jueves, 5 de septiembre de 2019

OPINIÓN: Emigrantes españoles en la UE


Podría ser tu propio hijo

HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA

Limpian, barren o friegan las casas y negocios de los belgas, alemanes, ingleses o escoceses. Venden pollo frito y lavan los platos sucios en los restaurantes. Antes de terminar la jornada salen a tirar la basura de la UE. Con suerte, ingresan unos eurillos más poniendo copas las noches de los fines de semana. Son los cientos de miles de jóvenes emigrantes españoles que se buscan la vida en Europa porque aquí no tienen nada que rascar en el mundo laboral. La mayoría de ellos llega con un título universitario bajo el brazo pero nuestros solidarios socios comunitarios prefieren ofrecerles un buen mocho y una escoba nueva.
Les voyageurs de Bruno Catalano/ Everythingwithatwist  (MARSELLA)

Una paradoja infame
España es la camarera y sirvienta de esa Europa opulenta que viene en sus vacaciones a quemarse en la playa y a ponerse ciega de mollate y garrafón. Si malo es depender del turismo para que el Estado español no caiga en bancarrota, peor es el cruel contrasentido que se produce: mientras más extranjeros llegan a nuestro país para gozar y gastar, más paisanos salen de él para plañir en silencio esa injusta precariedad que se retroalimenta bajo el yugo de una austeridad que ni fue buscada ni fue deseada; una austeridad que bien podría ser el eufemismo de la pobreza en el corazón de Europa.
Servidumbre garantizada
Cuando estos privilegiados súbditos de la UE regresan a Bruselas, Berlín, Londres o Edimburgo, saben que no van a encontrar ni el sol ibérico, ni la playa soñada, ni el amable chiringuito; y mucho menos tinto de verano a cualquier hora o generosos pelotazos a 6 euros. Lo que sí tienen a mano es la servidumbre de muchos jóvenes licenciados españoles, que son emigrantes aquí e inmigrantes allí.
“Maldita la patria que no da de comer a sus hijos”
Muchos de estos emigrantes son los hijos, hijas, nietos y nietas de otros españoles que también se vieron forzados a desarraigar sus orígenes y su cultura entre los años 50 y 70 del siglo pasado, en plena dictadura franquista. “Maldita la patria que no da de comer a sus hijos”, decía el abuelo de una de estas chicas a través de videoconferencia. Al menos, el siglo XXI proporciona recursos tecnológicos que les sirven para mitigar el dolor, la soledad y la distancia.
¿Inmigrantes deluxe?
La bofetada de realidad que experimentan es tan sonora para sus conciencias, que les lleva a entender —así lo afirman en diversas entrevistas— la desesperación de los migrantes que surcan el Mediterráneo o cruzan el Rio Grande. Han asumido tan certeramente su estatus real, que no solo se ven reflejados en estos, sino que llegan al punto mismo de rechazar —de forma reflexiva ese espejismo autocompasivo que se origina en la equivocada idea de que son “inmigrantes vip” por el mero hecho de haber nacido en un país que pertenece a la UE. No, no hay nada de glamour en este asunto, y lo saben.



Ni interés ni intención
Que nadie se trague la falsa letanía política de que el Estado o las comunidades autónomas están trabajando denodadamente para revertir la situación. Al contrario. No tienen interés ni intención. Eso sí, promesas y gestos casi heroicos frente a las cámaras de televisión nunca van a faltar.
Mas, por suerte, vivimos en una nueva era. La Red brinda la oportunidad de conseguir informaciones veraces; solo se necesita una pizca de paciencia en las búsquedas, varios gramos de escepticismo permanente pero razonable, y todo el sentido común que el talento de cada cual le permita.
De lejos no se les oye
En el caso que nos ocupa, ni siquiera es necesario tomar demasiada distancia ideológica. Es evidente que tanto al sistema político, como al poder financiero les interesan dos cosas: la primera es que la gente se mueva entre diferentes empleos básicos del sector servicios, con poco tiempo para pensar demasiado y unos ingresos suficientes para vivir cómodamente, sin protestar mucho y sin tener expectativas serias de permanencia y asentamiento. La segunda es que la emigración de estos jóvenes es una válvula de escape frente a la tensión social que pueda generarse por el desempleo, la corrupción y las injusticias palmarias. Y mientras menos españoles piensen, mejor les irá a sus próceres.
La fuga no cesa 
Aún resuenan las manifestaciones de Zapatero encumbrando la economía española, o las de González Pons, años después —ya gobernando el PP—, afirmando sin sonrojo que los que emigraban a la UE estaban “en su país”. Una forma muy sibilina de decir que, en realidad, los que venden pollo frito en los locales de la UE no son emigrantes porque están como en casa. Poca vergüenza es decir casi nada.


   


Han pasado los años, la fuga no ha cesado, el problema se ha enquistado y la opinión pública parece haberlo olvidado. Sin embargo, ahora es raro no encontrar un joven emigrante en cualquier familia. Por ello, mira bien al inmigrante que pasa frente a tu casa. Obsérvalo detenidamente antes de despreciarlo. Podría ser tu propio hijo.






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