ABEL
CELATOR
IX
Olor a podrido
El aroma de un café
recién hecho impregna la redacción del periódico delatando la presencia humana.
La luz del mediodía irrumpe altanera a través de los amplios ventanales. Solo
los avisos electrónicos de los ordenadores y de sus propios teléfonos móviles rompen
arrítmicamente la armonía del susurro de una conversación que parece lejana. El
redactor jefe y Bárbara Mena ocupan una esquina de la mesa en la sala de
reuniones.
―¿Qué me traes?
―¡Uf! No sé por
dónde empezar, Lalo.
Bárbara intenta ordenar
un torbellino de ideas, pasando de forma compulsiva las hojas de una libreta ―ora
adelante, ora para atrás― repleta de anotaciones escritas tan anárquicamente que
a ella misma le cuesta elaborar el hilo conductor.
―Deberías pasar
diariamente esas notas a limpio o cantárselas a tu grabadora, porque con tanto
borrón y tantas flechitas pierdes información cada hora que pasa. Comencemos
por los dos firmantes de los diplomas.
―Han tomado caminos
distintos en los últimos años. El gerente, después de una meteórica carrera,
volvió a su antiguo puesto de médico después de las elecciones. Parece
escondido en su servicio, alejado de cualquier cargo relevante.
―Eso no es muy
normal…
―Efectivamente. Hay
dos motivos. El primero es que se declaró ideológicamente neutral cuando
todo indicaba que la oposición iba a ganar los comicios con un margen
suficiente para gobernar.
―Es decir, que se
ofreció al enemigo para conservar el cargo.
―Así es. Pero la
apuesta le salió mal porque volvieron a mandar los de siempre, en minoría,
gracias a un pacto poselectoral. Cayó en desgracia y no tuvo más remedio que dimitir.
―Esos requiebros no
se perdonan. ¿Y el segundo?
―Un turbio asunto
sobre contratos con clínicas privadas para hacer pruebas radiológicas a
pacientes de la Seguridad Social
y reducir las listas de espera. El que fue dueño y señor de uno de esos
hospitales concertados, hoy está en el trullo por varios delitos de corrupción
en el Ayuntamiento de Marbella.
―Alias 'Superkan',
recuerdo el tema; lo llevaron los de El Orbe, pero aquello quedó en vía
muerta porque el 'caso Malaya', con la Pantoja y compañía en plan star system
cutre, eclipsó las redacciones de todos los medios. Era lo que más vendía.
―Sea como fuere, la Junta tenía sobrados motivos
para deportar a nuestro exgerente; en pago a los muchos años de servicios
prestados, y cubriéndose de paso las espaldas, le ahorraron el bochorno de un
escarnio público y le permitieron marchar, voluntariamente, a un cómodo
gulag: su servicio de toda la vida.
―Y no fue el único,
Bárbara. Sabemos de otros altos cargos de agencias y empresas públicas ―no
todos mafiosos, también hay que decirlo― que salieron zumbando con el jopo
entre las piernas, antes de quemárselo con las primeras llamas. ¿Qué más
tenemos?
―La segunda firma.
Este caso parece, en principio, más interesante.
―¿Qué has
averiguado?
―Indalecio
Gordillo, 38 años, Indi para sus amigos. Es
ingeniero industrial y técnico en prevención de riesgos laborales. Su nombre
y rúbrica aparecen en los diplomas de marras como 'coordinador de formación',
certificando la asistencia y la superación del examen, junto al visto bueno del
gerente. En ese momento trabajaba en el hospital como simple técnico laboral.
Inmediatamente después de estos cursos asciende a responsable de la misma Unidad.
Y ahora es uno de los subdirectores de gestión.
―Una carrera rápida
y brillante…
―Está muy bien
considerado en los Servicios Centrales como hombre de confianza.
―¿Ese dato está
abrochado?
―Tenemos los
testimonios, obtenidos por separado, de dos responsables sindicales de la Mesa sectorial. Apuntan un
futuro político no muy lejano.
―No sé si eso es
suficiente.
―Espera, no he
terminado. Su hermano mayor es un alto directivo de la Junta en asuntos de
innovación y tecnología. He conseguido dos informes suyos encargados por la Dirección de Gestión del
hospital. Los dos son favorables.
―No es de extrañar,
entre esta casta el nepotismo es moneda corriente, y si no, que se lo pregunten
a la hija del director, contratada al día siguiente de terminar la
especialidad, en una de las empresas públicas de la Junta. ¿Qué más, Bárbara?
