cada casa. Para evitar expresiones malsonantes, digamos que a la hora
de la verdad se la pasan por el filtro de la reinterpretación. Cada cual a su
favor. Objetivo: menos en mi casa, en la de cualquiera. Cualquiera suele rimar con urgencias. Los especialistas se niegan a
ingresar pacientes que huelan a problema.
No será sospechoso este blog de connivente con el sistema. A
través de esta humilde ventana se han denunciado muchas de las perrerías ideadas
en los despachos, bastantes años antes de las mareas, de Spiriman y de otros luchadores sobrevenidos. Hoy toca cambiar el
paso.
La escena
Los profesionales no pueden esconderse más
entre las bambalinas de una escena descompuesta. No hay tempestad que lo arrase
todo. Ni siquiera la precariedad o las malas condiciones laborales pueden
justificar conductas tan descaradamente evasivas como las que a diario pueden
observarse en la arena de la asistencia urgente, que es de la que uno puede
hablar sin temor a que me partan la cara.
Hay, en general, una llamativa reticencia a
reflejar las decisiones en la historia clínica, la madre de la Medicina. Detrás
de una apariencia digna dicen una cosa y escriben otra. Sabedores de que el
registro digital deja un rastro indeleble, han desarrollado una jerga llena de
condicionales y muletillas del tipo “en el momento actual” para disfrazar responsabilidades.
No vaya a ser qué.
El médico de
urgencias
En tales casos el médico de urgencias está
capado en el poder de decisión, más allá de sus competencias clínicas. Esto es
así por mucho que el Plan Andaluz de Urgencias y Emergencias (PAUE) y su
mentor, Murillo, cacareen lo contrario. Al menos en el Carlos Haya, el
urgenciólogo es un convidado de piedra en las controversias nacidas de los
diferentes criterios entre los especialistas del hospital.
Los residentes
Íntimamente relacionado con todo lo
anterior, está el caso de los mal llamados médicos
residentes, a los que prefiero llamar médicos generales en periodo de
formación especializada (MEGFE). Suelen presentarse como neumólogos,
cardiólogos o cirujanos pero no lo son. Estos generalistas soportan gran parte
del peso asistencial en sus respectivos servicios y suelen estar encargados de
valorar los pacientes ingresados en urgencias. Probablemente han aprendido lo
bueno de sus mentores pero lo seguro es que también lo peor.
Muchos de ellos no saben lo que es el
respeto. En su baño de oro se creen dueños de la ciencia y se permiten lujos
como establecer indicaciones por teléfono. Les da igual que al otro lado de la
línea haya un profesional que triplique sus años de experiencia. No solo padecen
el tic de la ignorancia, también el de la aborrecible soberbia médica.
Las unidades de
gestión clínica
No puede haber dudas sobre que la causa
principal de este desastre se encuentra en la progresiva funcionariorobotización que el sistema sanitario está inoculando en
la profesión médica, temeroso de un nivel de decisión que se escapa al control
político. Las unidades de gestión clínica no son más que la traducción de este
miedo cerval. Un modelo de organización sustentado por el mantra de una
pretendida optimización de los recursos, que no solo ha sido un sonado fracaso
en este sentido sino que ha creado la figura del paciente “complejo”, una
pelota envenenada que nadie quiere.
Al observar los ojos, abiertos como platos,
de algún interlocutor cuando uno comenta estas inquietudes, me asaltan dudas
sobre mi propia salud mental. Sé que no son ideas delirantes porque en
ocasiones veo médicos. Médicos de verdad.
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