Despotismo
deslustrado
Héctor Muñoz. MÁLAGA
Apoyo la actual huelga —a punto de una tregua,
según las últimas noticias— de los médicos internos residentes (MIR, médicos generales
que aspiran a un título de especialista), por considerarla una huelga justa y
legítima.
Como consecuencia de la
misma, y ante la imposibilidad de mantener unos mínimos asistenciales sin el
concurso de aquellos, la Dirección del hospital Carlos Haya
de Málaga, a través del jefe de servicio de CCU, Guillermo Quesada, ha estado
obligando a la realización de guardias extraordinarias a los facultativos de plantilla,
tanto fijos como eventuales, si bien estos últimos han sido, en líneas
generales, los más perjudicados, por la precariedad laboral de la que ya
parten.
Esta situación pone claramente
de manifiesto la gran dependencia del sistema, del trabajo que realizan los MIR
(60% del personal médico en una guardia de urgencias en día laborable, a partir
de las 15 horas). También demuestra que las plantillas profesionales son
insuficientes por sí mismas; de otra forma no se entiende que ante la huelga de
los MIR aumenten —por decreto— los puestos asistenciales del staff.
Con la imposición de
estas medidas, la administración sanitaria ha pretendido «asegurar el derecho a
la salud de los ciudadanos»; con este viejo eslogan propagandístico van
tirando, porque les permite —me temo que por tiempo limitado— mantener su
manoseada historia de ardientes y desinteresados defensores de los
desfavorecidos, frente a la perrería de esos ingratos asalariados, levantados
en armas contra aquellos. Lo de siempre.
Pero también han
pretendido reventar la huelga, minimizar sus efectos anulando el impacto social
de la misma en la opinión pública, y ocultar la realidad a los ciudadanos. Como
siempre. Me consta que se han hecho gestiones ante la Dirección, para procurar
la contratación de médicos, al menos mientras se han dado circunstancias tan
especiales; no ha sido finalmente así: han preferido pagar las guardias a los
reclutados por la fuerza.
De ello cabe deducir que los motivos económicos han sido
tangenciales, solo una coartada: nuevos contratos significarían reconocer de
facto todo lo expuesto en los puntos anteriores, y esto no está en su
guión.
El viernes día 23 de
noviembre de 2012, sobre las diez de la mañana, recibo personalmente una orden verbal
de mi jefe, en la que me anuncia la obligación de hacer una guardia extra a
partir de las tres de la tarde de ese mismo día. Le indico la conveniencia de
constancia escrita, a lo que accede gustosamente; según su respuesta, se
dispone a hablar con la dirección del hospital para procurarme el documento,
aunque me adelanta: «con la orden verbal es suficiente y te la he dado ante
testigos». Debo reconocer que en aquel momento mi predisposición no era la más
favorable. Y debo decir también que la actitud de mi superior me pareció más
cercana a un «flecha» de la OJE que a ese amigo que dice ser. Testigos los hay;
pero son mudos al 75%.
Hay que reconocerle al
jefe su rapidez en estos asuntos. La Policlínica puede esperar décadas, pero en
tales cuitas, el capataz se mueve a la velocidad de la luz. En diez minutos me
presenta el documento y me conmina a firmar el acuse de recibo, si quiero
hacerlo, porque «no es obligatorio», me concede. Parece ser que sus labores le
impiden «perder» demasiado tiempo con un tema «rutinario», tanto como el de
atender enfermos, que es lo que uno suele hacer. O bien, el director anda
reunido y no concede audiencias, o bien no quiere firmar la orden, o bien es un
farol premeditado; el hecho es que el papelito que me presenta es una orden
suya, personal y firmada; orden que guardo como oro en paño, porque algún día,
reseca y amarillenta, podrá testificar el retroceso de cien años al que estamos
abocados.
Las maneras y circunstancias
en las que el mando me entrega dicha orden son peculiares, muy españolas, chusqueras
y a lo cañí: lo hace en el despacho de trabajo, ignorando absolutamente a lo
que me dedico en ese momento, ante compañeros, los mudos del 75%, que de no
serlo, podrían confirmar la conducta prepotente, autoritaria e intempestiva en
su proceder, tal y como me expresaron, boquiabiertos, nada más largarse el
ilustre y absoluto prócer. Y conste que, no solo no les reprocho su postura,
sino que yo, en su caso, haría exactamente lo mismo: callar. Como en los viejos
tiempos.
Uno, lego en estas cuestiones y desconfiado a
la fuerza, se pregunta si ha de firmar el “recibí”. Y para un buen
asesoramiento, decido llamar a quien creo que me puede ayudar, antes de rubricar
nada. Ni siquiera unas mínimas normas de urbanidad impiden que mi jefe se quede
a oír lo que hablo, extenderme repetidamente el papelito, molestándome e
interrumpiendo mi conversación telefónica sin ningún pudor; el ejercicio del
poder a veces resulta así de ordinario.
Decido firmar con la coletilla “bajo coacción del
remitente”, y mientras lo escribo oigo: «firma eso, que a continuación te meto
una querella, ¡firma, firma!». Oigan: que me acojonó, joder. Nuevamente
teléfono; me dicen que si tengo testigos, adelante. Pero si no, que me olvide.
Y como no los tengo, la coletilla queda en «firmo en contra de mi voluntad», a
lo que añado «por imperativo legal», siguiendo la recomendación del mismísimo impositor
(que hasta de leyes conoce), lo que no deja de ser sospechoso, en el sentido de
que lo que uno escriba —pataleando— en un recibí de esos, debe tener el mismo
valor que la papelera a la que está condenado.
Como siempre, mi trabajo se desarrolló sin
contaminación por problemas laborales, con la colaboración de otros compañeros,
incluidos los de la UCI —también reclutados a la fuerza—, a los que agradezco
de corazón su buen hacer.
Afortunada y casualmente han aparecido una
serie de noticias en los diarios malagueños, poniendo este asunto sobre el
tapete de la opinión pública, cosa que no había ocurrido anteriormente. Es
interesante que participen aquellos agentes sociales comprometidos con la
información, con el fin de generar un debate público en el que la ciudadanía de
Málaga participe y se pronuncie. Esta es la sociedad de la información, la del
conocimiento, dicen. No hay duda de que los MIR (EIR) han ganado una pequeña
batalla, gracias a que son los tercios de la infantería sanitaria;
imprescindibles, muchos, mal pagados, organizados y con buenos hierros: los de
las redes sociales, que manejan divinamente porque para eso son nativos
digitales.
Enhorabuena.
Una muestra de lo que tenemos...
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