―Indi es un tipo muy discreto, pero ya le
hemos puesto cara. Pepa anda husmeando los exteriores del hospital; no se deja
ver mucho fuera de su despacho, y cuando sale se mimetiza muy bien con el
personal que trabaja vestido de calle con la tarjetita identificativa colgada
del bolsillo de la camisa. A veces suele andar con el personal de seguridad, pero
no pisa la cafetería ni un bar cercano muy frecuentado por los trabajadores del
centro.
―¿Con los de
seguridad?
―Sí, parece ser que
esa parcela le ocupa especialmente. Pepa filmó un video con su teléfono móvil,
el día que la consejera visitó el hospital para dar una rueda de prensa sobre
un exitoso asunto de trasplantes. La foto de siempre, con el delegado de la Junta y las eminencias de
turno.
―El delegado es un
cero a la izquierda pero no se pierde un retrato, el muy jodío. ¿Tienes el
video a mano?
―Lo vemos ―Bárbara
pulsa el play de su reproductor― y te lo explico.
La periodista mueve el ratón del
portátil para señalar a Segura los focos de atención, congelando la imagen
cuando éste se lo pide. El video es de una aceptable calidad a pesar de estar
hecho a escondidas y con un smartphone: media hora antes de la llegada
de la consejera, puede verse a Indi caminando tranquilamente por la explanada
de acceso, escudriñando los rincones. En la oreja derecha lleva un pinganillo mal
disimulado, cuyo cable se pierde bajo un elegante traje negro que se
complementa bien con una camisa gris perla y una brillante corbata granate. De
vez en cuando habla por el micro de su solapa, muy a lo agente de la CIA , en lo que parece ser una
prueba de comunicación. En otra toma, habla con dos subalternos, también de
paisano, y con los agentes de seguridad, a los que da indicaciones, se supone
que organizándolos. Incluso departe con los dos policías nacionales apostados
en la puerta del hospital.
Lalo observa a las muchas personas
que pululan cercanas ―usuarios, familiares, personal, vendedores de lotería,
taxistas ociosos―, y advierte la singular habilidad de Gordillo para pasar
desapercibido, a pesar de toda su parafernalia detectivesca. Maniobra con
gestos pausados y armónicos; sus movimientos parecen lentos, pero cuando se
aparta de él la mirada, durante un solo segundo, ya ha salido del encuadre.
La tercera
secuencia permite verlos llegar desde una rotonda próxima: dos lujosos coches,
de color gris oscuro metalizado y cristales tintados, estacionan frente al
kiosco de la entrada, con las luces de emergencia puestas. Así permanecen casi
dos minutos hasta que se abren las puertas; comienzan a salir las
personalidades: la consejera, el fotogénico delegado y varios asesores con
carpetas bajo el brazo. Un oportuno zoom permite al objetivo acercase a
la escena. Con las batas puestas, blanquísimas y bien planchadas, los directivos
aguardan solemnemente, en formación casi militar, al pie de la escalinata
principal; varios metros por detrás de ellos, en un plano ligeramente más
elevado y escorado hacia la derecha, Gordillo observa como les saludan los
recién llegados; un protocolario y frío apretón de manos bajo una sonrisa de
compromiso. La consejera toma la cabeza de la comitiva y es en ese momento
cuando advierte la presencia de Indi. Con un mínimo gesto de su mano, frena al séquito
y se dirige hacia él: dos besos, un comentario casi al oído y una carcajada a
dúo. «Nos vemos luego», puede leerse de forma clara en sus labios. Lalo Segura desnuda
a través de sus pupilas la imagen congelada; al fin, reacciona:
―Me recuerdan a
Kevin Costner y Whitney Houston en El guardaespaldas.
―Eso mismo dijo
Pepa cuando vimos el video, salvando las distancias, claro.
―Es evidente que
este tipo tiene buenos resortes en las alturas. ¿Habéis investigado los
contratos-programa de esos dos años?
―Sí. Casualmente,
uno de los objetivos principales para la financiación del hospital era
conseguir que, al menos, el 75 por ciento del personal acreditara tener
superados los cursos de riesgos laborales.
―¿Para las unidades
de gestión?
―Eso es lo curioso;
el ítem se encuadra en el apartado 'formación' y no consta como requisito para
cobrar la productividad anual. En los servicios clínicos reconvertidos a unidades
de gestión, ese complemento económico va incluido en los incentivos de cada una
de ellas.
―Sin embargo, mis
fuentes aseguran que los cursos eran obligatorios para poder cobrar el
complemento, y que la instrucción verbal sale de los despachos de los mandos
intermedios. Éstos tuvieron que recibir la orden desde más arriba ―Lalo señala
con su índice la imagen de Indalecio Gordillo, aún congelada en el monitor.
