Los
bandoleros de hoy no llevan trabuco
Héctor
Muñoz. MÁLAGA
Unos días atrás saltó una noticia de bandoleros y municipales en El Mundo, con cierto tufillo
a publicidad, todo hay que decirlo, pero a cuyo pesar no deja de ser divertida,
incluso aunque los hechos se hubieran producido unos meses antes. Carlos
Herrera, en su programa matinal se hizo eco de la misma con la sorna que le
caracteriza.
Madrid es
la capital de España. De momento. Dicen que es una ciudad con poca historia, si
por poca entendemos seis siglos. Cierto es que muchas ciudades españolas gozan
de las evidencias arqueológicas y la documentación pertinentes que las hace más
vetustas, desde Santiago a Cádiz, desde Trujillo a Cartagena. Se tienen
noticias de que los Reyes Católicos paraban en Madrid, casi siempre de paso en
sus cruzadas, y lo hacían en algún palacete acogiéndose a la aduladora
hospitalidad de los nobles anfitriones, concretamente en la Plaza de la Paja , en pleno barrio de La Latina , entre la iglesia de
San Andrés, totalmente reconstruida después de la Guerra Civil , y la Capilla del Obispo,
capricho renacentista de los Vargas y Carvajal. Tras un Carlos I itinerante,
desubicado y con ojo y medio puesto en Lutero y en su Sacro Imperio, su hijo Felipe
II la hizo capital del Reino y protagonista, por protocolo y merecimiento
propio, de aquel imperio en el que todos los días se ponía el sol. Sí, todos
los días.
Los siglos XVII y XVIII transcurrieron
entre el esplendor del oro ―el de las Indias, el del talento y el del Arte― y
la decadencia borbónica. El siglo XIX fue especialmente intenso para los
madrileños; comenzó con el Dos de Mayo y el levantamiento popular, que, aunque
aplastado por Murat, el mamporrero de Napoleón, se cobró no pocos hígados
gabachos. Y los que aún se descompondrían durante seis años en esos campos abrasados
por la guerra y por el sol, con el réquiem de las chicharras. El siglo del
romanticismo y de los ideales irrenunciables frente a la revolución industrial.
El siglo de Larra y el de los bandoleros, el del honor o la muerte, el de la
bolsa o la vida.
¡Madrid!
Adyacente
a la Plaza Mayor ,
bajo el Arco de Cuchilleros, muchos conocerán el restaurante ‘Las Cuevas de Luis
Candelas’, un bandolero de Lavapiés al que le dieron matarile con garrote vil y
sin delitos de sangre. El mesón es un rincón entrañable donde se come bien
entre camareros vestidos de bandoleros, iconos de la tauromaquia (el fundador
fue un famoso torero) y recuerdos de bandolería, como diversas armas de fuego
de la época y buenas facas de esas que con un giro de muñeca administraban el
último resuello de más de un desdichado.
Para
mantener ese look decimonónico, romántico y bandolero, el establecimiento tiene
contratado desde hace bastante tiempo a un señor que, apostado en la puerta, vestido
a lo Candelas y portando un trabuco de 1837, inútil para la batalla, sirve de
reclamo a los miles de turistas que pululan por la zona. Igual es exagerado,
pero casi medio mundo ―contando con chinos y japoneses― tiene una foto con el
propio.
Y andaba
el empleado, orgulloso y entrabucado, en su labor cotidiana, cuando fue
requerido por los agentes municipales, que le solicitaron licencia de armas.
―Mire
usted, esto es un trabuco de casi doscientos años, ¡que está cegao!
―¡La
licencia de armas o requisamos el artilugio!
―Me va a
perdonar usted, señor agente, pero si se llevan el trabuco me tienen que llevar
a mi, porque no voy a soltarlo.
Los servidores
de la ley y el orden se miran, deben intuir un peligro inminente y una gran
oportunidad de gesta heroica y medalla; se vuelven al coche patrulla y… ¡se
colocan los chalecos antibalas! Salen envalentonados (como si los chalequitos
fueran seguros de vida) y encaran al bandolero de juguete nuevamente: nones,
que no les da el trabuco. Por un momento ese hombre debió pensar: “Si esto
funcionara os metía ahora mismo en la cara más plomo que todo el que sacaron de
las minas de Linares”.
Abucharados,
los dos celosos guardias municipales decidieron llamar a la Guardia Civil que
posteriormente inspeccionó el local, mirando de reojo por si aparecía el
Candelas, y aquí no ha pasado nada. Que los bandoleros de ahora van con traje y
corbata, llevan una tablet y son más de frecuentar la Carrera de San Jerónimo.
En Madrid
se come muy bien. Las indigestiones solo se producen por el personaje herrado
(de herradura) de turno. Y si todo esto es un montaje, ¡olé por Candelas y su
mesón!, que la cosa está muy mala.
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