Una información inesperada
Seis años atrás, cinco jóvenes
periodistas decidieron crear un diario digital de información local. Bárbara
Mena ofreció su herencia para instalar la sede: un céntrico piso, de altos
techos, amplios ventanales, dos balcones, y más de 250 metros cuadrados
que ocupan toda la tercera planta de un edificio centenario pero muy bien
conservado. Para ella, un dormitorio con baño propio en el que vive sin tener
que pagar alquiler o hipoteca. El resto de la casa es para El Diligente.
La redacción informativa ocupa la estancia más grande, un luminoso salón con
suelo de mármol negro y vetas terracota; separada de ella, al viejo estilo periodístico
anglosajón, la sección de opinión ocupa lo que otrora fue un pequeño comedor.
El antiguo dormitorio principal es ahora una moderna sala de edición multimedia,
que también alberga el archivo documental. Junto a ella, dos pequeñas
habitaciones corridas sirven para las reuniones diarias del equipo; la
prestancia de una larga mesa con sus sillas de época, contrasta con el punto kitsch
que ofrecen dos camas plegables, esquinadas y mal disimuladas como cómodas o
cajoneras, en las que los redactores descansan durante las largas noches de trabajo
urgente o atrasado.
Económicamente funcionan de forma cooperativa.
El Diligente se financia principalmente con aportaciones desinteresadas
de particulares, asociaciones vecinales, alguna ONG y colectivos sociales que necesitan
ver en el diario una voz independiente que informe con rigor, valentía y
veracidad. Los únicos ingresos por publicidad proceden de organizaciones
sociales sin ánimo de lucro. No se admite ningún tipo de publicidad comercial
ni institucional en su web. Nada de subvenciones. Sacan para pagar gastos y un
sueldo inframileurista. Sabedores de esta limitación, el precio de la
independencia, Bárbara y sus compañeros trabajan para ofrecer noticias locales
de elaboración propia.
El otro gran pilar,
la otra gran línea maestra que se marcaron como un reto ineludible en la
fundación del diario, es hacer un buen periodismo de investigación local; un
trabajo informativo que contribuya a defender los servicios indispensables que
reciben los ciudadanos de su comunidad, como la educación o la sanidad; a
partir de la premisa del bosque que no deja ver el árbol ―no por manida es
menos cierta―, el equipo de El Diligente pretende llegar mucho más allá
de los grandes escándalos políticos que ofrecen los medios masivos; un
bombardeo diario que acaba vacunando a una sociedad insensibilizada, devorada
por el espejismo de que todo eso ocurre muy lejos o solo en la pantalla de su
receptor. Tejidas como una red capilar, las raíces más finas del mal están
mucho más próximas y, sin embargo, son menos o nada visibles: es la corrupción
de perfil bajo, la de los políticos menores, los pequeños cargos públicos o los
funcionarios de cierto rango con capacidad de tomar decisiones trascendentes.
Son los cabos de los que hay que comenzar a tirar para deshacer la gran madeja.
Lalo Segura es el
más veterano y curtido del equipo. Trabajó dos años para un diario de tirada
nacional; la negativa del director a publicar un reportaje suyo, muy
comprometedor para las multinacionales farmacéuticas, le llevó a ejercer la cláusula
de conciencia. De ahí, al paro. El redactor jefe de El Diligente posee
una intuición natural para reconocer una buena fuente periodística. A su correo
llegan todos los días denuncias anónimas; como fuentes, las desecha
automáticamente. El contenido se analiza y archiva por si pudiera dar pie a
alguna indagación futura. Pero lo de esta mañana es diferente.
Matías Renglón y
Brahim Taleb, un huérfano saharaui adoptado por padres españoles, salen con
prisas para cubrir la calle. Pepa Cardona es la más joven de la plantilla; con
un expediente académico plagado de matrículas de honor, la catalana prefiere la
libertad profesional que disfruta como redactora de El Diligente, a los
cantos de sirena que ―a manera de apetitosos contratos laborales― le ofrecieron
en su día los mass media. Mientras apuran un café, sentadas en la sala
de reuniones, Pepa y Bárbara aguardan expectantes las explicaciones de Segura.
―La informante es
una enfermera del hospital. Tenemos su nombre completo, teléfono y servicio en
el que trabaja. También los de su marido, médico de la misma unidad. Os acabo
de reenviar los dos correos.