―¿También verbal?
―Seguramente. Si hubo
alguna circular interna, a estas alturas y con los escándalos que se están
produciendo en los cursos de formación, será complicado encontrarla.
―¡Estamos hablando
de casi tres mil trabajadores! ―exclama Bárbara entre sorprendida e incrédula―,
¿cómo llega esa información a tantísimas personas?
―De la misma forma
en que se planifica la difusión de un rumor: usando magistralmente las reglas
propias de la propaganda. Y no era fácil: pedir al personal que asista a 21
horas de cursos y que después pase un examen, genera un notable malestar. De
hecho así ocurrió al principio.
―¿Qué pasó para
contentar a la gente?
―De entrada, dan
unos plazos muy amplios. Después ofrecen la posibilidad de estudiar la teoría on
line. Nunca se impartieron presencialmente. Arman el anzuelo con un
incentivo económico, lo ceban con la promesa de un examen muy asequible y…
―Aparecen unos
papelitos con las respuestas correctas, que se van pasando de unos a otros…
―¡Chica lista! Efectivamente,
emplean quince minutos para hacer el examen en cualquier ordenador del
hospital, consiguen un cien por cien de aciertos y cobran su productividad a
final de año. Unos eurillos fáciles que añadir a los sueldos de mierda que cobran
por cargar con la responsabilidad de cuidar la salud de los ciudadanos.
Particularmente, no tengo ningún reproche moral para ellos ―enfatiza Segura, adivinando
lo que está pensando Bárbara―, pero sí para los de arriba, que además de corruptos
son corrompedores. Buscan su propio beneficio, que casi siempre es más político
y de influencias que económico, y se postulan como los grandes hacedores del
bienestar social.
―¡Va! No me des un
mitin. Entiendo tu punto de vista, mas el hecho de que los trabajadores se
presten a esas prácticas y sus sindicatos no las denuncien, me plantea algunas
reflexiones sobre la penetración de la corrupción en todas las capas de la
sociedad española.
―Los sindicatos
están pringados, Bárbara, sólo tienes que seguir los casos de Andalucía o
Madrid. De todas formas, me interesan esas reflexiones tuyas; escríbelas y
prepararemos un buen editorial.
―¿De dónde piensas
que salieron las respuestas correctas?
―Para mí es obvio:
del mismo lugar en el que se elaboraron las preguntas; en cualquier caso, esto
nos da igual porque es indemostrable. Hasta un juez lo tendría difícil. ¿Tienes
más datos?
―El objetivo se
cumplió en casi el 90 por ciento. Teniendo en cuenta que al año siguiente
volvieron a repetir la jugada para que aquellos que no lo habían hecho el
anterior tuvieran su oportunidad, podemos hablar de un éxito aplastante, con su
correspondiente financiación. Por cierto, la resolución que habilita a Gordillo
para poder certificar los cursos, está publicada en el Boletín Oficial; sale de
la Dirección General
de Desarrollo de Personal del Servicio
Público de Salud.
―Sorpréndeme…
―La directora era
en ese momento Raquel Cid: uróloga del hospital con carné de partido. Poco
brillante como médico, según mis fuentes, ha ocupado casi todos los cargos
posibles en la Junta
desde los años ochenta. Menos de uróloga, ha hecho de todo. De jefa de servicio
a directora general, pasando por gerente del centro, planes estratégicos,
trasplantes y alguno más. Ahora ha vuelto y es la máxima responsable de la
unidad de gestión. Tengo testimonios de todos los colores sobre ella, y pocos
son halagadores.
―La tenemos
fichada. Matías y Brahim andan tras sus pasos. Tiene un hermano nefrólogo que
tampoco parece ser muy amigo del trabajo duro. Hay fotos de los dos tomando
cervecitas cerca del hospital. Esa unidad mueve muchos euros, muchas
influencias y mucha propaganda política. Prepara un informe. Estamos listos
para salir con titulares en los próximos días. Solo información veraz. Somos El
Diligente; nos limitamos a exponer hechos y datos. Para juzgar están los
jueces, si lo tienen a bien.
Continuará
Vaya jardín que se ha montado
ResponderEliminarLa trama se va montando... ¡A ver cómo salimos de ésta! No es nada fácil para un aficionado como yo.
EliminarMuchas gracias por tu comentario.
Llevaba varios días, como sabes, sin poder leer. Estos capítulos me reconfortan. Estoy enganchado. Sigue, campeón.
ResponderEliminarMuchas gracias amigo mío. Me alegro que estés mejor, hermano. Un gran abrazo y gracias por tus comentarios.
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