Podría ser tu propio hijo
HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA
Limpian,
barren o friegan las casas y negocios de los belgas, alemanes, ingleses o
escoceses. Venden pollo frito y lavan los platos sucios en los restaurantes. Antes
de terminar la jornada salen a tirar la basura de la UE. Con suerte, ingresan
unos eurillos más poniendo copas las noches de los fines de semana. Son los
cientos de miles de jóvenes emigrantes españoles que se buscan la vida en
Europa porque aquí no tienen nada que rascar en el mundo laboral. La mayoría de
ellos llega con un título universitario bajo el brazo pero nuestros solidarios
socios comunitarios prefieren ofrecerles un buen mocho y una escoba nueva.
Les voyageurs de Bruno Catalano/ Everythingwithatwist (MARSELLA) |
Una paradoja infame
España es la camarera
y sirvienta de esa Europa opulenta que viene en sus vacaciones a quemarse en la
playa y a ponerse ciega de mollate y garrafón. Si malo es depender del turismo
para que el Estado español no caiga en bancarrota, peor es el cruel
contrasentido que se produce: mientras más extranjeros llegan a nuestro país para
gozar y gastar, más paisanos salen de él para plañir en silencio esa injusta
precariedad que se retroalimenta bajo el yugo de una austeridad que ni fue buscada
ni fue deseada; una austeridad que bien podría ser el eufemismo de la pobreza
en el corazón de Europa.
Servidumbre garantizada
Cuando estos
privilegiados súbditos de la UE regresan a Bruselas, Berlín, Londres o
Edimburgo, saben que no van a encontrar ni el sol ibérico, ni la playa soñada,
ni el amable chiringuito; y mucho menos tinto de verano a cualquier hora o generosos
pelotazos a 6 euros. Lo que sí tienen a mano es la servidumbre de muchos
jóvenes licenciados españoles, que son emigrantes aquí e inmigrantes allí.
“Maldita la patria que no da de comer a sus hijos”
Muchos de estos
emigrantes son los hijos, hijas, nietos y nietas de otros españoles que también
se vieron forzados a desarraigar sus orígenes —y su cultura— entre los años 50 y 70 del siglo pasado,
en plena dictadura franquista. “Maldita la patria que no da de comer a sus
hijos”, decía el abuelo de una de estas chicas a través de videoconferencia. Al
menos, el siglo XXI proporciona recursos tecnológicos que les sirven para
mitigar el dolor, la soledad y la distancia.
¿Inmigrantes deluxe?
La bofetada de
realidad que experimentan es tan sonora para sus conciencias, que les lleva a entender —así lo afirman
en diversas entrevistas— la desesperación de los migrantes que
surcan el Mediterráneo o cruzan el Rio Grande. Han asumido tan certeramente su
estatus real, que no solo se ven reflejados en estos, sino que llegan al punto mismo
de rechazar —de forma reflexiva— ese espejismo autocompasivo que se
origina en la equivocada idea de que son “inmigrantes vip” por el mero hecho de
haber nacido en un país que pertenece a la UE. No, no hay nada de glamour en este asunto, y lo saben.
Ni interés ni intención
Que nadie se trague la falsa letanía
política de que el Estado o las comunidades autónomas están trabajando
denodadamente para revertir la situación. Al contrario. No tienen interés ni
intención. Eso sí, promesas y gestos casi heroicos frente a las cámaras de
televisión nunca van a faltar.
Mas, por suerte,
vivimos en una nueva era. La Red brinda la oportunidad de conseguir
informaciones veraces; solo se necesita una pizca de paciencia en las búsquedas,
varios gramos de escepticismo permanente —pero razonable—, y todo el sentido común que el
talento de cada cual le permita.
De lejos no se les oye
En el caso que
nos ocupa, ni siquiera es necesario tomar demasiada distancia ideológica. Es
evidente que tanto al sistema político, como al poder financiero les interesan
dos cosas: la primera es que la gente se mueva entre diferentes empleos básicos
del sector servicios, con poco tiempo para pensar demasiado y unos ingresos
suficientes para vivir cómodamente, sin protestar mucho y sin tener
expectativas serias de permanencia y asentamiento. La segunda es que la emigración
de estos jóvenes es una válvula de escape frente a la tensión social que pueda
generarse por el desempleo, la corrupción y las injusticias palmarias. Y
mientras menos españoles piensen, mejor les irá a sus próceres.
La fuga no cesa
Aún resuenan las manifestaciones de Zapatero encumbrando la economía española, o las de González Pons, años después —ya gobernando el PP—, afirmando sin sonrojo que
los que emigraban a la UE estaban “en su país”. Una forma muy sibilina de decir
que, en realidad, los que venden pollo frito en los locales de la UE no son
emigrantes porque están como en casa. Poca vergüenza es decir casi nada.
Han pasado los años, la fuga no ha cesado, el problema se ha enquistado
y la opinión pública parece haberlo olvidado. Sin embargo, ahora es raro no
encontrar un joven emigrante en cualquier familia. Por ello, mira bien al
inmigrante que pasa frente a tu casa. Obsérvalo detenidamente antes de
despreciarlo. Podría ser tu propio hijo.
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