―Sí, los he leído, pero
no termino de entenderlos, Lalo ―con un mal disimulado tono de impaciencia, Bárbara
intenta desentrañar los documentos que tiene abiertos en la pantalla de su
portátil―. ¿Qué denuncian exactamente?
―En los dos últimos
años, la dirección del hospital impuso la obligatoriedad de hacer once cursos on
line sobre riesgos laborales, a todo el personal que quisiera optar a poder
cobrar el complemento anual de productividad. La materia teórica se publicó en
la intranet del centro para que los trabajadores pudieran estudiarla de
cara a un examen test de quince preguntas. Superado éste, también on line,
la Junta les
ingresaría el montante correspondiente.
―Sigo sin pillarlo.
¿Tú lo entiendes Pepa? ¿Ves la noticia?
―Lo intento
Bárbara, pero déjame pensar un minuto: entre los documentos que se adjuntan hay
uno, hecho a mano, que parece ser una plantilla de respuestas. ¿Van por ahí los
tiros, Lalo?
―Efectivamente.
Según nuestras fuentes, el examen era tan básico que cualquier persona, con un
poco de sentido común, lo hubiera superado. Yo no tengo ni zorra idea sobre el
asunto y he acertado nueve. Incluso sin sentido común: solamente había que leer
el cuerpo teórico para contestar las preguntas sin fallar.
―¿Y ese papel con
las respuestas?
―Lo tenían todos.
Nadie hubo de ocuparse en leer los apuntes, ni necesidad de arriesgar en el
test.
―¿De dónde salió?
―A ver, Pepa ―Segura
entorna los ojos en un gesto de complicidad paternal―, si tú elaboras un examen
y, por encima de cualquier otra consideración, tu único interés es que todos lo
superen, ¿de qué manera puedes asegurarte?
―Dándoles las contestaciones
correctas.
―¡Bingo! Alguien
tenía mucho interés. El que mejor conoce las respuestas es el que elabora las preguntas.
―¿De dónde parte
toda esta mierda? ―Bárbara se debate confusa entre la incredulidad y la
indignación.
―Nuestra enfermera
sabe que la filtración salió del despacho de un mando intermedio, en plan
“toma, he conseguido esto, pero por favor que no lo sepa nadie más”. El nivel
de acierto debió ser excepcional. Si no fue del ciento por ciento es porque
algunos, como nuestro médico, fallaron adrede una o dos preguntas para
disimular. ¡Ojo! Solo tenemos los datos y los testimonios de nuestras fuentes.
Y éstas me dicen que no conocen una sola reclamación. Y que durante meses no
pararon de hacerse chanzas sobre el tema, como colegiales borrachos de éxito por
haber engañado al profesor. Y más bien es éste el que se ríe de ellos.
―¿Qué tenemos del
‘profesor’, Lalo?
―Los certificados
de dos profesionales: acreditan su aptitud en once cursos, ¡once!, con 21 horas
de docencia. Llevan el membrete de la
Junta , el sello de la unidad de riesgos laborales, y dos
firmas: la del gerente y la de un mandamás autonómico. Creo que estamos en el
buen camino o, al menos, podemos abrir un pequeño carril para desenmascarar a
estos tecnócratas corruptos que gastan nuestros impuestos en su beneficio con
estrategias de guante blanco. Sé lo que estáis pensando las dos: el personal
raso no sale bien parado de esta historia; los trabajadores del hospital han
sucumbido por cuatro duros a una propuesta corrupta. El sueldo base de un
médico son 1100 euros. Imagina lo que cobran los demás. Esa mierda es lo que pagan
a los depositarios de nuestra salud. ¿Qué mayor felonía se puede cometer con
ellos? ¿A quién le puede extrañar que entren en el juego? No necesito
recordarlo: El Diligente defiende a los trabajadores.
―¿Y ahora?
―Voy a concertar
una cita con este matrimonio. Debo contrastar su información y quiero ver el
grado de compromiso que tienen. Bárbara, necesitamos una búsqueda sobre
objetivos de la Junta
estos dos últimos años. Todo lo que puedas averiguar sobre el currículo de los dos pájaros que firman los certificados. Políticas de incentivos, unidades de gestión, conciertos con
empresas privadas, trasplantes, diálisis… sigue la pista del dinero. Pepa,
necesitamos más testimonios. Celadores, auxiliares, médicos, enfermeros; no
olvides al personal administrativo, no desprecies ninguna fuente. Tira de
Matías y del moro, los vas a necesitar. En dos semanas quiero un dossier. Vamos
a por ellos.
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