El comodín del paciente
HÉCTOR
MUÑOZ. MÁLAGA
Cuando
la jugada no está clara, un ardid muy socorrido es el de apelar al “beneficio”
de los pacientes. Al comodín de los enfermos. Y si el alegato se acompaña de
sonoros golpes de pecho, el efecto pretendido puede resultar un hecho
irrefutable. Para los que se lo crean, claro está. El Carlos Haya es un
hospital «desvertebrado arquitectónicamente», como certeramente lo describe Juan de Dios Colmenero. Un hospital de referencia desgajado en pabellones distantes
físicamente —excepto los dos del edificio principal— y un lejano centro de
especialidades. Este es el origen del problema que plantea Francisco Dominguez,
jefe de urgencias del pabellón C (Hospital Civil), en un bando recientemente enviado
al personal facultativo, vía correo electrónico.
El asunto de las derivaciones urgentes desde el Civil al General colea
desde hace 30 años. Resultaría tedioso y fuera de lugar relatar los avatares
por los que ha pasado esta singular disfuncionalidad. Es más interesante y
operativo poner el foco en el presente y en el pasado más reciente.
Casa pobre, casa rica
La sección de urgencias del pabellón C es como una casa pobre. No
dispone de pruebas de imagen, como ecografía o TAC. Entre otras razones, porque
tampoco goza de la presencia de un radiólogo de guardia. Para tratar una
fractura con un yeso cerrado tienen que derivar al paciente al pabellón
general, a la casa rica. Entre otros motivos, porque no hay un traumatólogo de
guardia. Ni cardiólogo, ni neumólogo, ni cirujanos, ni digestivo, ni hematólogo…
Un cura sí debe haber, porque en 31 años no recuerdo un solo traslado
para administrar una extremaunción. También debe haber una UCI, aunque el
intensivista prefiere valorar los problemas en el área de urgencias para
después trasladar el enfermo crítico a la casa rica, concretamente a urgencias.
De oca a oca. Aseguran que es mucho más práctico que ingresarlo en su unidad.
El viaje de ida
La precariedad
asistencial y los más de dos kilómetros de distancia obligan a los médicos de
urgencias del Civil a trasladar al General todos aquellos enfermos que
necesitan cuidados, tratamientos, pruebas o procedimientos que no pueden ser proporcionados
allí.
Errores de
valoración tenemos todos. Momentos de debilidad, unos más que otros; aun así, en
la inmensa mayoría de los casos, esos traslados están plenamente justificados. Mi
afirmación es tan rotunda como categórica; los que deseen rebatirla tendrán que
lucir en sus hombreras los galones acumulados durante 31 años, 5 meses y 9 días,
como mínimo, en la puerta del infierno.
Un asunto bien
diferente es que la sobrecarga asistencial pese demasiado y se pretenda sacar
punta a muchas de las derivaciones del Hospital Civil, buscándoles el fallo
empecinadamente. Se podrá despotricar hasta la afonía, pero de ahí a la verdad,
caso por caso, hay un largo trecho. Ignoro si hay estadísticas o estudios al
respecto; lo mismo da, porque si existen no son dignos de crédito, habida
cuenta de que suelen ser obra de grises pensadores
de despacho, tan alérgicos a los enfermos como hábiles para manipular los datos
con el ánimo interesado en la obtención del resultado deseado.
No retorno
Nunca ha sido la
norma devolver pacientes al Hospital Civil. Hay circunstancias que pueden
justificar el retorno, pero son muchas más las que lo desaconsejan. Para los
que conocemos el paño, el bando electrónico del jefe de urgencias del pabellón
C debe obedecer a algún caso o casos concretos que han terminado enervando al
personal del Civil. Y Domínguez, en un rapto de contenida indignación ha
decretado que el que va, ya no vuelve. He dicho. Después edulcora un documento
sin membrete, introduciendo algunas salvedades que, dicho sea de paso, no son novedosas
ni originales.
El hoy mando
intermedio, fue medico raso durante muchos años en el servicio de urgencias del
pabellón general del hospital Carlos Haya. Siempre fue muy poco receptivo a los
traslados, y sus análisis de campo solían concluir negativamente para los
facultativos del Hospital Civil que decidían las derivaciones. Como dice la
canción, «ya no te acuerdas de cuando comías pescaíto frito con pan». A tenor
del reciente bando emitido, y en cuanto a los enfermos devueltos, podríamos
aventurar que ni entonces los quería aquí, ni ahora los quiere allí.
Si molestas
pueden resultar las formas del escrito, o los ramalazos autoritarios del tonito
empleado, lo que más puede irritar a muchos médicos, entre los que me incluyo, son
esas apelaciones al bienestar de los pacientes, como si fuera la exclusiva virtud
de un nuevo adalid que viene a defenderlos. Quizás ha olvidado que aquí estamos
todos para el beneficio y alivio de las personas enfermas. En los traslados y
en cada paso que dan dentro del hospital. Dice un refrán español: “Quien no te
conozca, que te compre”.
Cuando la jugada
es clara bastan las cartas que cada cual tiene. Por suerte, hay muchísimos
profesionales de la Medicina que no necesitan usar el comodín del paciente.
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